lunes, 15 de diciembre de 2014

Vivos


Los tablones mal encajados de una puerta rechinan al dejar entrar la luz y el polvo del exterior. Dos pequeñas manos enguantadas abandonan toda fuerza y se deslizan por la madera gris; pronto un grácil cuerpo, en elegante vestido del este, las acompaña en una dramática caída que nadie parece intentar detener. Solo tras unos segundos, el hombre de la barra decide acudir en su ayuda con un vaso en la mano.


Empapó el sucio trapo con el que difuminaba la roña de los vasos; lo escurrió un par de veces con la esperanza de que gran parte de la mugre desapareciera y mojó con todo el cuidado el rostro de la joven, que apenas asomaba a través del sombrero y el pañuelo fielmente atado a fin de ocultar su cabello.

Los cuatro parroquianos miraban con distintos ojos: curiosos, sorprendidos, preocupados, lascivos... mas nadie movía un dedo.

-¿Señorita, me oye? ¿Se encuentra bien?

Un leve movimiento de garganta, guiño de labios y el crujir del vestido al acoger aire la cavidad torácica. A través de la tela podían adivinarse los senos que, aprisionados por el corsé, buscaban salida en sensual movimiento. Ninguno de los presentes pareció atender ya al rostro; desapareció la dama y en su lugar apareció la carne. Solo el tipo de la barra continuaba, tenaz, llamando la atención de aquella mujer.

-Eso es, señorita. Vamos, respire, no tiene de qué preocuparse. Está en casa de Juan.

Le acercó el vaso y dejó que el agua restante mojara sus labios. Ella besó las gotas, rescatándolas de la superficie carnosa y dio un pequeño trago. 

Los parroquianos, anclados a aquella mujer, tragaron, sombrero en mano, relamiéndose ante el delicado morder de aquellos labios sonrosados. El hombre de la barra tomó a la mujer en brazos, apartó con el pie una de las polvorientas sillas de mimbre raído y la sentó en medio de la sala.

-¿Qué demonios miráis, animales? ¡Id al pozo, a por agua!

Los cuatro tipos, sucios del camino, se levantaron y marcharon hacia afuera. No tardaron en regresar; uno de ellos llevaba una taza de hojalata entre manos, los otros tres se limitaban a acompañarlo con el ademán absurdo de quien comparte objetivo pero no hechos. El mesonero tomó la taza y se la acercó a la joven; dos bellos ojos se abrieron, brillantes, y una agradable voz espetó un tenue “gracias”.

Asintió el mesonero y asintieron a su vez los cuatro haraganes a la vez que, involuntariamente, doblaban, bajo sus puños, las alas de sus sombreros.

-Ya está. La señorita os agradece la ayuda. Ahora apartad, dejadle espacio.

Se movieron los cuerpos y las miradas se volvieron tímidas conforme aquel cuerpo volvía a la vida. 

-¿Do... donde estoy?

-En el viejo camino a San Gabriel, señorita; está usted en la cantina de Juan. Yo soy Juan, el dueño, para servirla.

Todo lo que recuerdo fue un ataque a la diligencia. Me dirigía a Old Rock City, allí se encuentra mi marido, esperándome en el trozo de tierra que compró para nosotros, en nuestra nueva casa. Sería usted tan amable de decirme cuándo llegará la diligencia.

-Ay señorita, la diligencia no pasa por aquí desde que construyeron el puente. Ahora casi nadie quiere venir a las montañas, no quiero ni imaginarme el camino que ha debido de hacer. Puede quedarse aquí y recuperar fuerzas; en una semana he de acercarme a San Gabriel a comprar, si quiere puede venirse conmigo y desde allí tomar la diligencia para Old Rock. No se preocupe por los gastos.

-Le agradezco su ayuda, señor. El dinero no es problema, por suerte conseguí esconderlo a tiempo; los asaltantes llevaban prisa y se contentaron con las joyas.

Del pequeño bolso brotó el inconfundible tintineo de un buen puñado de águilas. Y la timidez de todos los presentes se esfumó. Como activado por un resorte, el dueño de la cantina cerró el bolso y ayudó a levantarse a la joven.

