martes, 27 de enero de 2015

Propuestas

Los cristales de las ventanas, empañados por el frío, filtran la luz de lámparas y candiles. Dentro, calor metálico, olor a leña y ojos expectantes. Es la segunda vez que se llena la atalaya. Casi todas las cabezas están sentadas a la misma mesa. Hoy, el hombre de traje blanco apenas habla, pues es Edgar quien tiene algo que decir. Hoy, más que nunca es necesaria la opinión de todos, pues se trata de escuchar y decidir.

-De acuerdo señores, lo explicaré de nuevo para que todos lo sepan de primera mano. Hará cosa de unos días, vino al banco un caballero del este. Un tipo bien vestido: de bombín, chaleco, traje caro y bastón; aunque sus andares dejaban bien claro que más tenía de Masterson que de señoritingo. 

Algunos de los presentes intercambiaron miradas, corroborando la descripción. Se generó un leve murmullo de ideas encontradas apuntalado por el seco raspar desdeñoso del sheriff Nake, dejando bien claro su amor incondicional por tal individuo.

-El caso es que me preguntó que a qué hora cerrábamos para poder hablar con más calma y ese mismo día, justo antes de que dejara el banco, llamó a la puerta con cinco golpes secos del cabezal dorado de su bastón. Abrí y le invité a pasar al despacho. Siempre muy agradable en el trato y educado en las maneras, me comentó que tenía intención de utilizar nuestro banco para una serie de transacciones de sumas más que considerables, dejando dichas cantidades en depósito durante un largo espacio de tiempo. No llegamos a hablar de cifras, pero solo la inversión inicial, según dijo él, superaría con creces cualquier cantidad que pudiéramos tener ahora. Cuando quise informarle de la seguridad del banco, me dijo que no estaba interesado en esos menesteres, que el dinero estaría seguro allí, ya que no eran los bandidos quienes le preocupaban. Se calló durante un segundo, mirándome a los ojos y me dijo “¿quiere o no tener un banco?” y que, en caso de haber acuerdo,  tal dinero no debería existir, o, dicho de otra manera, que no debería haber constancia de él en ningún registro. Yo le indiqué que estaríamos encantados de ofrecerles nuestros servicios, pero en condiciones normales. Me contestó que, teniendo en cuenta que mi material de trabajo es el dinero, solo un idiota rechazaría una oferta así por una cuestión de matices. Le señalé el retrato de Jed y le dije que ese hombre, nuestro fundador, era eso mismo: un “idiota”, y que por lo tanto podíamos tomarnos la licencia de actuar de tal modo. Fue entonces cuando sonrió, completamente tranquilo, y dijo sencillamente que con eso había concluido la charla; tras lo cual, se marchó.

De nuevo sobrevino el revuelo, esta vez con más fuerza. Por el campo de batalla arremetían cuentas pendientes, posibilidades y comodidades; desde el otro bando cargaban desconfianzas, suspicacias y futuras deudas.

Edgar levantó ambas manos, buscando la atención y alzó un poco la voz.

-Lo sé. Algunos visteis con malos ojos la forma en que actué y así lo habéis transmitido. La pérdida de una oportunidad de oro. Pero he visto actuar a esa gente. Decirle que sí supone entrar a un juego de amos y esclavos; el alcalde los conoce bien. 

DeLoyd jugueteaba con el rostro augusto de su anillo y asintió pesadamente al recordar la alimaña que nacía en las entrañas de algunos chalecos y trajes elegantes, formada con la carne de desgraciados y la sangre de canallas y pobres deudores.

-Esas cantidades salen de robos y atracos, en el mejor de los casos. Y no me refiero a los cuatro infelices que se juegan el cuello por un puñado de dólares. Sino a las sumas conseguidas por infinidad de esclavos que, por pagar favores que les mantengan a flote, engrosan el capital de tipos como ese. Este pueblo es un dulce para ellos, alejado de todo, sin ferrocarril, tan insignificante que jamás llamaría la atención. El lugar perfecto para el cambio de dinero.

