lunes, 23 de febrero de 2015

Moviendo piezas.


Sol entre resquicios de tablas; rayas de luz sobre mugre y tierra. Cercos resecos sobre tapetes polvorientos coronan muebles invadidos de telarañas. Botellas vacías limitan el espejo mohoso que muestra una barra huérfana, con dos vasos sucios y un trapo roto como único vestigio del pasado. Y allí, en una de las mesas, dos caras se enfrentan; rostro elegante, bien cuidado, y semblante herido por el aire libre y la violencia.


-Me ha costado mucho encontrarle, Sr. Evans. 

La cicatriz del ojo tembló por un momento. Las pupilas fueron de un lado a otro, analizando cada detalle de aquel tipo. Traje lujoso, zapatos buenos y lustrosos, sombrero cuidado y bastón... un magnífico salmón en medio del desierto.

-¿Qué quiere de mí?

El hombre sonrió, alzó lentamente su mano izquierda y soltó una bolsa en medio de la mesa.

-Su motivación.

Miró la bolsa, calculó rápido y una cifra obscena le vino a la mente. Los engranajes de su cabeza comenzaron a girar intentando saber a quién tenía delante. Por un momento pasaron rostros: muertos, heridos y vivos; cuentas pendientes, demasiadas, que podrían regresar en cualquier momento. Descartó todos y cada uno de ellos.

-Necesito su sangre fría, su firmeza al hundir la hoja, su temple al liberar el plomo y su desdén ante todo lo que contenga vida.

Forzó la maquinaria y nuevas caras aparecieron. Esta vez rebuscó entre contactos y allegados; todos cuantos conocía vivían en el polvo del camino, lejos de los ríos en los que ese salmón nadaba. Se esforzó cuanto pudo, pero ningún nombre, ningún rostro adecuado, acudió a su memoria.

-Necesito el vacío que deja un hermano.

Abrió los ojos, descubriendo ante su interlocutor la sorpresa. Sintió el calor latiente de una mano abierta estrellándose contra su mejilla, una explosión interna desde algún oscuro lugar del alma que subió hiriente hasta nublar la vista y dejar vidriosos los ojos. Su cuerpo acudió en su ayuda y, en un pestañeo, tenía el arma amartillada, apuntando hacia aquel tipo.

-¿Qué sabe de Pat?

El hombre alzó ambas manos, se encogió de hombros y sonrió mientras señalaba la bolsa que descansaba encima de la mesa.

-Sé quién estuvo tras su último trabajo, aquel que provocó su muerte.

La maquinaria cambió de rumbo y otros semblantes aparecieron ante él. Gente más educada, aquellos tipos que nadaban entre dos aguas con quien Pat, decía, iba a hacerse rico.

-Aquella señorona, Wilberd, ¿no?

-Exacto. Fue ella quien lo dispuso todo. Pero falló; el rifle que debía haberle llevado hasta la ciudad, aquel que debía conducirle a la soga, se perdió por el camino. Aun así, se la ofrezco en muestra de buena voluntad. Haga con ella cuanto considere necesario. Pero hay más...

El hombre relajó el brazo y dejó el revólver, amartillado, encima de la mesa.

-Continúe.

El tipo elegante bajó las manos y se recostó en la silla.

-Sé también quién le delató.

-Una joven, lo sé. Un fantasma que salió de la arena y volvió a desaparecer. ¿Algo nuevo?

-Bueno, la señora Wilberd tenía un nombre para su hermano, atado a un sombrero azul que tuvo durante un tiempo su querido Pat y que le fue arrebatado por cierta señorita el día que murió en la horca. Ese mismo nombre ha llegado a mis oídos hace poco, en un lugar no demasiado lejos de donde su hermano, que en paz descanse, pasó a mejor vida.

-¿Dónde?

-Vayamos por partes.

El hombre dejó dos papeles sobre la mesa, los colocó junto a la bolsa y le acercó todo a Evans.

-Para empezar, el dinero es suyo, es mi forma de agradecerle sus servicios de antemano. En uno de esos papeles figura la dirección de la Sra. Wilberd y los horarios más apropiados para hacerle una visita de cortesía, supongo que no la hará esperar. En el otro, tiene un par de nombres que quiero que libere de este mundo de lágrimas. Cuando haya concluido este segundo cometido, le diré dónde está la señorita.

