En medio del pasillo, un único fluorescente parpadea epiléptico fotografiando
instantes aparentemente idénticos; losetas quebradas, mugrientas, plagadas de insectos y pintura de pared repleta de tumores, soplada desde dentro por algún ser húmedo y frío.
Dos ojos
curiosos recorren el espacio a golpe de nervio óptico y graban en la
memoria la información vital.
Se oye un chasquido, el tubo abandona el parpadeo y mantiene su luz.
Resuenan pasos por la estancia. Él, permanece inmóvil, concentrándose en el rítmico caminar, para arañar algo de información. Mas el sonido cesa y el tubo vuelve a su errático titilar. Aguanta estático, hasta amansar el tembleque que nace de su mandíbula.
Una vez recuperado el control, concentra toda su atención en la pierna y comienza a levantar el pie. Nota la resistencia de la suciedad agarrando la suela. Respira hondo y tira hacia arriba. Se escucha el crujido del lengüetazo de pegamento al romper cada uno de sus hilos.
Con el ruido, el fluorescente vuelve a emitir su luz. Un bramido gélido atraviesa la sala. Él, nota sus músculos agarrotados; muerde los labios, quemados del frío, para no gritar de dolor. Quieto, observa las paredes; incrédulo, ante el asfixiante boqueo de los tumores desconchados. No osa moverse, rebusca algo de calma y espera hasta que el tubo vuelva a su baile epiléptico.
Esta vez, entre los parpadeos, descubre el brillo de un pomo envejecido. Recorre a tientas con los dedos la distancia, hasta notar el frío mohoso del metal. Con sumo cuidado, cierra la mano y prueba a girar. Surge un pequeño chirrido. Aterrado, relaja los músculos de la mano y contempla con alivio el parpadeo fluorescente.
Sabe que no existe otra opción, salvo esperar por siempre, entumecido y enmarañado. Así que toma aire y, con un esfuerzo colosal, abre la puerta de golpe, entrando en la habitación.
Tras de sí, el tubo irradia una luz mucho más intensa, las paredes boquean con violencia, vomitan sus entrañas amenazando con romper la estructura, mientras el estruendo de cien gargantas avanza desde el otro lado del pasillo. Reúne el ánimo de cerrar la puerta, justo cuando el monstruoso chirrido metálico de algún ingenio infernal se abalanza hacia él.
Dentro, se sienta y apoya la espalda contra la puerta. Rodeado de oscuridad, se encuentra extrañamente cómodo; los ruidos se perciben lejanos, amortiguados. Parece regresar la calma, salvo por un molesto zumbido que surge de su pierna derecha. Extrañado, observa un tenue resplandor en su bolsillo; tantea y saca su móvil con su propio número parpadeando en la pantalla. Incapaz de enfrentarse a la situación, respira hondo y contesta.
Su voz rebota, fuerte y clara, por toda la habitación hasta dar con la puerta. Todo queda en silencio. Espera unos segundos, reúne el valor suficiente y repite aún con más fuerza... "¿Sí?".
De debajo de la puerta comienza a verse la luz que aumenta en potencia hasta llegar a un formidable blanco pálido. El pasillo se llena de gritos y el ingenio infernal emite siseos, chirridos y golpea violentamente la puerta. Él, aguanta con firmeza la embestida, pero cada nuevo impacto amenaza con reventar la entrada. Con cada golpe ve la luz filtrarse por las juntas hasta que, vencido, toma aire y grita con todas sus fuerzas, "¡Fuera de aquí!, ¡marchaos!".
La puerta salta por los aires; dos garras metálicas atraviesan la carne hasta arañar sus costillas y tiran de él con fuerza.
Solo tiene una posibilidad, ve el marco de la puerta y piensa en aferrarse. Toma una última bocanada, esta vez más fuerte que nunca, y siente un alambre de espino bajando por la tráquea hasta sus pulmones. Nota el marco escurriéndose de sus dedos y la potente luz del tubo cegándole por completo.
Los ruidos se tornan agudos pitidos y voces verdes enmascaradas entornan los ojos, sonriendo, al darle la bienvenida de vuelta a la vida.
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