-De eso ya hablaremos cuando lleguemos a San Gabriel; es mejor no dejar brillar el dinero hasta que sea necesario. Venga conmigo, le acompañaré a la habitación de mi hijita, que en paz descanse, ahí podrá reposar tranquila.

-¿Y por qué reposar cuando puede salir hoy mismo para Old Rock?

El cantinero agachó la mirada al escuchar la voz áspera a su espalda; intentó mantener alejada a la joven, pero sabía que ya era demasiado tarde.

Arriba, apoyado en la barandilla de las escaleras, se encontraba, erguido, de porte firme, un tipo bien parecido, el único de aquel lugar que no parecía haberse vestido con las sobras de un muerto. Observó a la joven, sonrió y tocando levemente el ala del sombrero, saludó.

-Señorita, Sammuel F. Woodyard, encantado de conocerla. No he podido evitar escucharla y sepa que si de verdad le interesa volver cuanto antes, yo estaría encantado de llevarla a Old Rock.

El cantinero, suspiró y sin osar darse la vuelta continuó hablando.

-Sam, no creo que sea buena idea. La señorita debería descansar, de verdad que no me importa tenerla aquí una semana.

-Estoy seguro de ello, Juan, no te importa nada que se quede durante toda la semana. Pero seguro que tendrá cosas mejores que hacer; quizás tenga prisa, ¿no crees?

-Bueno... es posible. Pero, no se...

-No se preocupe señor Juan, le agradezco su ofrecimiento pero lo cierto es que prefiero partir cuanto antes. Además el señor Woodyard parece un buen hombre, aceptaré con gusto su ofrecimiento.

El cantinero abrió la boca pero no encontró las palabras adecuadas para deshacer el mal sin alterar la presencia gélida que notaba en su nuca. Cerró los ojos y asintió mientras regresaba a su barra.

Los cuatro haraganes rieron al ver al cantinero cabizbajo, parapetado tras su barrera. 

-¿Sam, vamos contigo?

-No, la señorita merece mejor compañía que mugre, polvo y piojos. Esperad aquí a que vuelva, seguro que Juan estará encantado de serviros algo de beber. 

Lanzó unas monedas a la barra, invitó a pasar a la señorita y cerró tras de sí, devolviendo la sala a la oscuridad habitual, rayada por las decenas de resquicios de las paredes. 

Ayudó a la señorita a subir, echando un ojo a las formas, tanteando el material, y dirigió su caballo hacia la ruta perdida de las serpientes blancas. 

-Señor Woodyard, este no parece el camino.

-No se preocupe señorita, por aquí llegaremos más pronto.

Siguió la fina senda, encumbrando lomas, esquivando púas, zarzas y pinchos, hasta que el fino hilo de tierra se internó en una oscura y perdida gruta. El señor Woodyard bajó del caballo y ayudó a bajar a la joven.

-Bueno, hemos llegado.

-Cómo, pero esto no es Old Rock City.

La joven, asustada, miró suplicante al hombre, mientras una de sus manos tomaba hábilmente algo de su pequeño bolso.

-Yo no haría eso, señorita. 

Juraría que no le había visto hacer el más leve movimiento, pero aquel hombre tenía un revólver en la mano. Cerró los ojos, aflojó los dedos y abandonó la derringer dentro del bolso. 

-¡No te preocupes, Lily, lo tengo a tiro!

La voz surgía de la gruta, al tiempo que la figura de Jimmy iba saliendo, revólver en mano, apuntando a aquel tipo.

-¡Venga ya, hombre! ¿Quién demonios eres tú? ¿Cómo sabías que la traería aquí?

-Se lo dije yo, querido amigo. Siempre has sido un hombre de costumbres.

Detrás de Jimmy fue saliendo el renqueante traje remendado del Dr. Well. Fue andando poco a poco poniéndose a la derecha de Woodyard.

-¿Doc? ¡Maldito estafador hijo de perra! ¿De qué cojones va esto?

-¡Que hay Sam! ¿Cuánto tiempo hace? Veamos, lo que haya pasado más tres años y un día. ¿Recuerdas?

-Maldito cabrón rencoroso... ¿de eso va esto?, sabes que no pude hacer nada por sacarte...