Evans miró al centro de la mesa, con las palabras que acababa de escuchar y los recuerdos de Pat enganchados en su mente. Se llevó su mano al mentón e intentó hacer un esfuerzo por acallar el estruendo.

-Están apuntándome, ¿verdad?

-Compréndalo, es necesario tomar precauciones. De todas formas no soy su enemigo, solo un hombre con intereses en común. Reúna a los suyos, a los mejores, no a esos petimetres que le esperan afuera. La chica no está sola y necesito ese pueblo vacío, que nadie sobreviva. Esta es la oportunidad que llevaba esperando; ni siquiera tuvieron la decencia de partirle el cuello al ahorcarle...

Evans cogió su revólver, echó un vistazo al tipo y desamartilló el arma.

-De acuerdo entonces. Estaré atento a los periódicos; cuando vea a Wilberd en las esquelas, daré por aceptado nuestro acuerdo.

-¿Y usted es?

-Llámeme Moodley.

lunes, 16 de febrero de 2015

Bienvenido Mr. Moodley


Cascos y ruedas entran en Canatia. El polvo se disipa y muestra un carro elegante, negro y plata, tirado por cuatro magníficas bestias, de piel grisácea, crin oscura y ojos profundos. Dirigiéndolo, un hombre callado de sombrero austero, botas de serpiente, revólveres expertos y gesto amargo de quien vive preso. La puerta se abre sin chirridos y asoman bastón de ébano con empuñadura dorada, traje negro, chaleco elegante y bombín.


El conductor observaba, por debajo de su sombrero, al sheriff con su rifle sentado en el porche, a Bison apoyado en la puerta del saloon con bombín ladeado y garrote en mano y a Kornelius a través del vidrio traslúcido de una de las ventanas. No veía a nadie más, pero sabía que alguien observaba desde lo alto y alguna que otra sombra se ocultaba en las casas. Aun así seguía impasible, contando balas, segundos y blancos.

-¡Bienvenido, Sr. Moodley!

DeLoyd salió al paso, casi impidiendo al traje negro salir de su carro. Como pensaba, había un par de tipos más esperando salir, así que se quedó firme en su sitio.

-Si viene a pasar unos días, puede dejar el carro en las dependencias de Ángel, seguro que estará encantado de hacerse cargo. En el saloon tenemos una botella de bourbon digna de su categoría. Pero, si viene por negocios, me temo que no podremos satisfacer ninguno de sus intereses; esta comunidad es demasiado pequeña para la importancia de su fortuna.

El señor Moodley puso ambos pies sobre tierra firme, a escasos centímetros del carro. Tomó un par de segundos para tragar la ira creada ante tal recibimiento. Sacudió sus ropas, estiró el cuerpo, echó un vistazo por encima de las casas, dirigió la mirada hacia el hombre de traje blanco y dibujó una sonrisa de cordialidad.

-Sr. DeLoyd, debo confesarle que esperaba otro tipo de bienvenida. La última vez hablé con el representante del banco, el Sr. Miller, si no recuerdo mal; un hombre formal y atento aunque demasiado timorato para este tipo de negocios. Algo mejorable si quieren convertir este bonito pueblo en un lugar relevante, usted sabe bien de qué hablo.

La sonrisa le fue devuelta con un leve movimiento de cabeza y mirada tranquila; pero el puño oprimía fuerte la empuñadura plateada del bastón y el brillo desafiante de Augusto en el dedo.

-Estaremos encantados de recibirle, cartas y vasos están disponibles para todo aquel que tenga con qué acogerlos. Esta noche tenemos espectáculo, Kornelius al piano y Vera O'hara de cantante; le aseguro que en ninguna de las grandes ciudades habrá oído algo similar. Pero nada de eso demanda el tipo de acompañantes que están esperando, tras usted, para salir de su transporte. Convendrá conmigo que en ciertas situaciones es preferible mantener el hierro frío.