Las miradas se posaron sobre la mesa y las bocas quedaron selladas. Podía escucharse el chirrido de las mentes en bucles de reflexión. En un instante, grandes cantidades de dinero se amontonaban y esfumaban, analizando diferentes opciones. Una y otra vez, salieron a flote los inicios, el camino recorrido, las necesidades del presente y las esperanzas futuras. El qué y el cómo. Y si el fin justifica los medios o son estos quienes lo pervierten.

-Lo que le dije, dicho está. Cuando se marchó, solo me quedó una esperanza. Hombres de este tipo los hay de dos clases: los que una vez rechazada su propuesta dedican sus esfuerzos a buscar otro lugar y los que, bien por orgullo o desesperación, no dejan su presa hasta hacerse con ella. Pues bien, este pertenece al segundo grupo. Tengo aquí un mensaje traído por Ángel esta misma mañana; dice lo siguiente: 

“Apreciado señor E. Miller. Considero concluido el tiempo necesario para valorar mi propuesta. Acudiré en breve para conocer su parecer. Convendrá conmigo en que no existe mejor opción que el acuerdo. Atentamente, E. P. Moodley.”

-Llevo todo el día pensando cómo decirles esto. Pero, después de hablar con DeLoyd, esta parece la forma más adecuada. La situación en la que nos encontramos no es en absoluto agradable. Hay que decidir si aceptar la coacción, disfrutar del dinero y sufrir las exigencias futuras; o bien seguir actuando como idiotas, mantener el control de nuestro pueblo, rechazar su propuesta y estar atentos ante su próximo movimiento. No os engañaré, hablamos de cantidades importantes que no existirán legalmente pero de las que sí que podríamos hacer uso y abuso, entre otros, con la misma gente que el señor Moodley traiga. El mismo uso y abuso que podrán hacer con nosotros llegado el momento en que sea necesario. Mi opinión ya saben cual es, pero acarreará consecuencias. Ahora el momento de decidir es el suyo.

lunes, 19 de enero de 2015

Condenas


La luz anaranjada del sol ilumina la casa de adobe, el pequeño cerco blanquecino que la rodea, su puerta y sus ventanas; tras las esquinas, la oscuridad azulada oculta la cal y emborrona tierra, hierbajos y cactus. Tres figuras apostadas a tiro de rifle de la entrada, parapetados tras un par de rocas y un carro cruzado. Silban los plomos, astillando madera, adobe y cal, en busca de carne, huesos y sangre.


El Dr. Well se asomó lo justo, situó la mirilla en una de las ventanas y comenzó a apuntar un poco más a la derecha, para compensar el viento. Antes de apretar el gatillo, otro estruendo sonó y la chistera voló por los aires.

-¡Magnífico disparo! ¿Han visto, casi me devuelve a la tierra?

Lily respondió al fuego, pero nada se escuchó; solo la estela de humo bailaba burlona, como único testigo de la presencia del tirador.

-¡Mierda! ¡No hace más que moverse! ¡No hay manera de darle!

Jimmy echó un vistazo a su alrededor. Salvo las rocas y el carro, no había otro parapeto hasta los treinta pasos que les distanciaban de un sagüero. Se puso en cuclillas, acercándose lo máximo posible al extremo del carro y calculó la carrera hasta el gran cactus; pero otro rifle rugió exigiéndole, entre esquirlas de roca, que mantuviera su posición.

-¡Maldición, doc! ¡Dijiste que estaría solo!

Well volvía con su chistera, pasando el dedo por el agujero que había dejado la bala, a pocos centímetros de donde solía estar su cabeza.

-Y está solo, joven Jimmy; al menos en parte.

Un par de proyectiles mordieron el carro; uno de ellos salió despedido hacia una de las rocas y pasó silbando entre los caballos, que seguían a cubierto tras la improvisada barricada. Estos comenzaron a relinchar y a moverse frenéticamente; Lily dejó un momento el rifle y acudió a calmarlos. 

-¿Y qué demonios quiere decir “en parte”?

Jimmy disparó casi por inercia: apretó el gatillo, accionó la palanca y, antes de que el casquillo tocara el suelo, volvió a enviar otra bala hacia el mismo destino. 

-Bueno, estaba casado con una mejicana; Luz se llamaba. Una muchacha muy agradable y servicial.

Otro disparo les obligó a agacharse instintivamente. Lily volvió a coger su rifle, lo cargó de nuevo y, tras asomarse ligeramente por uno de los lados del carro, esperó el siguiente fogonazo, antes de desvelar su posición.

