lunes, 24 de febrero de 2014

Un brindis


La oscuridad devora todo cuanto está a su alcance. Troncos y ramas se difuminan hasta desaparecer por completo. En lo alto, las estrellas titilan huérfanas del astro nocturno. Solo un guiño de luz, a través de una pequeña ventana, ofrece algo de vida. Hoy, nada importa lo que ocurra fuera; ningún paso ajeno tiene relevancia. Esta noche, los ojos del compañero  permanecerán cerrados.

Volvió con el espíritu henchido; descalzo, desdeñando el suelo helado y el sudor frío sobre la piel. Se quedó allí erguido con una mano en la espalda, socarronamente solemne.

Ella le observaba recostada, envuelta parcialmente en el manto de pieles; sonriendo pícara, ligeramente sonrojada, con un aguijón de curiosidad en el rostro.

Él, con aire digno y porte marcial, se inclinó hacia adelante y dedicó su mejor reverencia mientras ofrecía entre ambas manos el líquido de fuego toscamente embotellado.

Ella rió libre, sin el freno de convenios, ni la exageración de la risa proyectada. Mas recuperó la compostura de tan alta dignidad y mostró su agradecimiento con un leve y delicado ademán. Tomó con gracia la botella y apartando levemente su manto, invitó a tan insigne caballero a entrar en su corte.

-Si alguna vez me hubieran dicho que llegaría a beber de una botella, en medio del bosque, hubiera pensado de quien lo dijera que estaba loco. ¿Sabes cuánta gente se hubiera escandalizado? ¿Sabes cuántos hubieran hablado, juzgado y señalado con el dedo?, llenando conmigo su vacío y encontrando en ello un falso objetivo común, una vana razón para cimentar ideas de grupo. Y ¿sabes qué? Una vez perpetrado el crimen, y sin nadie para juzgarlo, no soy capaz de hallar el mal que produce.

Echó otro trago, tosiendo entre risas, y un fino hilo de lícor brotó de la comisura de sus labios hasta bajar por el cuello.

-Creo que el único mal que reside en ello es el proyectado por quien no se atreve a dar el paso, por quien ve en los lazos ajenos la pérdida del control ejercido o por quien no puede soportar actos libres y espontáneos.

Pasó la mano por su cuello, recogiendo el líquido cobrizo y observándolo brillar sobre sus toscos dedos a la luz del quinqué.

-Hace mucho, ya, que decidimos venir. Mucho tiempo desde el día que me encontraste, moribundo, en mitad del camino.

-Bastante, sí. No ha sido fácil, ni aun hoy lo es. Echo de menos las comodidades, la seguridad de las normas y el tiempo planeado; pero si algo es cierto es que es ahora cuando me siento viva... Más viva que nunca.

Él, echó de nuevo otro trago, mesó su cabello y la observó, hermosa, con esos ojos fantásticos, pensativos e insondables.

-Todo sigue adelante... se adapta y cambia hasta sorprender incluso a quien lo comenzó... Por cierto, -pareció volver en sí- ¿cómo va el saloon? El otro día vino Will con el hombro dislocado por el esfuerzo; bromeaba al pensar en un sheriff incapaz de levantar el brazo con el que dispara.

-No me extraña. La decisión de De Loyd de dejar el hueco que hizo el agua complica un poco las cosas, pero parece acertado.

-Sí, lo cierto es que es lógico que si ya ha pasado una vez, vuelva a ocurrir en el futuro. Tapar ese agujero seco no haría sino prolongar los problemas.

-La idea del saloon en dos partes, separadas por un pequeño puente, es buena. Tendré que ver cómo me las ingenio para hacer algo que aguante el trasiego de la gente yendo y viniendo; sobretodo teniendo en cuenta que la mayoría andará dando tumbos.

-Vera y Kornelius estaban encantados de dejar las habitaciones en la zona más alejada; así los inquilinos podrán descansar tranquilos. Pero no sabían cuánto tardaría en estar todo en marcha.

-Lo primero que hay que hacer es acabar de desmontar la casa del alcalde para sacar el material de construcción. La única condición que ha puesto De Loyd es que se respete la habitación de la ventana. Vera le ofreció hacerle una igual en la parte de las habitaciones del saloon, pero se negó en redondo.