-Temo que el Sr.Miller no les explicara adecuadamente la naturaleza del trato. Ya que al parecer, reconozco mi sorpresa, toman una oferta inigualable como un castigo. No sé el Sr.Miller, pero usted es un hombre de mundo, sabe cómo prosperar y sabe cuánto bien haría una oferta como la mía a un lugar como este. No fijé cantidades y no pienso hacerlo, porque cualquier número que pudiera citar infravaloraría los beneficios que este acuerdo ofrece a partir del mismo momento de la firma.

-Comprendo muy bien lo que me está diciendo. Conozco los medios, las posibles cantidades y sé que están por encima de lo razonable. También sé la importancia que tiene para usted este “bonito pueblo” y que por eso mismo no le importa pagar más de lo adecuado. El Sr.Miller transmitió perfectamente su oferta, así fue estudiada por todos los miembros de este pueblo y así fue firmemente rechazada, pese a saber que con ello dábamos la espalda a la prosperidad, a los acuerdos y a las cadenas de favores.

DeLoyd ladeó la cabeza, sonrió hasta arquear ligeramente los ojos, notando, esta vez, cómo se relajaban los músculos de la cara; y los dedos, blancos de la presión, consiguieron liberar su férrea forma.

-Ustedes... han decidido... rechazan... Vamos DeLoyd, es hora de que los grandes hombres hablen; vayamos adentro y tomemos algo. Charlemos tranquilamente, sin prisas ni presiones, que mis chicos dejen sus armas si le parece apropiado... sabe que no tiene ningún sentido negarse.

Las palabras silbaban como agua sobre brasas. La pose y los ademanes del hombre del traje negro denotaban tranquilidad, pero un fondo de fuego comenzaba a asomar en sus ojos y cierto tono electrizante le rodeaba.

-Su oferta sigue siendo rechazada. ¿No tiene sentido? No. Y no pierda el tiempo pretendiéndolo. Como ya le informó el Sr.Miller está usted tratando con idiotas descendientes de un idiota, aquí no funcionan sus normas; ni siquiera sabemos cuáles funcionarán, sencillamente seguimos buscando. Aceptamos nuestra capacidad de pensar absurdos y rechazamos su brillante éxito. Como ve, hemos perdido completamente el juicio, por lo tanto, Sr. Moodley, nada más queda por decir.

El conductor miró nervioso y encontró el cañón del rifle del sheriff apoyado en la barandilla del porche, junto a su vieja bota, apuntando directamente hacia él. Observó un brillo metálico en dos de las ventanas y el inconfundible chasquido de amartillado proveniente de una de las terrazas.

Esta vez fue la empuñadura dorada la que quedó prisionera. Los dedos de Moodley se encorvaron nudosos hasta crujir. Apoyó su peso en el bastón y comenzó a dar media vuelta.

-Así sea, Sr. DeLoyd, la oferta queda anulada. No así mi interés por este lugar; y recalco, solo este lugar. Sé quienes son y de dónde vienen; cuando todo acabe, seré yo quien gane. Que tengan ustedes un buen día.

Subió al carro entre brumas y nervios erizados. Cerró y el golpe seco dispersó algo de la tensión. Echó un último vistazo al hombre de blanco pero apenas acertó a rozar el ala del bombín. Gritó algo al conductor y el carro se puso en marcha.

-¿Y ahora, señor alcalde? -preguntó el sheriff, divertido- ¿Qué será ahora de estos pobres idiotas?

DeLoyd se quitó el elegante sombrero de paja, sacó un pañuelo, secó el sudor de su frente y rió entre dientes.

-¿Ahora, sheriff Nake? Ahora ya da igual. Tanto tiempo atento a la siguiente jugada, pensando en defensas y contraataques, y resulta que me había olvidado de reír. Ahora decidimos nosotros, estamos fuera.

Los demás habían abandonado sus puestos y comenzaron a acercarse. La sensación era extraña: silencio curioso de liberación y paz. La tranquilidad de haber dejado las tácticas para quien las disfruta y haber cambiado una vida de pactos y miradas de reojo por la amenaza directa y la sombra de la muerte solo cuando realmente llega. Quizás es la sensación del ser primitivo, diseñado para atacar, quedarse quieto o correr ante realidades y no para eludir constantemente amenazas potenciales.