-Pues, doc, parece que ha cambiado de mujer.

-Esto no tiene sentido. “El seco” no es hombre de bravadas gratuitas. Solo demuestra el valor cuando le es de alguna utilidad. A estas horas, hace tiempo que habría aprovechado la situación para huir, mientras el otro tirador nos mantiene a raya.

Jimmy resopló y tras negar levemente con la cabeza, apoyó la espalda contra la roca y miró al viejo doctor.

-¿Y si tienen algo que proteger? Algo demasiado pesado para huir...

El doctor abandonó la posición de disparo y, tras quitarse la chistera, se colocó al lado del futuro ayudante de sheriff.

-Eso es imposible. El resto de la banda se encuentra paseando en barca con Caronte o picando roca tras el desastre de hace poco más de un mes. Hágame caso, joven Jimmy, este caballero no ha tenido tiempo ni ganas de plantearse siquiera regresar a sus quehaceres.

-Pues entonces ya me dirás, doc; pero esto no tiene buena pinta. 

Lily, mantenía la vista clavada en la casa; el rifle cargado y el dedo rozando la guarda del gatillo.

-Bueno, cuando los señores quieran acabar su reunión, quizás podríamos decidir algo. Parece que han dejado de disparar, pero de momento soy la única que se juega el cuello.

Well puso sus manos a ambos lados de la boca, tomó aire y, sin moverse del sitio, habló con todas sus fuerzas.

-¡Pancho, amigo! ¡Soy yo, el Dr.Well!

Tras un leve silencio llegó una voz del otro lado.

-¡Hola, doctorcito! ¡Es fácil reconocer tus andares de zopilote y ese sombrero roñoso! ¿Que tal todo? ¿Algún agujero nuevo?

-¡De momento no hay ningún mal que debamos lamentar; salvo quizás cierto nerviosismo en las bestias por lo intenso de la tormenta! ¡No negaré que ha sido un comienzo divertido; pero, a qué viene tanto recelo, mi buen amigo?

-¡Sigues siendo una vieja chachalaca! ¡No es recelo, compadre, solo ganas de abrirte un agujero en las tripas! ¡Y vienen por el gringo que te acompaña y esa mujer de pelo blanco! ¡Las noticias vuelan!

-¡Eso facilita las cosas! ¡Le comentaba, aquí a mi amigo, lo extraño de su proceder; pensaba que haciendo uso de su más que legendaria astucia, Pancho “el seco” estaría ya lejos de aquí! ¡No obstante, me alegro de que haya decidido quedarse! ¡Más aun me alegraré cuando venga con nosotros!

Jimmy y Lily buscaban un reflejo, un movimiento, el más mínimo indicio de la situación de su presa; cuando una voz femenina brotó de la casa.

-¡No señores, Pancho no sale de aquí! ¡Ni va a huir, ni se va con ustedes!

El viejo doctor abrió los ojos sorprendido al reconocer la voz.

-¿Luz? ¿Es usted, señorita Luz?

-¡Señora Luz, don Well! ¡Mujer de Pancho Sarcos Piedra!

-¡Un placer señora Luz, lamento tener que decirle que su marido se encuentra en busca y captura! ¡Y que es nuestro deber entregarlo a la justicia!

-¿Y qué justicia es esa? ¡Porque mi marido no es más que un "pelao" lo bastante hombre como para hacerme 12 hijos, que se pasó los años buscando la forma de no parar por casa! ¡Pues eso se acabó, señores! ¡Les juro por la virgen que no van a llevárselo, porque pienso poner todas mis entrañas en cada una de las balas que vayan hacia allí! ¡Y tampoco va a huir, porque como intente abandonar esta casa, pienso dejarlo muerto aquí mismo! ¡Así que ustedes verán! ¡Si no les van a pagar por dos difuntos, dense media vuelta!

-¡Se ha explicado a la perfección, señora Luz!

Y sin decir nada más el doctor Well se incorporó, sacudió el polvo de sus ropas, se colocó la chistera y comenzó a preparar los caballos.

-Pero... ¿se puede saber que haces, doc?