-Le gusta pasar el tiempo allí, fumando en pipa, viendo el pueblo y pintando sus cuadros.

-Supongo que al final los deseos más importantes son en realidad los más sencillos...

El frío regresó de nuevo, Jonowl atrajo un poco más a Tabitha contra sí, colocó las pieles y sopló el quinqué. Ella se acurrucó en busca de la piel cálida, entrelazó sus piernas y dejó que los últimos ecos de la conversación se disiparan en la oscuridad.

lunes, 17 de febrero de 2014

Bad Jimmy (9)

Cascos y ruedas siguen la senda angosta y pedregosa; una fila estrecha que serpentea a través del bosque, abandonando la nieve. Dejan tras de sí el caserón de troncos, paradójicamente acogedor, como la falsa calma encontrada en el corazón del miedo, como el abrigo estanco de una jaula. Se alza lejano, engullido por las enormes montañas, bajo un vasto cielo enrojecido.

-¿Estas seguro, Jimmy? Podríamos venderlas.

-¿Has olvidado de qué están hechas? No pienso ir por ahí vendiendo esta asquerosidad. En cuanto encuentre un sitio adecuado, me desharé de ellas. No me traen buenos recuerdos.

-No sé, quizás tengas razón... ¿Sabes?, es la primera vez que salgo de las montañas. ¿Crees que podríamos ir a alguna ciudad? El señor Kurt siempre contaba cosas de allí. Me gustaría ver las gente elegante, las casas, los dulces, las iglesias...

-Si en lugar de hablar tanto de iglesias, hubiera hecho más caso a lo que se debería decir en ellas, a estas alturas seguiría vivo, igual que el resto. Iremos a una ciudad, pero antes habrá que deshacerse del carro y el cargamento. Además no es bueno que hables del señor Kurt, ni de Greg ni los otros... en cuanto lleguen los leñadores y encuentren los cuerpos, adivina quién cargará con las culpas.

Lily asintió. El tintineo de las botellas pareció calmar el dolor de las heridas y devolver el sueño a su cuerpo. Los ojos se entrecerraron y en la duermevela encontró el vértigo de empezar una nueva vida sin pasado. Todo lo que había vivido desde pequeña, lo que había conseguido aceptar y en lo que había aprendido a ser feliz era algo corrupto, denigrante y dañino... no pudo evitar cierta sensación de vacío y culpabilidad y preguntarse si sería capaz de seguir adelante. El sol comenzó a calentar; se acomodó en el palanquín y dejó las dudas para más tarde.

-¡Lily!

Abrió los ojos, arrancada del sueño, y puso voz a los codazos que recibía en su costado. Jimmy, nervioso, había aminorado la velocidad del carro y le indicaba con señas que lo importante estaba en el camino. Tardó un poco en aclimatarse al sol y distinguir la figura de el jinete con porte grave y sereno; el reflejo metálico de seis puntas segó todo germen de curiosidad.

-A no ser que te pregunte, no digas nada.

El hombre se acercó; alto, de anchos hombros, rostro afeitado respetando un bigote que caía fiero a ambos lados, amplia mandíbula y pequeñas ascuas hundidas que brillaban bajo las cejas acuchilladas.

-Buenos días, caballero y... ¡señora, se encuentra bien?

-Buenos días sheriff. Esta es mi esposa Lucy... nos dirigimos cuanto antes a Brownhill. Tuvo un accidente en el rostro; hice lo que pude pero va a ser necesario acudir a un médico.

-La verdad es que esos vendajes no tienen buena pinta. Les acompañaría pero me dirijo al Manantial de Rob; este invierno ha sido particularmente duro y no sé cómo se las habrá apañado... en fin, no les entretendré más. Espero que se mejore, señora.

Lily reconocía a aquel sheriff; un buen hombre que acudía año tras año, cuando la nieve comenzaba a disminuir, justo antes de la temporada de leñadores, para cerciorarse que todo estuviera en orden. Pensó que quizás podría ayudarles, quizás si le contara todo lo ocurrido podrían dejar atrás ese terrible incidente y descansar en paz.

-Disculpe caballero -dijo el sheriff mientras detenía un momento su caballo-. ¿Este no es el carro del señor Kurt?

-En efecto. Verá, yo he sido su ayudante este año, estuve cargando agua en el manantial. Perdimos nuestro carruaje a principios de invierno y, dado lo ocurrido, el señor Kurt ha tenido la amabilidad de permitirme bajar a Brownhill con su carro.

