lunes, 31 de agosto de 2020

Rapaces

 

Surca la diligencia el mar de roca y arena. Aquí y allá se alzan peñascos, terreno impracticable, rocas cortadas y, más adelante, se yergue la columna rocosa, alta y desafiante, que les ha de servir de punto estratégico.

–¡Sam, detente!!

Cierra los puños, dobla los codos y tiran tensas las riendas, frenando las crines en oleaje. Los cascos pisotean manteniendo la posición, leve vaivén de ruedas asentando al vehículo y polvo suspendido regresando al suelo del que emergió.

–¿Qué ocurre, Patty?

–Aquel sitio ya no es nuestro.

Arriba, en la columna apenas se distinguirse un brillo errático.

–¿Hay alguien? –pregunta Jake entornando al máximo los ojos.

–Varios, más de cuatro.

–¿Estamos a salvo?

Patty se yergue sobre el techo de la diligencia y el viento cálido mueve sus ropas desde atrás.

–Sí, por unos diez pasos.

Entonces, allá arriba tiene lugar un solo fogonazo y el estruendo seco que es engullido por el vuelo agudo de un plomo que devora la distancia, estrellándose con el suelo a poco más de diez pasos de ellos.

Sam relaja las manos, deja caer las riendas y se gira hacia Jake.

–¿Y bien, ahora qué?

–Bueno, tú querías continuar con tu diligencia, ¿no? ¿Qué opciones tenemos?

–Nos queda un apeadero a la derecha, continuar este camino o ir por las viejas rutas, pero no sé cómo estarán para meter la diligencia…

Henry adelanta su caballo hasta ponerse al alcance de Jake y Sam.

–Esos de ahí no son mis coyotes. Los míos esperaran en un apeadero o al pie del camino. Los pajarracos de esa roca son de esta tierra… Lo mejor será que me adelante y eche un vistazo al apeadero.

–Mmmm, me parece bien… Sam, ¿qué me dices de esas viejas rutas?

–Viejas y retorcidas como un río de alambre de espino. Eran una buena baza para recorrerlas a pie, pero con la diligencia no lo veo, no.

–¿Ninguna?

–Dicen que la mejor es una que llaman la senda perdida.

–Suena amplio… Patty, ¿cómo van las cosas por arriba?

–Esperan, como nosotros. Tienen ganas de gatillo, eso seguro, pero de momento no se mueven.

Jake se lleva ambas manos a la cara, resopla y observa a Henry galopando hacia el apeadero, disminuyendo su figura. Delante se abre amplio el camino mientras, por el rabillo del ojo, la columna rocosa permanece desafiante, feroz centinela dispuesto a aplastarles en cuanto avancen un poco más.

–A ver, Patty, ¿y enviar plomo hacia arriba?, ¿cómo lo ves?

–¿Con este viento y la diligencia en marcha?, les cuelo uno por cada tres que nos manden ellos. Y si Sam mueve bien este trasto para que no nos den, podría escupirles algo serio una vez, como mucho, de milagro.

–De acuerdo.

Baja Jake del pescante y se asoma a la puerta de la diligencia.

–Damas y caballeros, si son tan amables de bajar; nos gustaría contar con su opinión.

–Jake, te recuerdo que seguimos teniendo unos cuantos pajarracos aquí.

–No hay problema, Sam, no bajarán. Todos sabemos cómo se llega allí. El primero que toque esa senda, para ir o venir, está muerto. No se me ocurre mejor forma de atraer las balas.

Se reúnen todos a un lado de la diligencia, salvo Patty que atiende desde arriba, pendiente de cualquier movimiento allá en la columna.

–…y así están las cosas. La verdad es que, llegados a este punto, ya no sé qué hacer; cualquier sugerencia será bienvenida.

El paisaje se extiende, amplio, rocoso y árido, hasta el horizonte. A un lado la pequeña mota de polvo roja, junto al cerco de insignificantes humanos discutiendo su suerte. Al otro, unas cuantas rapaces observan con rifles afilados lo que acontece abajo, pero las presas no se mueven y los ánimos comienzan a impacientarse. Patty casi puede oler el ansia de los de arriba y el regusto torcido, de unos y otros, al saberse encerrados en aquel eterno erial sin paredes.