-¡Maldito Jed, esta sí que me la pagas! ¡Si al final caemos antes de lo esperado, hablaremos de idiota a idiota! -dijo DeLoyd para sí, antes de dirigirse a los demás.- ¡Bueno, damas y caballeros, nos hemos ganado una visita al dios Baco!

-¿Que ha dicho?

-Me da que nos invita a un trago...

lunes, 9 de febrero de 2015

Viejos dioses


Copos de nieve, lanzados por el aullido del viento, contra los riscos escarpados de la montaña. Roca lisa y afilada de cantos quebradizos, en punta, con hielo azulado en las heridas. Están muy lejos de tierra firme. Ante ellos, solo una vieja casa, destartalada; alrededor, la senda y el vacío engullidos por un mar de nubes. Allí donde parece no haber tiempo ni humanos ni nada, solo restos helados carentes de vida.


Jimmy miró hacia atrás, a lo lejos, por encima de sus compañeros, pero la nubes habían cubierto ya el carro. Tiró de las riendas, alzó la mano e indicó al resto que se detuvieran. La casa apenas podía mantenerse en pie. Las maderas, medio podridas de la humedad, repiqueteaban sueltas ante el viento, mientras una desvencijada puerta colgaba del gozne superior de cuero que continuaba heroicamente firme pese a su estado lamentable.

Guardó unos segundos, buscando el menor indicio de vida: objetos, pisadas, olores o el más mínimo ruido... 

-¿Doc, seguro que es aquí?

Doc se puso en pie sobre los estribos de la montura y, con un pañuelo atado alrededor de la chistera para proteger las orejas, extendió ambas manos enguantadas y exhaló sus palabras entre bocanadas de vaho. 

-No hay duda, joven One, he aquí la inexpugnable cima, el último refugio de una de las bandas más peligrosas que haya habido en todos los tiempos: el famoso bastión de Tad.

-¿E... esto un bastión?, ¿es... es algún tipo de chiste?

Lily hablaba entre temblores, acurrucada dentro de su pelliza, con el gorro de piel bien calado.

-Bueno, señorita Lily, quizás ya no esté como en los viejos tiempos, pero nunca fueron necesarias sus paredes para defenderlo. Pocos conocían su ubicación y aquellos que consiguieron llegar sin ser debidamente invitados, tuvieron el placer de hallar el descanso eterno entre esas magníficas rocas. Ningún extraño llegó a cruzar esta última senda, ni pudo ver las paredes de la casa; de ahí la leyenda del bastión. Y funcionó, les aseguro que funcionó. Cuando recorrías estos últimos metros, a veces sintiendo la vida escapándose por alguna de las heridas, sabías que el tiempo se detenía y una suerte de tregua te mantenía a salvo de lo que quisiera que fuera tras de ti. Aquí las armas siempre dormían, los puños se relajaban y todos debían presentar sus respetos a Tad. Un buen hombre: ladrón, pistolero y tahúr, en la llanura; juez, amigo y rey, en esta montaña. Su palabra era ley, simplemente porque hablaba poco y justamente. Todos ofrecíamos algo y pedíamos ayuda cuando era necesario. Sabías que, pasara lo que pasara, siempre estaría el bastión de Tad...

-Pues me temo que se acabaron los viejos tiempos, doc. Nada aquí indica que quede ni un alma, no hay caballos ni ningún rastro.

Jimmy llevaba el revólver en la mano y se dirigía a la casa, mientras vigilaba el terreno para evitar hundirse en la nieve.

-Hace mucho tiempo de todo aquello. Muchos cayeron enfermos de la soga, otros víctimas del plomo y aquellos que pudimos continuar en este mundo dejamos las proezas más arriesgadas para el ansia y la temeridad propias de la sangre joven. Pero Tad nunca dejó este lugar. Sé que algunos siguieron subiendo para visitarle y traerle algunas cosas como se hacía entonces, y siempre decía lo mismo “solo me sacarán de aquí con los pies por delante”. Y era hombre de palabra, así que sería mejor que enfundara ese arma, joven One, e hiciéramos esto por las buenas.

Lily, se acercó al caballo, tomó con cuidado el winchester y se puso a la altura del viejo, mientras seguía con la mirada los pasos de Jimmy.