-Ya la ha oído, Jimmy. Esa no va a ceder, cueste lo que cueste. Y no serán los muertos quienes le ofrezcan su nuevo trabajo. Necesitamos capturas, hombres vivos que demuestren que es capaz de arreglar las situaciones de un modo civilizado...

-¿Y ya está? ¿Les dejamos? ¿Así de fácil?

Lily soltó el rifle, miró a Jimmy, bajó la vista y comenzó a ayudar a Well.

-¿Tú también? ¡Venga ya, si son nuestros! ¡Es solo cuestión de tiempo!

-Señor One, no se trata de ganar, sino de capturarles. No lo convierta en algo personal, porque, a ese nivel allí solo veo un ladronzuelo y una pobre mujer con 12 bocas que alimentar. Comprendo la herida en su orgullo pero dejó atrás el tiempo de vivir matando. ¿De qué le sirven el hambre y la sangre que va a provocar? ¿Y la posible venganza de alguno de los hijos?, ¿o también piensa acabar con ellos? Vamos, amigo, sigamos nuestro camino y olvide este lugar, como si nunca hubiera estado en él. Y si no es capaz de hacerlo, y le sirve de consuelo, piense en la vida que le espera al pobre Pancho; pues le aseguro que tiene mucho que pagar entre esas cuatro paredes... Ah, si la hubiera visto hace años... preciosa y cálida Luz de la mañana, cuánto mal sufrido, ahora gélida y cegadora.

lunes, 12 de enero de 2015

Paganos


Un rayo hiere la inmensidad oscura, blanco vivo sobre negra bruma. Queda grabado en el cielo, el eco incandescente; borrado por el rugido del trueno, ronco, cavernoso y potente. La primera gota, exploradora, acelera su vuelo hasta que en su destino se estrella. Pronto le siguen las otras y, tras un instante, no existen rayos ni truenos, ni noche ni cielo, solo aguacero insistente que moja la ropa, cala los huesos  y nubla la mente.


No tardaron en perder el camino entre la cortina de agua y el fango. Los caballos obedecían las órdenes desafiando al ambiente; pronto notaron la duda en las riendas y comenzaron a caminar con recelo, temiendo en el próximo paso, el mal yaciente. 

No había otra opción salvo acudir en busca de lugar seguro. Fue Fred quien aguzando su vista, descubrió entre destellos y bramidos, los palos y pieles, enhiestos sobre una colina, de los tipis indios de la reserva.

Y hacia allá fueron, luchando contra ellos mismos, contra la tormenta y las fieras. Ocultando el rostro bajo el sombrero, usando una mano para calmar al animal, enrollando en la otra, fuertemente las riendas. 

Al llegar recibieron rostros tristes de caras largas y tiesas. El silencio amargo de quien ha perdido el cielo, el aire y la tierra. A ellos saludó el reverendo: humilde, respetuoso, agradecido y contento. En un vistazo reconoció su credo e hizo alusión a él con el tacto y distancia que todo blanco debe presentar para no levantar recelo. La respuesta no se hizo esperar y pronto tuvieron calor y mantas, un lecho donde descansar y cuenco frugal, más para calmar el ánimo que el estómago. Hablaron largo y tendido de los viejos tiempos, de bisontes en las praderas y pájaros en los cielos; de cuando “el pueblo” viajaba libre sin límites ni fronteras; ni precios ni medidas, adscritos al suelo.

Salieron al alba, desayunando ligero, pues no puede pedírsele mucho a quien poco le queda. Cabalgaban sin prisa bajo un cielo limpio, al abrigo de un sol naciente, inmersos en el aroma húmedo de hierbas y tierra.

-Jamás pensé, reverendo, que le escucharía hablar de espíritus y salvajes. Más bien esperaba cierta repudia y el anhelo de que un punto de claridad infundiera en sus mentes la revelación divina.