Tras un silencio, en el círculo surgen las primeras ideas llenas de impurezas: absurdas, peligrosas, valientes, desesperadas, imposibles. Poco a poco van cribando y puliendo aquellas más prometedoras hasta encontrar el ansiado brillo, espoleados siempre por la eterna ansia del viejo que continúa viviendo tres días por delante del resto, cediendo ese hueco de tiempo presente al miedo.

Desechan esperar a Henry, ante la idea de verse atrapados entre los de la columna y los que vengan tras él. Desechan la ruta vieja por miedo a quedar encallados con la diligencia. Y desechan el camino central por alergia al plomo… Continúan argumentando y rebatiendo, cuando Patty ve cómo los Howard se alejan un poco, con la mirada perdida como cada vez que vislumbran en la realidad la representación abstracta de sus fotografías. Alza una ceja la reverenda al verlos discutir, señalando a uno y otro lado, para finalmente asentir en un firme acuerdo.

–Disculpen –interrumpe el señor Howard–, desde aquel lado hay un par de puntos que nos dejan fuera de su alcance.

Su dedo señala a una de las viejas rutas, una estrecha y arisca, de esas que ni se habían molestado en proponer.

–Venimos de verla, en aquel punto se mete un poco en la tierra y sigue unos cuantos pasos por la garganta. Parece que desde allí podríamos salir de nuevo al camino central, evitando gran parte del tramo peligroso. Pero bueno, es solo una idea.

–Dice bien, sr. Howard, –responde Sam–. Esa senda es de las peores, pero en ese primer tramo que comenta no debería haber mucho problema para llevar la diligencia. Después solo se trata de salvar una pequeña distancia de suelo rocoso y volveríamos al camino central, dejando la columna atrás. ¡Puede funcionar, sí señor!

–Bien, si a alguien se le ocurre alguna otra cosa, ahora es el momento.

–Ya hemos dicho bastantes disparates. El plan del fotógrafo es el mejor, así que pongámonos en marcha.

Muerde Patty una respuesta al viejo y se coloca en el techo calculando distancias, visualizando los plomos que han de volar de uno y otro frente.

Suben todos a bordo. Las manos se cierran de nuevo y tientan las riendas suavemente sabiendo que la respuesta de los animales no se hará esperar. Gira el par delantero, pisan firmes los cascos y mueven las ruedas hasta fundir los radios en un único material. De repente el lugar parece más abierto, el aire más fresco y, ante la posibilidad de una salida, el ánimo revive dispuesto a dar otro empujón más.

Cambia el suelo firme por senda pedregosa y una cabellera pelirroja se asoma libre por la ventana, luchando contra el traqueteo, fijando la vista en la columna que gira ante ellos y desaparece conforme se hunden en el hueco terroso de la garganta. Una vez allí, todo es silencio y tensión contenida del deseo de que todo vaya bien. Sam dirige con calma, coge Jake la escopeta, más por aferrarse a algo que por utilidad, y se tapa Patty con la manta a fin de difuminar al máximo el posible blanco, anclando la mirilla en la amenaza.

Emerge de nuevo la diligencia, abandona la sepultura terrosa, lenta y silente, con Patty rifle en hombro y el interior erizado en revólveres por si se tuercen las cosas. A un lado queda la senda, que continúa estrechándose hasta ahogar a todo lo que sea más ancho que un par de mocasines; entran cascos y ruedas en suelo rocoso y bambolea la diligencia ante lo que no pueden absorber las resistentes correas de cuero. Sigue Sam, centrándose en el camino y deja el entorno al resto, sabiendo que solo de él depende que no quiebre pieza alguna ni vuelquen. Pasan un alto sahuaro: enhiesto, fuerte y solemne, erizado como el maldito suelo que pisan; y al dejar sus espinas surge de nuevo la columna, amenazante. Todos pueden ver ahora a las rapaces, revoloteando en busca de la presa que no saben si dar por perdida, incapaces de decidirse a bajar.

–Para. –susurra Patty tras dar dos golpes en el techo– tira solo un poco para atrás.

Obedece Sam y regresa a las aristas del gigante espinoso. Patty recorre con la mirilla sombreros y hombros, hasta contar cuatro individuos. Recorre una y otra vez cada uno, cantando distancias y tiempos.

Toda la diligencia es un silencio sepulcral. Sam se revuelve y abre la boca impaciente, pero es la voz de Jake la que suena primero al adivinar lo que va a pasar.

–¡Patty, no!