-Doc, esta vez tu amigo está solo; si está en ese nido, ten por seguro que Jimmy lo sacará. Solo con que cuente la mitad de años que tú ya estará lo bastante estropeado como para no poder disparar a tiempo. Pero por si las moscas, te aseguro que este rifle no va a perder detalle, al menor destello, le desarmo de un balazo.

-Subestima la experiencia, el conocimiento del terreno y la naturaleza de Tad. Es su “amigo” quien se está acercando demasiado sin tomar las debidas precauciones. Tad no es estúpido, conoce sus limitaciones, no estará esperando en pie para retarle en duelo; sino que esperará a que sea otro quien se acerque, dispuesto a morder como si fuera la última vez en su vida. Les dije cómo debían hacerse las cosas, que no se dejaran engañar por las apariencias, pero no han hecho caso...

Lily, observaba la casa a través de la mirilla, concentraba la vista en los puntos desde donde podría venir el ataque. Descartaba el golpeteo de las maderas y el baile fantasmagórico de las cortinas ajadas. Veía a Jimmy acercarse seguro, pero las palabras del Dr. Well sembraron en su corazón la duda y el rifle comenzó a volverse pesado.

-Ahora ya es demasiado tarde para llamar al señor One sin levantar sospechas. Asegure el tiro como nunca, pues en caso de presentarse el momento, solo tendrá una oportunidad.

Jimmy apartó un poco la puerta descolgada, preparó el arma y cruzó el umbral.

Lily, respiraba con calma, intentando detener el temblor que se concentraba en sus manos y movía levemente el cañón, una pequeña variación que suponía mandar la bala fuera del blanco. De repente las maderas parecieron moverse más a menudo y las cortinas describían movimientos extraños. Tres veces estuvo a punto de apretar el gatillo, cuando, al desplazarse uno de los jirones de las ventanas, observó una sombra agazapada en el fondo de una de las estancias.

-...solo una oportunidad...

No recordó haber ejercido presión; el gatillo se desplazó y un estruendo colocó el proyectil directo en la sombra. Un disparo limpio, que resonó por toda la montaña hasta que la voz de Jimmy lo disipó con un “¡No disparéis!”. Tras lo cual, se asomó a una de las ventanas y por gestos les exhortó a acercarse. 

Cuando Lily y el Dr. Well llegaron, Jimmy seguía en pie, con el revólver descansando lánguidamente en la mano. Frente a él, sentado en una silla, rodeado de polvo y telarañas, estaba el cuerpo del viejo Tad: alto, fuerte y barbudo, sentado en un tosco sillón de madera y pieles, con un rifle sobre sus piernas, los ojos abiertos, fijos en el infinito, y la carne pálida, fría y estática del rey de la montaña, congelado en su trono.

Well se quedó en pie, aturdido ante la visión del último de los que cabalgaron junto a él. Sintió como si el tiempo hubiera pasado sobre él dejándolo perdido, lejos del presente, y notó el frío crudo y desgarrador del vacío. Jimmy y Lily permanecieron en silencio hasta que, por fin, el viejo doctor pareció volver en sí.

-Bueno, amigo, ha llegado el momento. Cuidaste tus dominios hasta el final, es hora de cumplir tu palabra y bajar con los pies por delante.

lunes, 2 de febrero de 2015

Purificación

Sobre la tarima, la figura se recorta en la última luz del horizonte; en pie con el brazo en alto, enarbola la biblia. A su derecha, un carro lleno con decenas de barriles. Los más cercanos de los congregados alcanzan a ver sus erizados pelos, sus ojos llenos de vida y el espíritu henchido y enérgico con que ejecuta sus movimientos. Hasta los últimos de los presentes llega su voz: potente, honesta y agradecida.