-Rencoroso: término esgrimido con frecuencia por quien quiere hacer lo que le plazca sin sufrir las consecuencias. No vengo a discutir, Sam; vengo a que me devuelvas el favor. Yo pasé un tiempo en la cárcel por ti, ahora ha llegado tu turno.

-¡Y una mierda! ¡Tú no te muevas más y dile a tu amigo que como no deje de apuntarme le vuelo la cara a la señorita!

-Puedo disparar una vez antes de que amartilles el arma y soy perfectamente capaz de dejarte seco de un tiro. Así que deja el revólver en el suelo.

-No, One, nada de muertes, ¿recuerdas? Lo necesitamos vivo. Nadie quiere a un matón como ayudante de sheriff; necesitas entregar tus capturas vivas.

-¡Oh, perfecto viejo! ¿Y puedes decirme, cómo se supone que vamos a presionarle ahora?

-Doc, el chico tiene razón, los años te han tratado mal. Se diría que ahora soy yo quien lleva las riendas.

Jimmy resopló y bajó el brazo del arma a la vez que dirigía su mirada hacia el viejo borracho.

-¡Mierda, Doc! ¡Cómo se nota que no es tu mujer quien está al otro lado de ese revólver! ¿Se puede saber qué demonios vamos a hacer ahora? ¡Porque yo no lo veo nada claro! 

-Tranquilo, hijo, no te enfades conmigo; yo no he dicho que dejaras de apuntarle, solo que no le mataras.

Sam Woodyard seguía apuntando a Lily, mientras sus ojos iban, incrédulos, de uno a otro.

-¡Y cómo se supone que voy a conseguir que deje a Lily si no se siente en peligro! ¡La cosa era fácil, había hecho la apuesta y solo quedaba que él aflojara!

-No sé que decirte, pensaba que ibas a dejarte llevar; teniendo en cuenta lo mucho que te juegas, y tu temperamento, temía que apretaras el gatillo.

-¡Maldito borracho! ¡Maldito viejo loco! ¡Lo tenía todo controlado pero no has podido soportar mantenerte al margen, verdad?

-¡No necesito reafirmar mi ego ante ti, jovencito! ¡Por muy bien que dispares, por muy rápido que seas, llevo en este mundo muchos más años que tú, muchos más años que todos los que como tú se dedican a vomitar plomo; por algo será, joven idiota! ¡Puede que no lo entiendas, pero cuando empieces a solucionar los problemas de los demás a golpe de gatillo, el paciente Kronos tornará los vítores y las alabanzas en miedo y, después, en rechazo, odio y ostracismo; porque, pase el tiempo que pase, la sangre siempre se paga!

-¡¿Pero quién te ha dicho que iba a disparar?! ¡¿De dónde has sacado esa idea?!

-¡De una sencilla obviedad: no sabes hacer otra cosa!

Woodyard apenas podía dar crédito a tal despropósito. Veía a aquel par de imbéciles discutiendo, escupiendo baba rabiosa en cada palabra, como si el arma que empuñaba contra aquella muchacha no tuviera relevancia alguna. Y fue de ese modo como, incapaz de advertir el ataque, recibió limpiamente el codo de Lily en la cara, mientras, aprovechando el desequilibrio, aquella joven cogió con fuerza la mano con la que empuñaba su arma y la mantuvo en alto.

Jimmy ni siquiera pestañeó, volvió la mirada hacia Woodyard, alzó de nuevo el revólver, liberó la presión y dejó que el proyectil devorara piel, carne y huesos, hasta chocar con la empuñadura de castaño y enviar el arma al suelo.

-Lily, la próxima vez sería mejor que levantaras más la mano del arma.

-La próxima vez espero no estar tan cerca del revólver, doc.

-Lo veis, os dije que no fallaría. Pero que conste que sigue pareciéndome un plan absurdo; en una situación así, cualquier tipo suelta el arma.

-No estamos tratando con cualquiera. Estás jugando en mesas donde esas apuestas son demasiado arriesgadas, joven One. Pero dejemos ya de discutir, solo queda ir a San Gabriel y entregar la captura; esto se merece un buen trago.

-Por cierto doc, todo lo que has dicho no iba en serio, ¿no?

-Por supuesto que no, todo es espectáculo, ayudante One; simple y espléndido espectáculo...

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