El sheriff se quedó mirándole. Sonreía amablemente, pero sus ojos escrutaban en busca de indicios, con un silencio que comenzaba a alargarse demasiado.

-¿Sabe? Aun no me ha dicho su nombre.

-Thomas, señor, Thomas Cauldroon.

-Bueno, señor Cauldroon, es muy generoso por parte del señor Kurt ofrecerle su carro; supongo que debe estar muy contento con el trabajo que ha realizado. No quisiera entretenerles más, pero ¿sería tan amable de mostrar el contenido del carro? Me ha llamado la atención cierto tintineo.

-Ahh... sin duda, se refiere usted a la primera remesa. No había trabajado antes para el señor Kurt y en las primeras botellas entró algo de fango del manantial. Ya sabe como es de quisquilloso con estas cosas, así que me dijo que, de paso que bajaba a la ciudad, me llevara los cascos y los cambiara por nuevos.

Con una mirada de complicidad, Jimmy se acercó un poco más al sheriff y le comentó en voz baja:

-No me gusta hablar así delante de mi señora; pero ya sabe que el señor Kurt es perro viejo y poco da sin sacar algo a cambio. En un principio se ofreció a acudir con nosotros, pero, antes de partir, comenzó una de esas rachas de las que no lo separan de la mesa ni muerto... ya me entiende...

-Jajaja... veo que, el viejo Kurt, sigue igual que siempre. De acuerdo señor, Cauldroon, siga adelante; cuento con verle a usted y a su esposa en Brownhill.

Lily, lo vio tocarse el sombrero al despedirse. Sabía que con él se marchaba la única oportunidad de librarse de los muertos del manantial. En menos de un segundo analizó una maraña de opciones y decidió actuar. Jimmy reconoció su rostro demasiado tarde, justo en el momento en que sus labios exhalaban las primeras palabras...

-¡Sheriff Colter! ¡soy Lily!

Aquel nombre acabó de aclarar la sospecha. El sheriff dio media vuelta con la mano en el revólver y el rostro frío y desconfiado.

Jimmy no esperó y, encogido sobre el palanquín, se limitó a alzar el cañón sin apenas levantar el arma. Amartilló con el pulgar, apretó el gatillo y envió el plomo frío hacia su rival.

La bala atravesó el aire con un silbido afilado y acabó mordiendo la carne a pocos centímetros de la estrella. El sheriff cayó de su montura, emitiendo un último disparo al cielo.

-¿Pero qué has hecho Jimmy? ¡Podíamos haberle contado lo ocurrido! ¡Nos habría ayudado!

-¡Me buscan, Lily! Ni él ni ninguno de ellos, podrían ayudarme. Si de verdad quieres vivir una vida normal, debemos salir de aquí cuanto antes. Cogeremos los caballos y dejaremos el carro.

-¿Pero, y la ciudad?

-La ciudad tendrá que esperar.

Jimmy se acercó al cadáver; tomó su arma, y rebuscó entre sus ropas. Lily lo observaba desde el carro, incrédula, con los ojos encendidos.

-¿Sabes? Nada ha cambiado... seguimos alimentándonos de los muertos.

Jimmy, paró un segundo. Miró pensativo durante unos segundos el fajo de billetes antes de guardárselos en el bolsillo.

-Ahora no, Lily, ahora no... hay que seguir huyendo.

lunes, 10 de febrero de 2014

Chaparrón

Tablones cubriendo la tierra, esputos de barro sobre la piedra, flemas acuosas en paredes y tejas. Cielo gris como pelo de vieja, ironía de humedad seca, rachas de viento arrollando verjas. 
Todos afuera templando las venas, bailando en el caos con piedras, tensando las cuerdas que aguantan con fuerza: vigas, tablones, ventanas y puertas.

-¡Adelante! ¡Tiren con fuerza! ¡No dejen que ceda!

-¡DeLoyd, maldita sea, no vamos a poder aguantar! ¡Si se mueve más, caerá la viga central y el resto sobre nosotros!

-¡No caerá, el saloon no caerá! ¡Tiren como nunca! ¡Si hay alguien ahí arriba o abajo, ya va siendo hora de que nos eche una mano!