-Sabes muy bien, Fred, que no son sino caminos para un mismo fin. Creados para ser recorridos por gentes de una forma y carácter, un pensamiento y un sentir. Si bien el problema estriba a veces, en que no todos los habitantes de un mismo lugar responden por igual a esos criterios; en esta tierra existen multitud de credos para todos aquellos que buscan templanza, coraje y consuelo. No importa el credo si el seguidor lo cree; importa el acceso a la fuerza y el solaz que el creador otorga a su siervo. Te diré, si me apuras, que hasta los ateos acuden a una suerte de ímpetu, empuje o fuerza interior, un ánimo invocado para arremeter contra los escollos que expone la vida y, algo que te confieso me fascina, en dicha creencia la nada que queda al final ya no es vacío y amargura, sino que se convierte en el principal potenciador de la vida; pues la intensidad de la llama solo se valora al completo cuando esta se esfuma. Así pues, no tiene sentido acusar a quien de otro modo cree. Lo más sabio es hacer como los antiguos y preguntar “cual es tu fe” al que tu umbral atraviese.

-No sé, reverendo. Es cierto que a su lado he visto creencias habidas y por haber, con cambios más relacionados con cómo se organiza y quien manda a quien, que a relevancias etéreas; pero lo de los salvajes...

-Todas son diferentes, pero también afines. Ellos ven al creador en todas las cosas, ¿acaso esa idea no te es familiar?, ¿qué más da cómo lo llamen? Solo dos excepciones podría exponer. La primera es aquel a quien le resulta incómoda o increíble la fe que profesa, ya que difícilmente hallará en ella motivo de dicha. La segunda responde a aquellas creencias que niegan o anulan a una parte de sus seguidores, sea blanco, negro, amarillo, niño, anciano o mujer; ya que, aunque parezcan felices, nadie alcanza la dicha aceptando que el mal reside dentro de su ser. En algunas creencias son estos mismos estigmatizados quienes reproducen y defienden dichos valores; aunque parezca extraño es comprensible, ya que si ello no pasara al siguiente, ¿qué sentido tendría el sufrimiento vivido? no tendría provecho ni justificación, por lo que se enquista la culpa de lo aceptado, en lugar de provocar la búsqueda de libertad para el siguiente.

-Bueno, de acuerdo. Digamos, pues, que hablamos en sus términos y así estamos a buenas con ellos; porque del resto de cosas me pierdo. Pero hay algo que sigo sin entender lo mire por donde lo mire...

Zek seguía al paso, con las palabras de Fred rondando a su alrededor como moscas incapaces de alterar su rostro ausente, fijo entre el marrón y el azul anaranjado del horizonte.

-Te diría que la solución pasa por dejar que cada cual escoja su creencia, ya que si bien todo el mundo puede destacar en una tarea, solo en aquello que uno escoge libremente puede alcanzarse la excelencia. Y debe ofrecerse todo el tiempo que da la vida para tal decisión, ya que dar a escoger a alguien, en breves instantes, entre cambiar de vida o seguir con lo conocido, es apostar por lo segundo teniendo al miedo como as en la manga o valido.

-Si todo eso está muy bien. Respetamos a esa gente y su creencia y la forma en que ven el mundo. Les tratamos con agradecimiento y prudencia, ya que somos sus invitados, pero lo que de verdad quiero saber es a qué demonios venía tanta generosidad, lo que me atenaza las tripas y me remata es por qué que pensó que era buena idea darles el poco dinero que nos quedaba.

-Fred, amigo, debemos mucho a esa gente; todo ese vasto territorio de sus cuentos y leyendas es el suelo que ahora pisas; toda la caza que no pudieron darte, todas sus gestas perdidas, no son sino la cuna de nuestros éxitos, nuestra libertad y nuestras conquistas. También tiene algo de peso, por supuesto, que ese dinero llevaban observándolo desde el primer momento en que entré y vi claro en sus ojos que estaban ansiosos por aceptar el bello brillo del metal en lugar de la oscura sangre de nuestro cabello.

lunes, 5 de enero de 2015

Destinos

La madera cruje bajo el porche al balancearse la silla, acompañada por el golpeteo seco de una puntera; dos figuras permanecen calladas, armadas junto a la puerta. Frente a ellas, se expande amplio el verde pasto del rancho, con el cartel y los postes como único límite. A su espalda, la mansión cierra ventanas y puertas; dentro dos hombres, en torno a una mesa, hablan con el alma de sogas y sombras.

Buenas botas, chaleco rico, sombrero ancho adornado y porte distinguido; cuerpo robusto, pelo cano, ojos heridos por el recuerdo y rostro quebrado. Rozó el vaso de cristal fino y observó la mesa labrada, la botella obscenamente cara y el valioso metal que relucía en su mano.