Un disparo siempre suena a muerte, pero el estruendo es estremecedor cuando es el primero en rasgar el silencio asfixiante de la espera. Fuerte, bravo y un eco que parece eterno hasta que un palanqueo activa el tañido agudo de casquillo contra el suelo. Arriba, una de las rapaces cae y dos disparos más encuentran alojo, cada uno, en su respectivo dueño.

El tercer disparo falla. No porque el objetivo no estuviera a tiro ni porque no le hubiera dado tiempo; falla la mano experta de la reverenda porque los nervios tiran de sus músculos con rabia, desenfocan los ojos y estrechan con fuerza la garganta al ver como de allá arriba se alza un buen número de cabezas.

Dispara un par de veces más, pero le cuesta horrores fijar un blanco ante el baile alocado de objetivos. Sin perder tiempo, aquellos tipos montan y se disponen a bajar a por ellos. Piensa Patty en recibirlos, pero se le antojan demasiados para su rifle, así que da dos golpes fuertes e invoca al conductor.

–¡Sácanos de aquí! ¡Es un maldito avispero! Cuanto más distancia ganemos, mejor.

No hubo pregunta ni queja. Chasquean las riendas, atrona firme y urgente la voz y responden las bestias al unísono.

–¡Vamos a tener jaleo! –grita Jake a los pasajeros. Dentro se amartillan armas, templan almas y cruzan miradas intentando adivinar por dónde vendrán las balas.

–Si no salimos de esta, quiero decirles que ha sido un placer viajar con ustedes –acierta a decir entre titubeos el viejo.

Sonríen con algo de nervio los Howard en respuesta y asiente la señorita del este mientras sopesa su dragoon con el cuello palpitante y un inicio de fuego en ojos y cabello.

–Aquí estamos. Que vengan.

lunes, 24 de agosto de 2020

Planes

 

El sol les abandonó hace tiempo, ahora cruzan la madrugada. Henry dormita sobre su montura; dentro de la diligencia todos duermen; arriba Patty, recortada sobre el cielo estrellado, es una con la gruesa manta, mientras en el pescante Sam y Jake suben las solapas de los abrigos y rompen el silencio con bocanadas de vaho.


–¿Nos queda poco, no?


–¿Para llegar?


–Para morir –responde Jake con una sonrisa burlona en el rostro.


–Si después de todo esto muero, pienso dejar vacante en el cielo para ir al inaguantable infierno en el que hayas acabado y hacerte echar de menos cualquier tortura que puedas sufrir.


–Sam. Es un pensamiento muy intenso para conmigo… no demasiado halagüeño, pero intenso, de eso no hay duda. Muchas gracias, amigo.


El conductor no contesta, resopla una risa y da un tiento a las riendas para revivir a los animales.


–Estamos cerca, nos queda apenas una parada y llevamos provisiones. Si queremos evitar los apeaderos, promontorios y las zonas lógicas de parada; en algún momento deberíamos abandonar el camino.


–¿El mejor sitio?


–A ver, dado que estamos ignorando cualquier zona adecuada para parar, esquivando la comodidad y lo esperable… el mejor sitio es, sin duda, algo entre lo incómodo, lo expuesto y lo peligroso; desafortunadamente no tenemos cerca ningún abismo o volcán.


–¿Y para salir del camino?


–Dentro de un par de millas comienza a haber más roca que polvo, es incómodo para la diligencia pero deja menos rastro y podemos aprovechar las rocas para ocultarnos.


–No, estaba pensando en un lugar difícil de acceder y abierto.


–Oh claro, ¿por qué habría de imaginarme otra cosa? Algún sitio que nos cueste horrores llegar y desde donde se nos vea a la perfección, ¿cierto?


–Cierto. Si nos ven, también les veremos –asiente Jake feliz--. Algo como aquello.


El índice señala a una de las estrechas elevaciones de roca escarpada y pendiente excesivamente pronunciada.


–Si es eso lo que buscas, hay algo así más adelante, lo usaban los indios hace mucho. Igual de incómodo, pero que tiene un acceso más fácil, oculto en la parte de sombra.


Jake se asoma a un lado y silba una llamada a Henry. Este despierta toma las riendas del caballo y se acerca.


–Buenos días tenga usted. Debe ser importante si me llamas antes de que salga el sol.


–Apenas vamos a dejar que salga. ¿Alguno de tus coyotes se conoce esta zona?


–No. Sus raíces están más al sur.


–Bien. Sam conoce un lugar para parar un poco más adelante. Sitio elevado, poco conocido, con solo un acceso decente, oculto al gusto de los indios.


