lunes, 21 de diciembre de 2015

Mejoras

Ilustración de Cortés-Benlloch

La luz de la mañana, grisácea y tenue, aclaraba la tierra escarchada de la única calle del lugar. Dos hombres acudían a su encuentro. Uno, de andar cansado, traje recio y cara afligida; otro, de caminar irregular, rostro redondo e indumentaria formal.

Peter caminaba con los acontecimientos recientes enmarañando aun la razón. Aceleró el paso, devorando la distancia en que el saludo es irrelevante y la mirada se vuelve incómoda, hasta que una clara sonrisa apareció en el rostro del Sr. Cook y las palabras se llevaron todo recuerdo de la disputa.

-Peter Hill, buenos días tenga usted.

-Buenos días, Cook. ¿Qué tal van las cosas?

-Pues la verdad, no puedo quejarme. Las cosas van muy bien últimamente. Mire lo que me acaba de llegar.

El Sr. Cook sacó la mano de su chaleco y mostró un reluciente reloj de bolsillo dorado. Pasó el pulgar por él, acariciando el grabado en que aparecía su nombre: Eliah P. Cook.

-Es de uno de los relojeros más reputados del país, hecho expresamente para mí con los mejores materiales; nada de baratijas. La maquinaria es increíblemente precisa y en la esfera aparece, marcada con mis iniciales, la hora de mi nacimiento.

-Ha debido costar lo suyo.

-Lo suyo y lo mío, amigo. Pero ya le digo que ha valido la pena. Llevaba meses esperando que llegara.

Estaba encantado con aquella pieza. La admiraba, abriéndola y cerrándola una y otra vez, mientras hablaba.

-Ciertamente, desde que comenzaron a venir todos esos señores de ciudad, las cosas han mejorado bastante por aquí. Pero qué le voy a contar a usted. Seguro que recuerda el tiempo lejano en que se veía obligado a dormir en un cuartucho, junto al resto de trabajadores.

-Ya lo creo. Como para olvidar aquellos días y el hedor de la habitación. Aunque guardo un buen recuerdo del viejo Gus, de Nat, Alfred y los demás.

-Por fortuna, las cosas han cambiado mucho para todos. Mi tienda nada tiene que ver con lo que era y ahora usted puede disfrutar de casa propia y un trabajo con el que vivir cómodamente.

-Cierto, ahora mismo iba a ver si Tom ha podido arreglar el eje del carro, ayer empezó a hacer ruidos y prefiero ir antes de que sea demasiado tarde.

-Sabia elección. ¿Y su señora, qué tal está?

El rostro de Peter se ensombreció.

-Está bien, aunque algo preocupada. Al parecer ha llegado una chica nueva al hotel, parece algo más joven e inexperta de lo acostumbrado... pero bueno, son cosas de mujeres, supongo.

-Por supuesto, amigo. No debe preocuparse, se trata de tribulaciones innatas a su género; más aun teniendo en cuenta su infeliz pasado.

Peter encajó mal aquellas últimas palabras y un golpe de calor se concentró en su rostro.

El Sr. Cook leyó su expresión y se apresuró a embrear su charla.

-Pero es comprensible. Está bien que ocurra en ellas; forma parte de su naturaleza y a ella deben responder. Toda esa simpatía, esa conexión extrema que roza lo absurdo, se tornará virtud en el momento de cuidar la progenie. Nuestro caso, por otro lado, es diferente. Debemos permanecer al pie del cañón sin que nada ensombrezca nuestro ánimo. Uno no puede permitirse ese tipo de sensibilidades.

El Sr. Cook observó de nuevo el reloj, deteniéndose en el pulido especial de los bordes, la tibieza sedosidad del metal y el trazo regular y armonioso de las marcas de la esfera. Empujó con delicadeza la tapa, regodeándose en la suave presión y el claro y limpio chasquido del mecanismo de cierre, y una sonrisa infantil apareció en su rostro.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Semillas

Observaba, entre las esquinas heladas de la ventana, la puerta ya cerrada. Seguían presentes en su memoria los ojos asustados de aquella joven. No hubo sonidos, pero resonaba el ruego suplicante en su cráneo, mientras maldecía la gélida zarpa que aprisionó su cuerpo y su voz. Quisiera haber podido avisarla, haber evitado su entrada y detener, con solo un gesto, el fatal desenlace que había comenzado cuando aquella joven traspasó el lujoso umbral.

Un carraspeo, seguido de un golpe de tos seca y arrancar de flema, la extrajo de su ensimismamiento.

Rascar de ropa interior de cuerpo entero, chasquido de lengua y pasos arrastrados hasta la jofaina.

Escuchó el sonido de agua vertiéndose sobre recipiente de porcelana, resoplidos y frotar húmedo de rostro y toalla.

-Buenos días, mujer. ¿Qué haces ahí?

Se giró con una sonrisa amplia, de fondo triste.

-Buenos días. Ha llegado una chica nueva al hotel del Sr. Thorn.

-Ah.

El hombre dejó la toalla y apartó una de las sillas de la pequeña estancia; se acercó y colocó ambos brazos sobre la sencilla mesa de madera. A su espalda, la cocina rugía entre llamas y ascuas, y brotaba, humeante, el agradable aroma a café.

-Peter, es solo una chiquilla.

-Algunas empiezan pronto, Lisa... Bueno venga, ¿vamos a desayunar o qué?

La mujer puso un plato con carne seca, huevos y algo de pan ante su marido. Cogió la cafetera, envolviendo el asa con un trapo, y se detuvo un segundo.

-Pero es que ella no es de esas.

-Lisa, dejémoslo estar, ¿de acuerdo? ¿Has hablado con ella acaso? Es asunto del Sr. Thorn.

El hombre masticaba feliz y acercó la taza en busca del caldo negro.

-¿Y tú?, ¿no comes?

Ella se sentó frente a él, apoyando las manos delicadamente.

-No, no tengo hambre.

Él cerró los ojos y resopló.

-He dicho que lo dejemos estar. ¿Me oyes?

-Pero, Peter, es que estoy segura de que esa chiquilla no es de esas. No sabe dónde ha acabado. Solo de pensar todo por lo que va a pasar...

El hombre descargó el puño cerrado y comida y café se mezclaron sobre la mesa.

-¡He dicho que no se habla más! ¡Eso es cosa del Sr. Thorn y nosotros no tenemos nada que decir! ¿Tengo que recordarte que si no fuera por él, tú aun seguirías allí, entre esas cuatro paredes? ¡No olvides que fue él quién te permitió venirte conmigo! ¡Es él quién ofrece el trabajo que trae comida a la mesa y mantiene vivo este pueblo!

Ella dejó el silencio como respuesta y quedó la bruma eléctrica flotando en el ambiente. 

El calor latía en las sienes del hombre, producto de la ira que brotaba, fruto de la contradicción. Cogió la taza y bebió el poco café que quedaba aun dentro, apartó el plato y se levantó.

Ella lo siguió con la mirada mientras se cambiaba en el dormitorio. Siguió sin decir nada hasta que escuchó un acallado "Adiós", acompañado de un portazo, y se dirigió de nuevo a la ventana, fijando la vista en el lujoso hotel.

Abajo, el hombre cruzaba la calle con paso nervioso. No pudo evitar echar un vistazo arriba y sus ojos se cruzaron; bajó la mirada y continuó su camino. A lo lejos, distinguió los descompasados andares del dueño de la tienda local y acudió a saludarlo.