Las maderas crujían en busca de auxilio; el viento azotaba la estructura haciéndola temblar como si no hubiera nada dentro que la sustentara. Los hombres enfrentaban las cuerdas a cada uno de los vientos, buscando afianzar la forma y seccionar la fuerza del empuje.

-¿Pero se puede saber cómo demonios estaba construido? ¡Se está yendo a pique!

-¡Por todos los dioses, aguanten! ¡No son las vigas quienes deciden, sino los brazos y las piernas! ¡Cuando esto siga en pie, será mérito nuestro! ¡Esta vez, habrá victoria en las Termópilas!

El agua describía espirales en alianza con el viento, penetrando en las casas, cayendo de los tejados, encharcando sombreros y chimeneas, estando presente en todos y cada uno de los rincones de aquel infierno. Ellos, hundían bien hondo sus botas en el fango en busca de superficies desde las que poder hacer fuerza y soportaban el mordisco de la soga en los brazos hasta invocar la palidez de la carne. Pero seguían tirando, como si fueran uno. Gentes que habían decidido salir del mundo muerto para hacer algo por y para ellos; olvidar las tramas del tiempo perdido y las acciones creadas para verse en el espejo; conscientes de que el valor de algo no se juzga fijo y estanco, sino que se reconoce cambiante y mejorable.

-¡Muy bien, parece que aguanta! ¡No se relajen! ¡Tabitha y Edgar, los puntales! ¡Esas costillas van a permanecer rectas pase lo que pase!

Las cuerdas cayeron pesadas, con alguna que otra fibra rota, su sombra permanecía, rojiza, en los brazos: grandes, pequeños, potentes y frágiles, que exhaustos recuperaban ánimo y color. Algunos dejaron caer sus cuerpos, otros lucharon contra el ascua pulmonar para recuperar el aliento, mientras el traje blanco permanecía en pie, ante la maltrecha estructura de cartel torcido y los puntales a ambos lados como barco fuera del agua.

-Lo conseguimos...

El viento continuó su camino, marchando hacia el sur, llevándose consigo la bronca tormenta. Y un tímido cielo azul comenzó a reflejarse en los charcos que habían surgido alrededor del saloon.

-Pensé que lo perdía... todo el trabajo... sin apenas haber comenzado...

-Y así habría sido de no ser por ustedes. Debo confesarles que no estaba acostumbrado a concentrarme únicamente en un objetivo; observar una parte del tablero sin estar pendiente de mis propias piezas; y lo encuentro gratificante. Es agradable centrar todo el empeño sin esperar continuamente la traición.

-¡Brindemos por todo eso! -las manos cansadas del conductor se alzaron victoriosas tras encontrar en su carro el caldo ocre y reconfortante-.

-Esto... siento interrumpir la celebración, pero algo está ocurriendo allí.

El contable señalaba con insistencia el gran charco situado junto a la esquina derecha del saloon. Todos observaron, incrédulos, el agua estanca volviendo a la tierra, seguida del fango, dejando un espacio vacío y oscuro. La madera emitió un gemido, como el llanto patético de un moribundo, y los puntales comenzaron a arquearse de forma antinatural, hasta que el crujido, hondo y grave, anunció el desastre que iba a acontecer.

-¡Fuera todo el mundo!

Los troncos quebraron con un violento chasquido, enviando las mitades al cielo con el zumbido grave del peso considerable. Fieles a su huida, los celebrantes apenas tuvieron tiempo de darse la vuelta para ver la parte izquierda del saloon erguirse con honor celestial, segundos antes de que la tierra se abriera y la mitad del constructo quedara sepultado.

Ninguno encontró palabras adecuadas. Boquiabiertos, se limitaron a acercarse, guardando una distancia prudencial, y observar el río salvaje que galopaba bajo sus pies, disparando rocas contra paredes, arrollando tablas y engullendo todo cuanto antes fue estable.

El traje blanco se llevó ambas manos a la cara, respiró hondo y se dirigió al resto.

-Damas y caballeros, parece que Canatia tiene un río.

lunes, 3 de febrero de 2014

Bad Jimmy (8)

Gruta de carne. 
Cárcel de hielo y nieve
nutrida de sangre.
Cadáveres sedientos de vida, 
ocultos para calmar el hambre. 
Un hombre respira, 
templando su ira. 
Espera ansioso el momento 
en que sea su arma quien hable. 