–¿Visible?


–Puedes apostar a que sí.


–¿Expuesto?


Asiente Sam en respuesta.


–¿Quiénes?


–¿La reverenda y tú os va bien?


–Muy bien, espero que podamos despiojar un poco el terreno antes de marcharnos.


–Tiempo es lo que más nos interesa.


–Tiempo tendréis.


Holmoak tira ligeramente de las riendas y se aparta un poco de la diligencia para echar un vistazo a los alrededores.


La luz anuncia el sol tras el horizonte. Un nuevo día comienza y con los primeros rayos cuatro pares de ojos se abren dentro de la diligencia; Patty emerge de su manta y los abrigos se abren dejando sitio al aire.


–Sam.


–¿Sí?


–¿Cuánto dirías que cuesta la diligencia?


El conductor ni siquiera se gira, continúa asido a las riendas y chasquea la lengua con la mirada fija en el horizonte, paladeando la pregunta antes de emitir la respuesta.


–No Jake, donde vaya mi diligencia iré yo.


–Eso dificulta las cosas…


Deja Sam un momento las riendas y se gira hacia su acompañante con rostro severo y voz áspera.


–No hay negociación que valga, estoy muy viejo ya para hacer otra cosa. Donde vaya este armatoste iré yo. Y por si lo estás pensando: sí, si cae por un precipicio, iré con él. En este mundo hay muy pocas cosas a las que anclarse; cuando encuentras una, vale la pena continuar.


–A veces hay que ser práctico y hacer aquello que más convenga. No hay muchas posibilidades de salir de esta con la diligencia.


–¿Sabes?, aunque te parezca mentira este cacharro ha sido mi vida. Y como tal pienso seguir a bordo hasta las últimas consecuencias. Si te parece algo ilógico o absurdo, te recuerdo que llevamos ya un tiempo recorriendo ese camino.


Calla Jake ante la evidencia y piensa alguna forma de variar los planes.


–Si lo que quieres es ganar tiempo ¿qué te importa? La diligencia te lo dará.


–No quería pagarlo con vidas.


–Eso está aún por ver. Yo me quedo con Patty y Henry.


–De acuerdo, hagámoslo a tu manera. Necesito que nos digas una ruta a seguir lo más apartada posible.


–Una vez lleguemos a la zona rocosa hay viejas sendas que cruzan la zona. El camino es difícil pero ahorraréis tiempo.


–¿Andando?


–Sería lo suyo.


–De acuerdo, que así sea.


Sam sonríe satisfecho, sacude las riendas y aviva los animales mientras el sol se alza por el lado, invocando el fulgor rojo y vivo de la diligencia.

lunes, 17 de agosto de 2020

La entrada


–Solo espero que no te equivoques, Jake.


La mano anda medio suelta, con las riendas a caballo entre una orden y otra. Es difícil continuar cuando todo tu ser apunta hacia el sentido contrario.


–Los apeaderos son fáciles de defender, poco recomendables de asaltar y hay mil motivos más para que los evitemos. Por eso mismo es la mejor opción. No es buena ni segura, pero es la mejor.


La diligencia se dirige hacia el apeadero. Aminora conforme va acercándose al portón de madera.


–Tres dentro; uno más en la puerta. No se lo esperaban, intentan organizar algo.


Sonríe Jake y la mano de Sam recupera la firmeza.


–De acuerdo, adelante entonces. De nada sirve echarse atrás.


Asiente Jake y coloca la escopeta, alejada de toda amenaza, entre las piernas.


–Henry debe estar dentro ya.


–Como lo pillen, se acabó.


–No lo pillarán.


Dentro de la diligencia reina el silencio. El viejo retoca los anteojos mientras hace las paces entre su mano y el revólver. El resto de los pasajeros empuña las armas que cogieron a sus asaltantes: dos colt navy para los Howard y una dragoon para la señorita cuyo pelo rojizo luce vivo ante el sol. En la mente de todos resuena la frase de Jake: “Haced ruido, no importa dónde apuntéis; que esta diligencia sea un maldito infierno escupiendo plomo”.


En la cima, Patty está sentada como si nada ocurriera; mantiene cerca el rifle listo para vomitar fuego y plomo, mientras observa el comportamiento de los del apeadero.


Durante unos segundos el silencio lo acalla todo, no hay pájaros ni insectos ni los cascos de los caballos ni el sonido de las ruedas al girar. En las cabezas solo golpea el latido potente de la vida poniéndose en pie de guerra.


