Los dedos se movían guiados por la costumbre. La tapa del panel colgaba de uno de los cables, mientras viajaba por el amasijo de cables con precisión quirúrgica.
—Este cable aquí, este aquí —mascullaba mientras mantenía entre dientes el cuchillo con el que operaba— y ahora...
El rostro se afiló, las pupilas se agrandaron y sus manos abandonaron la tarea.
—Mierda... Corre.
Jubo esperaba sentado, distraido, cuando llegó el cambio de ritmo.
—¿Qué?
—¡Que corras, joder, que corras!
Ella dejó las últimas sílabas en el aire y arrancó. Su cuerpo serpenteaba ágil sin apenas tocar el suelo. Jubo le seguía a pasos grandes y toscos, auxilios de oxígeno y latidos borrosos del camino que iban devorando.
—¡Maldita sea, pero qué es lo que pasa?
Ella no contestó, ni siquiera se giró, sino que apretó aún más el paso. Hasta que al llegar a una cavidad en dura roca, cogió del brazo a Jubo y entró.
Esna era joven, tenía el sol en el cabello y dos nogales vivos que miraban al mundo con hambre y alegría.
Justo entonces, allá a lo lejos se escuchó un chirrido metálico y un breve chasquido, seguidos de una exigua columna de humo.
—Joder, ¿y para eso tanta alarma?
—No te muevas.
—Claro que no pienso moverme, después de la carrera que nos hemos pegado. No pienso moverme hasta que...
De nuevo se escuchó otro chirrido, un nuevo chasquido y un temblor apagado recorrió todo el suelo, justo antes de que el promontorio se abriera como cáscara de nuez y una montaña de fuego y escombros surgiera por la brecha cubriendo todo el lugar.
Esna y Jubo se apretaron todo lo posible contra la pared interna de la roca hasta que el infierno cesó.
—No todo puede salir bien —dijo ella tras apartarse las manos de los oídos.
Jubo se quedó mirándola sin decir palabra.
—Verás, hay refugios que tienen mucho más de lo que has podido encontrar hasta ahora. En ese había algo muy importante dentro. Pero cuando vi el panel me di cuenta que lo que buscábamos ya no estaba. Se había soltado, había salido y solo nos esperaba la destrucción.
—¿El qué?
—Es largo de explicar.
Jubo observó el terreno descarnado, medio calcinado y sintió aquel característico olor que lo impregnaba todo.
—Creo que tiempo tenemos.
Esna lo observó de arriba abajo.
—Un collar de Quincalla, ¿eh?
—Sí, hicimos un trueque.
—Déjamelo, puedo mejorarlo.
Jubo dudó unos instantes.
—No te preocupes, no es el primero que retoco.
Él dejó el collar en la mano extendida.
Ella tomó el cuchillo y comenzó a raspar la superficie metálica.
—Esto —dijo señalando con la mirada al colgante— está hecho de ellos. Este material es lo más valioso que vas a encontrar por aquí.
—¿Ellos?
—Ellos, sí. Son lo que buscábamos. Los guardaron en estos refugios, en grandes salas metálicas con tubos.
—Yo he visto una de esas salas, vacía.
—Yo los busco y me dedico a sacarlos antes de que despierten. Una vez abren los ojos, no hay salida. Antes éramos más, hasta que nos topamos con ellos.
—¿Quiénes erais más?
—Quincalla, Avido, Riba...
—Los conozco.
—Lo sé —dijo sonriendo—. ¿Qué te pareció el viejo? Tiene sus cosas, pero también razón.
—Peculiar, como todos —contestó él sonriendo—; como todo lo que me estás contando.
—No me extraña, habrá tiempo para hablarlo, tanto si decides unirte como si no.
—¿Unirme a qué?
—El viejo lo explica mejor, pero somos un grupo de buscadores que ha cambiado la búsqueda. Tú ya lo has hecho, ese olor característico que notas es el primer indicio. Entre nosotros no hay todo sin las partes. Se trata de que sigas tu propia búsqueda y así seas fuerte a tu manera. Ya te digo que el viejo lo explica mejor...
Dio un par de pasadas más a la pieza metálica y sopló para lanzar las virutas al aire.
—Pues esto ya está —dijo mientras echaba un último vistazo a la pieza—. Ahora, tú eliges, puedes venir con nosotros o continuar tu camino. Pero, sea como sea, esto es tuyo.
Esna se incorporó y le pasó el colgante con una talla donde podía verse un círculo con seis aspas en el borde.
—Esto es tuyo. Sigas con nosotros o no, todos pondremos un aspa más en el círculo. Bienvenido a Guenara.
Jubo se quedó aún un rato. Observando el espacio destruido alrededor, pensando aún en todo cuanto había escuchado. Se desperezó, buscó en la mochila el libro de Riba y volvió a abrirlo al azar.
¿No está nuestro interior en blanco en el mapa?
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