Amartilló el revólver, apagando el ruido con la mano izquierda. Luchaba por domar sus pulmones. Los pasos se acercaban. Era necesario esperar, aguantar tensa la cuerda hasta que llegara el momento de soltar todos los demonios.

Los pasos se detuvieron, un silencio incómodo se adueñó del lugar. Vio la antorcha incrustada en la nieve y pensó que el olor a humo le había delatado; aun así, permaneció quieto, al abrigo de la oscuridad.

-¿Hola? -resonó la voz del señor Kurt-. Chico, ¿eres tú? Va siendo hora de ir al manantial...

No respondió y regresó el silencio. Tan solo los pasos alejándose indicaban que volvía a quedarse solo. Quedó quieto pensando qué hacer. Descartó seguir adelante, ya que aquel hombre estaría esperándole al otro lado; así que no quedaba otra salida que dar media vuelta e intentar trepar por la galería.

La tenue luz del quinqué le permitía evitar los accidentes del pasadizo. Devoró la distancia y respiró tranquilo al observar el hueco, aún abierto, al final de la sima. Desamartilló el arma, la enfundó y se dispuso a trepar.

Las piernas impulsaban al cuerpo mientras las manos, guiadas por el instinto de supervivencia, encontraban asidero. Continuó su escalada, saboreando la libertad con cada esfuerzo, atento a la oscuridad infinita, herida solo por el destello de una estrella solitaria. Dejó a su cuerpo a cargo del trabajo duro y permitió que su mente fuera por delante, imaginando la salida de las frías entrañas terrestres, el correr libre a través de la nieve, dejando atrás el tupido y asfixiante techo de ramas entrelazadas... y la cruda realidad lo frenó en seco; allí arriba no había más que marañas de vegetación y oscuridad nocturna. Era imposible que se vieran las estrellas, aquel destello solo podía indicar una cosa.

Un chasquido sonó limpio y claro a través de la garganta. Jimmy, liberó toda presión y se soltó de la roca. Vio el hueco alejarse a toda velocidad mientras un fogonazo iluminó el techo de agujas verdosas, mostrando el rostro del hombre con el tocado de pieles. El estruendo llegó al instante, junto al silbido y el choque del proyectil contra la piedra. Notó la caída en la espalda, un golpe fuerte pero continuado que repartía la gravedad a través del desnivel helado.

Se levantó algo dolorido; frente a él estaba el quinqué con el cristal roto y la llama casi extinta. Abrigó la luz con sus manos hasta recobrarla un poco, pero apenas quedaba mecha y el frío y la humedad acechaban hambrientos. Volvió a la sala y se apoyó en una de las paredes.

-Jimmy, no vas a poder salir -la voz del señor Kurt llegaba de nuevo a través del pasadizo-. Greg está al otro lado. Aquí te esperamos Tom, Rob y yo...

Permaneció callado, concentrado en la llama que, protegida por sus manos, se aferraba al trozo de mecha.

-Vamos, chico, sé inteligente. Lily nos lo ha contado todo, ella solo quiere seguir viviendo. No se trata de lo que debas hacer, sino de sobrevivir. Me caes bien, hijo, nadie te envió a ti al pozo, ¿verdad? Nunca pensamos en hacerte lo que a ese tipo.

La llama brillaba con una luz cálida, realizaba movimientos erráticos, alternando crecidas poderosas con caídas cercanas a la extinción.

-Jimmy, esto puede acabar ahora. Deja el arma y acércate, ven al fuego; bebe algo y toma un buen tazón de caldo. Es bueno, lo sabes. ¿Qué crees que has estado comiendo todos estos días? Tú, nosotros, hasta Lily... Seguro que recuerdas ese sabor, ligeramente dulzón y esa agradable sensación de saciedad. ¡Maldita sea, por qué crees que es tan buena el agua!

Un trozo de mecha carbonizada cae; la cantidad restante supera con dificultad el fino tubo de metal por el que asoma la llama casi extinta.

-No hay opciones, Jimmy, no te engañes. Si no vienes, caerás. Si caes, partiremos tus huesos, cortaremos tu carne y todo cuanto fuiste nos servirá de alimento, como una patética presa más. Todo por no ceder a las evidencias, por orgullo, por ser tan estúpido como para no adaptarse a la realidad. Vamos, hijo, ven.