Sam continúa a paso tranquilo y, tras un instante eterno, el portón comienza a abrirse.


–Vale, todo recto y al final hacia la izquierda, allí es donde debes parar –susurra Patty desde arriba.


–¿Podrás hacerlo Sam?


–Esto es lo mío, vosotros mantenernos vivos.


Las palabras de Sam son lo último que suena en la diligencia. En cuanto el portón se abre lo suficiente, se cierra la mano, cruje el cuero y restallan las riendas junto a la atronadora voz que eriza crines y bombea la sangre de las bestias.


Salta el de la puerta a un lado, justo antes de que el primer plomo de Patty lo aplaste contra el suelo. Sam golpea el lateral de la diligencia contra el portón, acabándolo de abrir, y alza en vuelo dos ruedas, comenzando un bamboleo que amenaza con volcar. Pero coge aún más fuerte los hilos, renueva su cántico y cabecean enloquecidas las crines mientras escora la diligencia de un lado para el otro, compensando cada caída con la siguiente.


Dos de los hombres, tras el muro de los establos, disparan con más nervio que pulso hacia aquel armatoste que, imparable y enloquecido, se les viene encima; mientras un tercero decide abandonar su cobertura para buscar refugio en el edificio principal. Jake alza firme la escopeta y detiene su carrera despertando uno de sus cañones.


Continúa bamboleante la diligencia, veloz, ignorando las balas como vehículo loco. Al llegar a la altura del establo se escucha dentro un “¡Ahora!”; giran los tambores, despiertan las armas y una lluvia de plomos vuela hacia todas partes, obligando a los de los establos a mantenerse a cubierto. Sam gira a la izquierda, hacia una pequeña explanada, tira de las riendas y activa con todas sus fuerzas el freno consiguiendo, justo antes de llegar al muro, poder parar.


Del establo emergen los tiradores. En la cima de la diligencia se escucha un trueno, seco y potente, y uno de ellos encuentra la muerte. El otro intenta responder, pero al alzar la vista, el sol despiadado anula cualquier figura. Entorna los ojos y nota el picor salado justo antes de escuchar un palanqueo allá en las alturas. Ahoga el gatillo con el índice enviando su blasfemia al cielo, justo en el momento en que otro trueno resuena y nota, terrible, golpe de plomo candente, rasgar de piel y carne y astillado de hueso en un brazo que ya no se puede armar.


Bajan todos y revisan la zona: establo y edificio, pues todo lo demás es un secarral. La señorita y los Howard se acercan al hombre del brazo roto, ha perdido el sentido pero continúa en este erial. El viejo y Sam van en busca de comida y la suerte de un trago. Y Jake y la reverenda caminan hacia el portón con la mirada fija en el horizonte, donde el edificio medio derruido que debía haberles ofrecido cobijo, corona una de las colinas.


–¿Lo habrá conseguido?


–¿Dudas del alcornoque?


–No es que dude, es que no es fácil.


–¿Y cuándo ha hecho algo fácil? –suena tranquila Patty.


–A estas alturas habrán olido la pólvora y sabrán que hemos cambiado las tornas. Estarán recogiendo a toda prisa, colocando las sillas en las monturas y preparándose para venir aquí como una legión de diablos con ganas de pelear.


Allá en la colina, el edificio apenas se distingue, cresta amarillenta recortada en el horizonte. Todo parece tranquilo, solo las mentes pueden imaginar los jinetes, reunidos en el pequeño llano que hay frente a los muros de adobe, alrededor del montículo de piedras que descansa en medio, vestigio de un intento de altar del último de los habitantes de aquel lugar. Puede que alguno se percate, quizás ahora, en el último momento, del siseo o la chispa; pero ya es tarde para la mayoría de ellos, es lo que tiene la mecha rápida.


Llega clara la confirmación: fogonazo, estruendo y nube de polvo negro que regresa con calma a la tierra, para tapar la colina entera, sepultando la muerte.


–Bien hecho, alcornoque.


Jake da media vuelta y se dirige al resto.


–De acuerdo, esta es nuestra situación. Los de la colina están tocados. Acabamos de tomar el punto más protegido; el fuerte es nuestro –afirma Jake mientras pisa con fuerza el suelo del apeadero.– Si nos quedamos aquí podemos defendernos de lo que venga, cualquiera con dos dedos de frente sabe que nuestra posición es la más ventajosa; sería estúpido abandonar este sitio. Así que, seguimos adelante.