-...así lo quiso el señor. Y no lo quiso por él, sino por vosotros, almas perdidas que brillan. Y es por eso que doy gracias a él, pero también a vosotros. Gracias por vuestro valor y vuestra hospitalidad durante estos días. ¿Pues quién sino vosotros ha vencido al demonio? ¿Quién ha tenido el arrojo de romper el vaso y despertar las fuerzas que residen en vuestro interior? No hay mejor elixir que aquel que el Creador vertió en vosotros. No existe mejor reconstituyente, ni mejor forma de apagar las penas ni encender los ánimos. Sé cuánto os ha costado, pues he recorrido a vuestro lado todos y cada uno de los pasos de esta senda; el tramo largo que hay de la añoranza del descanso brumoso, hasta la certeza de la paz interior. Ya no hay necesidad de estímulo externo. ¡Ahora sois libres! Volved con los vuestros. ¡Vivid, hablad, reíd, bailad! Coged esas monedas que antes tirabais y usadlas para lo que realmente queráis; pues aniquilado el hambre, vuestro es el oro que lo saciaba. Hoy no sois hijos míos sino hermanos, pues si grande fue el sacrificio, mayor ha sido la gloria. Hoy habéis aprendido a invocar el ímpetu, el perdón y la calma. Hoy vosotros, simples hombres terrestres, sabéis desplegar las alas.

Se escuchó un asentimiento espontáneo, en medio de la multitud. Pronto le siguió otro, y otro, y otro más. Como pólvora en mecha, recorrió toda la gente allí apostada hasta acabar en una verdadera ovación. 

-Solo nos queda el último paso, el acto final; un sincero y honesto desapego. Mañana al alba, con los primeros rayos del sol como testigo, el carro del pecado será prendido y todos y cada uno de estos barriles incinerados. Volved después con la cabeza bien alta y arrancad el cartel del antro de perversión; que sirvan sus paredes como templo del señor, que sea su casa y por tanto la vuestra. Usadla pues para la comunidad, guardad las simientes que al año siguiente deberán germinar, reuníos y honrar las fiestas, ya no habrá que pagar por estar dentro, disfrutad las vistas, tras haber sufrido la cuesta. Así pues, marchad ahora y venid al alba, hermanos, venid. Venid y hagamos que el diabólico caldo que quiebra el alma, caiga, al fin, pasto de las llamas.

Y poco a poco la gente marchó feliz, en calma. Aquella noche, la gente entró en su hogar de forma distinta; apagaron las luces y, en lugar de los tiros, las voces de siempre y las amenazas, solo hubo tranquilidad, silencio y suave roce de sábanas.

Mas a lo lejos, oculto entre el gemido del viento en los árboles, se escuchó el golpeteo de cascos amortiguados por trapos y el crujido rítmico de las ruedas de un carro. 

-Permanece tranquilo, Fred, nadie saldrá esta noche. Tan seguro te lo digo como que no hay ley en el pueblo hacia el que marchamos.

Pero Fred, sentado junto al reverendo, seguía mirando hacia atrás, apoyando el rifle en los barriles, atento al camino que iban dejando. 

-Mire, reverendo, demasiado hemos pasado ya como para que baje la guardia. Solo con que a un curioso se le ocurra acudir al entarimado se darán cuenta del engaño.

Zek seguía tranquilo, cogiendo con firmeza las riendas, manteniendo el ritmo lento, ausentando los ruidos del paso.

-Esa gente va a dormir toda la noche, Fred, no tienes motivos para preocuparte. Además, no entiendo por qué hablas de engaño. Todo lo que les dije es cierto. Al legar el alba nada cambiará para ellos, pese a no hallar el carro. Ya han hecho el camino, no lo necesitan, así que no hicimos mal al tomarlo. Deja que vivan su merecido edén, mientras llevamos este mal a algún antro donde ningún alma quiera salvarse. Pues qué es el alcohol en definitiva sino caldo de restos putrefactos. Vendámoslo pues y aprovechemos lo conseguido para fines más dignos. Guardemos, eso sí, un poco para el camino, que si bueno es el edén para el sedentario, mejor es un poco de ánimo líquido para el pobre siervo que hace del eterno vagar su destino. 

-Esta vez no pienso discutirle, reverendo. Me basta con que baje la voz y mueva un poco las riendas, porque de seguir así le apuesto uno de esos barriles a que los del pueblo nos pillan.

-No está bien apostar, querido Fred, pero esta vez, a fe de ejemplo te acepto el reto. Ve preparando tu deuda porque no pienso variar el ritmo ni bajar mi voz, y guárdate el miedo,  algo me dice que nadie esta noche notará nuestra ausencia.