La llama pareció recuperar su forma, de contorno bien definido y corazón vibrante. Creció, describiendo un movimiento firme y continuo, alzándose hasta el mismo techo del quinqué, justo antes de perecer.

Dejó caer la lámpara. Escuchaba, lejano, el martilleo insulso de Kurt. Repasó su situación, todo cuanto había vivido, y comprendió que nada había. Estaba cansado de huir, de mirar siempre atrás, contemplando incrédulo al maldito mundo. Buscó a tientas el revólver y lo tomó firmemente. Amartilló el arma y colocó el cañón en su sien. Descubrió entonces, que la muerte no se le mostraba terrible, no sentía el vértigo del vacío, ni la añoranza de lo abandonado; descubrió, finalmente, que si no temía a la muerte, tampoco temía a la vida. Fue entonces cuando decidió levantarse, empuñar el arma y llevarse a unos cuantos por delante.

Buscó a tientas el cadáver, que seguía en medio de la sala; subió a uno de los montones de nieve y empujó los ganchos hacia arriba hasta descolgarlo. Se llevó a su callado compañero hacia la galería y, tras hacer ruido rozando las ropas contra la pared, lo colocó justo debajo del agujero. De nuevo se produjo un fogonazo y la cara de Greg volvió a aparecer entre la oscuridad. El cadáver recibió un potente impacto y cayó; Jimmy apretó el gatillo y, mientras volvía a amartillar, movió un poco el cañón a la izquierda antes de alojar un segundo proyectil en el rostro de Greg.

Dejó a su fiel compañero de pie, apoyando la espalda en la pared y comenzó a trepar. Escaló sin pedir más esfuerzo al cuerpo de lo necesario; sin efectuar pausas, asegurando los asideros. Salió apoyando los pies en la pared del hueco, haciendo fuerza con las piernas de forma que siguiera tumbado, deslizándose por la nieve, siempre resguardado por el cuerpo de Greg. Miró a su alrededor pero no había nadie a la vista. Echó un vistazo hacia abajo y advirtió un resplandor que avanzaba por el túnel. Escuchó un disparo y vio el cadáver del hombre de la sala caer de nuevo. Guardó silencio, se colocó tras el cuerpo de Greg y esperó hasta que dos luces aparecieron en el fondo. Disparó tres veces y escuchó silbidos a su alrededor, además de algún que otro golpe seco alojado en su improvisado escudo. Una de las luces cayó; la otra reculó un momento para poder analizar bien la situación. Jimmy actuó rápido; colocó de nuevo la estructura de ramas para tapar el agujero y puso varias piedras encima, asegurándose que nadie pudiera abrirlo desde dentro. Cogió el rifle de Greg y comenzó a caminar.

A unos veinte pasos, el caballo de Greg esperaba atado a un árbol. El camino se mostraba claro a la luz de las estrellas: hacia el sur, la ciudad y el mundo; hacia el norte, el caserón y la montaña helada. Montó y dirigió al animal hacia el caserón. Poco antes de llegar, buscó un lugar oculto entre los árboles, dejó marchar al caballo y apuntó con el rifle a la casa.

El animal fue directo al caserón. Se detuvo en el claro frente a la entrada, resopló un par de veces y anduvo dando pasos aquí y allá hasta que la puerta se abrió. Jimmy seguía la línea fría del cañón hacia su presa. Observó una figura encogida que salía, caminando con dificultad. Puso el dedo en el gatillo, dispuesto a disparar, pero advirtió otra persona mirando hacia el claro, oculta, desde una de las ventanas. Dejó a la figura tambaleante acercándose hacia el caballo y apuntó con mucho cuidado al individuo que asomaba levemente por la ventana. La nieve caía pausada, sin ninguna intromisión por parte del viento, la distancia era considerable. Por el rabillo del ojo, observó a la figura tambaleante llegando al caballo, y, justó en ese momento, el individuo de la ventana se asomó un poco más. Jimmy venció la resistencia del gatillo y el proyectil salió expulsado con un grito de guerra seco y potente; rasgó la lluvia nevada hasta romper el cristal y atravesar el cuello de quien, incrédulo, apenas pudo girarse hacia el lugar de donde venía el disparo.

