lunes, 7 de abril de 2014

Acechanza

Dos ojos, enormes, despiertos y distantes, sobrevuelan la ruta que ha de seguir su compañero a ras de suelo, entre árboles, ramas y hierbas marcadas por el tenue atardecer. Camina en silencio, amortiguando cada paso, atento a la senda y las señales llegadas del cielo. Tras él, pisa fuerte el cocinero, enarbolando, titánico, su garrote en la diestra; mientras, decidido, aparta la maleza a siniestra.

-¿Un arco? ¿Se puede saber para qué demonios traes un arco?

-Hace menos ruido, podremos abatirlo sin que el resto sospeche.

-Tú dirás lo que quieras, pero me sigue pareciendo más efectiva un arma de fuego. ¿Por qué no coges el rifle ese que guardas entre pieles?

-No es buena idea...

-¿Cómo que no es... -Charles bajó la voz al oír un repentino chasquido en la oscuridad- ¿Se puede saber por qué no es buena idea usar un rifle para disparar?

-Está maldito...

-¡Maldito! ¡Será posible! ¡Que está maldito dice!

-Shhh... baja la voz, estamos cerca. Esta tarde los vi pasar por esta zona.

-Perfecto, -susurró el cocinero- aquí estamos con un arco y un garrote, mientras tu rifle duerme calentito en casa entre pieles. Si lo llego a saber llamo al sheriff, no tendrá ni idea de andar con los pies mudos, pero al menos dispara algo decente.

-¡De acuerdo, Señor Bison, si tan mal le parece, ya puede usted empezar a dar media vuelta!

No llegaron a escuchar el ulular. El arbusto situado a dos palmos de sus caras crujió con fuerza y un rostro emergió entre la maleza, severo y solemne con dos ojos oscuros, algo cansados de la vida, que al verlos, comenzó aterrorizado su huída.

-¡Mierda, es él! ¡El viejo, el viejo!

La mano ejecutó un movimiento ya realizado hasta la saciedad. Tomó el extremo de la flecha y, como si de una extensión de sus dedos se tratara, notó la ranura afianzada; tiró con fuerza y comenzó a escuchar el tañido del cordel y el crujido de la madera al combarse.

-¡Dispara! ¡Dispara!

Se esfumó la concentración y liberó la flecha. Silbó enloquecida a través de la noche mordiendo hambrienta la dura corteza de un árbol.

-¡Maldita sea! ¡Quieres callarte!

Charles no esperó, levantó los brazos por encima de la cabeza, arqueó la espalda y restalló hacia adelante acompañando con ambas manos el garrote hasta que giró libre en el viento, describiendo una espiral de madera que golpeó al objetivo haciéndolo tambalearse un momento.

Jonowl ya tenía a punto el arco para la siguiente flecha, esta vez vio claro el rostro aterrado del blanco. Justo al soltar la tensión, con el silbido gélido de fondo, sintió una breve inquietud, un leve pesar que la necesidad se ocupó de disipar, antes de que cayera el cuerpo inerte.

Echaron la última pala, saludando a la madrugada. Se sentaron exhaustos alrededor del montículo y bebieron un buen trago para celebrar el éxito.

-Jamás hubiera imaginado que costara tanto.

-Si quieres aprovechar todo, sí. ¿Cuándo dijo DeLoyd que venían?

-Al mediodía.

-Perfecto, el tiempo necesario. Estará todo listo.

-¿Habrá bastante?

-Sí, seguramente sobre. Si no hubieras encontrado esos animales, habría sido bastante más complicado. Es la primera vez que viene gente al pueblo y había que hacer algo especial. Una sola cucharada de este guiso y ya no se van; te lo aseguro, ya lo he hecho en alguna otra ocasión.

-No es para menos, doce horas de cazuela enterrada entre brasas, cociendo con todas esas plantas, raíces y legumbres.

-Estará justo a tiempo, lo sacaremos cuando estén delante, eso llama la atención.

Ambos miraron el montículo, desfigurado por la bruma del calor, mientras saboreaban en garganta un poco más del bourbon especiado.

-Por cierto, ¿cómo que maldito?

-Bah, déjalo. No me negarás que el arco funciona y no hace apenas ruido.

-El arco no, pero nosotros...

Las risas pasaron sobre los troncos caídos del lugar donde comían cuando el saloon estaba siendo construido. Sobrevolaron la explanada hasta entrar, apagadas, en las calles de un pueblo que, entre sueños, esperaba la llegada de sus primeros visitantes.

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