-¿No hay alternativa, verdad?

Traje de parches, chaleco ajado, chistera moldeada por los años y porte abatido; cuerpo pequeño, pelo escaso, ojos llenos de vida y rostro avispado. Apoyó ambas manos en el borde de la mesa, recostándose en el respaldo de terciopelo verde, dejando que los pies colgaran ligeramente. Miró un segundo a su viejo amigo y suspiró.

-No. O vas con el tipo que espera ahí afuera, o será el sheriff Cougar quien te dé caza.

-¿Cómo se ha enterado?

-”El seco”.

Los dedos se cerraron con fuerza alrededor del vaso, aplastándose contra el cristal. El caldo tembló un poco, parecía apunto de despegar, pero se aflojó la presa y no llegó a alzar el vuelo.

-Me dio su palabra.

-Supongo que todos tenemos un precio. Estoy seguro que el suyo fue difícil de abordar.

-Podría defenderme.

-Si viene Cougar sabes que no habrá marcha atrás. Vendrá con gente y no querrá acabar rápido. Recuerda las cinco balas: pies, manos y estómago; hasta que la muerte te encuentre ahogado y cansado de tanto gritar. Aunque lo realmente terrible es que si te encuentra aquí, Alma y tus hijos también morirán. Nadie quiere llevarse eso a la tumba.

Resopló nervioso, con los ojos llenos de ira roja, apunto de verter la impotencia. Tosió un par de veces, hasta expulsar las espinas de la garganta y conseguir sacar la sombra de su propia voz.

-¡Maldito sea “el seco” y su precio!, demasiado bajo ha sido si alguien lo ha podido pagar. ¡Así se lo lleve el diablo!

-En eso sí puedo ayudarte. Dime dónde encontrarlo y me encargaré de que cuelgue de una soga antes de que llegue tu noche.

-Antes de nada, prométeme una cosa.

-Tranquilo, Alma no sabrá más de lo necesario y haré que le llegue todo el dinero de la recompensa. Tienes mi palabra.

Resoplo de nuevo, escupiendo el aliento. Miró a su alrededor: la lujosa mampostería, el gran caserón, el retrato de su familia y todo cuanto había construido tras una vida de pólvora, oro, sangre y violencia. Había conseguido engañar al destino, disipar su pasado y abrirse un camino nuevo; pero ahora aquel pequeño tipo venía a arrastrarle de nuevo al pozo, ofreciéndole el menor de dos males. Ahora, todo cuanto le rodeaba se le antojó lejano, etéreo; como si estuviera soñando la posibilidad de otro. Cogió con fuerza el vaso y vació el caldo de un trago; por primera vez en años, notó el vapor brumoso y los mil y un matices dulzones ocultos tras el calor, jugueteando chisposos en nariz y en boca, y en el fondo hondo del paladar.

-De acuerdo...

* * *
La puerta se abrió y dos manos se ofrecieron a Jimmy. Este ató con fuerza las muñecas y Lily condujo al preso, a punta de escopeta, hasta el carro. El Dr. Well salió después, serio de rostro, y se limitó a seguirle con la mirada.

-Ya tengo otro: Bill “el seco”, hacia el norte.

-Bien hecho, doc. Ya puedes echar un buen trago; por este dan más de lo que podrías beber en una semana.

Well seguía con la mirada fija en el carro, como si una parte de él estuviera dentro. Parecía más alto, más viejo y consumido, sin rastro de la jovialidad que le caracterizaba.

-No habrá dinero esta vez. Todo lo que cobremos debe llegar a su familia; a cambio os daré la mitad de mi parte del resto de las capturas. Y, Jimmy, hacedme un favor los dos; pase lo que pase, no debe saber que el sheriff Cougar murió el verano pasado.

-Como quieras, hablaré con Lily. No será difícil, tampoco pensaba charlar con él... ¿Doc, estás bien?

-No te preocupes. Tú limítate a seguir con las capturas y hacer que esto llegue a buen puerto. No tengo ganas de hablar, hoy tengo más sed que nunca. Solo espero, por todo lo sagrado, ver esa estrella en tu pecho y que todos tengamos un hueco en esa Canatia.