La otra figura, subió al caballo y salió a galope tendido. Jimmy la siguió con el rifle, esperando a que pasara cerca de su posición, asegurando el tiro; mas se detuvo al ver el rostro de Lily, gravemente herido. Intentó avisarla, pero ella seguía su alocada carrera, directa al camino, hasta que en uno de los vaivenes del animal se dio de bruces contra el suelo.

Todo quedó en silencio. El caserón se alzaba desafiante, sin ningún indicio de vida en su interior. Jimmy cambió de posición sin abandonar su escondite. Echó un vistazo a Lily que permanecía en el suelo, aunque parecía respirar, hasta que una voz surgida del caserón le hizo darse la vuelta.

-De acuerdo, Jimmy, solo quedamos tú y yo. Lamento que la situación haya acabado así; pero, te harás cargo de que llegados a este punto no pueda dejarte marchar. Imagínate lo que diría la gente de la ciudad si se enterara de ciertas costumbres un tanto peculiares. Podría ofrecerte continuar con el negocio, pero los dos sabemos que no aceptarías; ¿no es cierto?

-¡Se acabó, Kurt, está solo!

Un fogonazo iluminó una de las ventanas, el proyectil chocó contra un árbol a tres pasos de la posición de Jimmy.

-Jimmy, ¿te encuentra bien?

La voz brotó burlona desde una de las ventanas hacia donde Jimmy dirigió su disparo.

-Esto puede durar mucho tiempo. Si abandonas el bosque, estás muerto. Tendrás que quedarte allí, abandonado al frío. Yo en cambio, tengo cuanto puedo necesitar aquí dentro. Podríamos arreglar esto como hombres, cara a cara. ¿Qué me dices?

Jimmy disparó el rifle y cambió su posición; un par de detonaciones sirvieron de réplica. Escuchó un quejido leve y vio a Lily que comenzaba a recobrar el conocimiento. Se acercó, evitando hacer el menor ruido. Su rostro estaba plagado de cortes; sus ojos, aun perdidos, albergaban algo de lucidez.

-Lily, sé que va a ser muy difícil para ti, pero no hay tiempo. Necesito que me escuches atentamente...

El rifle sonó de nuevo entre el bosque, enviando otro proyectil hacia el caserón.

-¿Qué tal el frío? -un par de disparos fueron enviados a la oscuridad exterior-. ¿Crees que podrás aguantar hasta que amanezca? Primero llegarán los temblores, luego el escozor y finalmente no serás capaz ni de hablar.

Kurt siguió disparando a ciegas, estudiando con detenimiento el patrón descrito por los fogonazos. Parecía haber descubierto una sucesión en la forma de actuar de su enemigo, cuando un nuevo disparo atravesó la ventana echando por tierra sus cálculos. Disparó un par de veces hacia el lado del que quería alejarle. Empezaba a ponerse nervioso, tenía munición de sobra pero también era cuestión de tiempo que una de esas balas acabara dándole.

Otro fogonazo surgió del bosque, justo del mismo punto al que acababa de disparar. Eso solo podría hacerlo un estúpido o un loco. Accionó la palanca un par de veces más y colocó dos disparos a izquierda y derecha de ese punto. De nuevo, otro destello desde el mismo sitio; esta vez la bala sobrepasaba la ventana alojándose en el tejado.

-¡Vamos, el frío está afectándote al juicio! ¿Ya no puedes mantener ni el pulso?

La siguiente detonación no se hizo esperar, pero la bala nunca llegó al caserón. Kurt, dejó de disparar y, como un acto mecánico, volvió a escucharse otro estruendo en el bosque. Siguió esperando y ocurrió de nuevo... y otra vez. Fue entonces cuando comprendió que quien disparaba allí no hacía más que llamar la atención. Recordó ver a Lily huir a lomos del caballo y todo encajó. Cuando quiso darse la vuelta para acudir al pasadizo, Jimmy ya salía del sótano, apuntándole con el revólver.

-De acuerdo, chico; me has pillado. Sabes qué, es hora de arreglar esto como hombres...

Apenas le dedicó una mirada. Llevó atrás el gatillo hasta que liberó toda resistencia, escuchó el chasquido, el estruendo del fogonazo y el ruido absurdo del bombín cayendo al suelo.

-No veo a ningún hombre más por aquí.