En los 80, 90 disfrutamos una oleada épica que rompía moldes. Fue un momento en el que el hecho de que un individuo pudiera matar 1000 enemigos de un espadazo sorprendía por la acción pero no por la proeza, ya que era una cualidad que ya se suponía en el personaje.
Ahí empecé a ver que la gesta reside en la diferencia entre el héroe y su cometido. Y a partir de entonces comencé a descubrir unos héroes que no lo parecen, que carecen de cualidades superiores a su entorno y que, a pesar de ello, luchan por un propósito que todos aseguraríamos perdido. Es quizás la épica del cabezota, tenaz para que quede bien, que se ve obligado a luchar contra sí mismo, a la vez que contra el mundo, para descubrir a ambos realmente.
En esa misma época, por estas tierras nace la editorial de rol Joc Internacional que junto a otras traía juegos donde un colt bien dirigido provocaba funeral y ficha nueva; donde un constipado era más peligroso que una bola de fuego y donde los primigenios o el maligno estaban a años luz del potencial y magnitud que podía llegar a alcanzar cualquiera de los héroes que decidían enfrentárseles. Y aun así, ahí rodaban los dados a vérselas venir y a apañarse con lo que tenías.
Ilusos y cabezotas; buen mantillo.
A este panteón pertenecen héroes tan dispares como un tipo normal de pueblo, sobrino de un terrateniente, y un jardinero que se patean medio mundo en guerra, plagado de letales guerreros, atravesando un océano de huestes crueles, con el cometido de llevar el arma más poderosa jamás creada hasta el mismísimo centro del enemigo y allí destruirla; ahí lo dejo.
En este Olimpo tiene su sitio reservado una niña: única nota de color libre, un soplo de aire fresco que sacude con la misma fuerza que un huracán un mundo de hombres grises que pasan su vida acumulando tiempo para ver, aterrados, cómo se escapa entre sus manos como si de ceniza al aire se tratara.
Aquí pertenece por derecho propio un pequeño tipejo que decide ser mago, pese a no tener capacidad ni idea ni nada que se le parezca, y ahí que va trastocando su propio mundo y el de los que deciden acompañarle, hasta el punto de que todos generan su propia gesta.
Es un paraíso donde el protagonista de una profecía que con un fragmento de cristal debe restaurar un mundo entero, no es más que un individuo de una especie no demasiado robusta, que apenas ha visto más allá de su hogar. Un individuo que buscará la compañía de otra de su especie y con quien demostrará que dos pueden caminar uno al lado del otro y que a veces las gestas pueden realizarse entre varios.
Tenemos también una joven para quien un trabajo de canguro se convierte en la mayor locura en la que se ha podido meter y, seguramente, se meterá en toda su vida. Debiendo atravesar el más extraño de los laberintos para recuperar a la tierna criaturita perdida que cuidaba, que, dicho sea de paso, no lo pasa nada mal.
Descansa aquí también un niño que vive, a través de un libro, otra realidad en la que entra en la piel del héroe y de alguna forma se transforma a sí mismo.
Y, por supuesto, está el primero de todos, mucho antes que todos los demás, y posiblemente uno de los más grandes; aquel tipo enclenque que se calza una especie de orinal para echar las aguas del barbero por casco y va junto a un campesino regordete, y más espabilado de lo que parece, "desfaciendo entuertos" en una suerte de equívocos y estupideces entre los que podía verse, en el eco de cada carcajada, lo mal que está el mundo en el que viven, lo canallas que son los "listos" y cómo gobiernan los que gobiernan... a este último habría que escucharle más veces, porque es otro cabezota de esos que opina que lo de "la vida es así" es el primer paso para que lo siga siendo. Este es el que peor acabó de todos, tuvo que morir dos veces y reconvertirse; quizás por eso al resto los pusieron en otros mundos, claramente oscuros y terribles, donde poder pensar que tendrían alguna oportunidad.
Así andaba la cosa y lo cierto es que funcionó. No en vano hay que ver cómo se eleva el poderoso Conan cuando tras verlo masacrado, vapuleado y colgado de un árbol a merced de los buitres, vuelve al campo de batalla con uno de los rezos más icónicos de estos cabezotas:
Crom, jamás te he rezado, no sirvo para ello. Nadie, ni siquiera tú, recordarás si fuimos hombres buenos o malos, por qué luchamos o por qué morimos. Lo único que importa es que, hoy, dos se enfrentan a muchos. Crom, el valor te agrada. Concédeme pues una petición, concédeme la venganza. Y si no me escuchas... ¡Vete al infierno!
En esta época Alan Moore jubila a Superman bajo el nombre de Jordan Elliot. Vemos como un granjero puede ser Jedi. La búsqueda del asesino de su padre convierte a un espadachín en héroe. Y una pareja continúa uno al lado del otro pese a estar condenados a no volver a verse, desterrados la una a la noche y el otro al día.
Funcionó, y funciona.
Una de las mejores épicas del hombre de acero llega entre el 2005 y 2008 al ponerle contra las cuerdas, en una carrera contra reloj ante la muerte.
En el 2007 un remake nos puso en la piel de un granjero que por su familia decidió acompañar al peor de los asesinos a su destino, aun cuando nadie estaba dispuesto a hacerlo, sin importar el coste.
Más o menos por esas fechas nace otra obra de las grandes, una que aúna todo lo dicho, en que unos ratones, haciendo frente a su propia naturaleza, se plantan y consiguen hacerse hueco en un mundo grande e inhóspito que, en principio, lo tiene todo ganado.
Hace relativamente poco que acompañamos a un grupo de chavales normales, en su lucha contra algo que bien recuerda a los primigenios del de Providence, con todo el sabor de los 80.
Y fue el año pasado cuando volvió a la pantalla la historia del Cristal, esta vez tiempo antes de aquel joven de la profecía, contándonos una vez más la resistencia de los que no pueden contra los que lo tienen ganado.
Y, personalmente, espero que siga así; que continúen con la épica del iluso y el cabezota; aunque caigan, aunque mueran. Pasaremos un buen rato, porque está claro que es fantasía, cosa de niños y frikis, algo que espero no dejar de ser del todo nunca. Solo cuentos y leyendas.
Porque solo en la leyenda se puede luchar contra lo magnífico, contra lo que es más grande y engloba todo. Solo ahí se puede restaurar un planeta, devolver color y valor al tiempo, demostrar que una gesta puede hacerse entre varios, plantarse contra los que lo tienen todo ganado y batirse contra uno mismo para conocerse realmente... más que nada porque la "vida es así".