Recogen todo lo que pueda resultarles útil, cargan la diligencia, dejan todo como si aún hubiera gente dentro y abandonan el lugar. No hay amago de protesta. Saben que son menos y menos preparados, que solo tienen de su lado el impulso indomable de mantenerse con vida y que, rescoldos vivos de causa perdida, solo siguiendo el camino de lo imposible pueden triunfar.

lunes, 10 de agosto de 2020

Tras la tormenta


El fuego se alza majestuoso, junto a la columna de risas y charla clara y sincera liberada de toda tensión. Debían haber hecho turnos para las guardias, atesorar las fuerzas para continuar el camino en la mejor de las condiciones. Pero los ánimos aún vibran, relucen los ojos y brotan, una y otra vez, las historias de lo sucedido.


Nadie puso pegas, nadie mandó dormir a unos cuantos. Prefirieron disfrutar un rato, destensar las almas y, ya más pausados, encontrar descanso en el sueño reparador.


Quizás lo más novedoso, lo más increíble, era el reflejo rojizo de una melena libre de ataduras, que desterraba su pose marcial de señorita del este y reía cómplice junto a la Sra Howard y a su aliviado esposo que aún andaba dándole vueltas a la posibilidad de captar de alguna manera, aunque solo fuera una imagen, lo ocurrido…


Hasta el viejo reía recordando su anclaje, maravillado por no haber deformado el revólver ante la presión de su mano. Pues por un momento, lejos de toda civilización, algunas cosas parecían tener mucha menos relevancia; mientras que otras se mostraban básicas, reparadoras, esenciales.


Y en esas se echaron, junto al reconfortante calor del fuego, mirando al frescor infinito de un cielo oscuro plagado de miríadas de estrellas. Así fueron vaciando la charla, aminoraron los recuerdos y surgieron las ganas de dormir.


Quedaron en pie Patty y Jake. La reverenda miraba hacia el frío horizonte.


–Patty. Vamos a tener jaleo, ¿verdad?


–Puedes apostar a que sí. Ya no se trata de una corazonada. Henry dice que ninguno de los jinetes que nos atacaron era de sus coyotes…


–No sé si sobreviríamos a otra encerrona igual.


–Bueno, eso está por ver. No ha ido tan mal. Pero la siguiente vez que se te ocurra “vivir la vida”, recuérdame que demuestre algo de sentido común y te mande a la mierda –resopla divertida la reverenda.


Ríe Jake en respuesta, mientras echa un vistazo a la señorita que duerme ahora, completamente relajada.


–¿Qué pasará con ella? Me da que nadie en su destino espera aquello en lo que se está convirtiendo.


–Eso, querido amigo, no es asunto nuestro. Ya tenemos bastante con salir de este infierno. Además, si es a ella a quien esperan, es más ella la que duerme aquí que la que subió por primera vez en la diligencia.


–Puede ser pero, ¿por qué ahora? ¿Acaso no habrá tenido momentos difíciles en el este?


–No se trata de vivir momentos difíciles. En el este son muchos y apiñados, continuamente expuestos al roce y muy pocas veces para bien. Los golpes y amenazas forjan defensas, no personas. Aquí se ha expuesto, junto a la Sra. Howard, para ayudar a otro y ha conseguido salvarle. En esos momentos el alma reacciona de otra forma: estar con otros que no implican mal, arrimar el hombro, supone un bien y por tanto quiere estar ahí.


–Ya veremos qué opina el viejo...


–De momento a ver cómo nos apañamos para llegar vivos. Podríamos despertar al alcornoque y a Sam.


–Buena idea, planteamos la ruta entre todos y que se quede Henry después de guardia; a Sam lo necesitamos fresco.


Se levantaron, pusieron café al fuego y fueron a despertar a los otros. Los surcos en el suelo mostraban un mapa complejo. El ataque había dejado claro el modo de actuar del enemigo. Fue una jugada más peligrosa de lo que en inicio esperaban. Ahora los apeaderos eran inaccesibles, igual que las rutas alternativas y en los caminos más difíciles se esperaba la presencia de los coyotes de Henry. Para poder cruzar aquel infierno, era necesario hacer que los demonios entraran en conflicto.

lunes, 3 de agosto de 2020

Primer ataque


–¡¡¡Vamos!!! ¡¡¡¡Yihaaaaa!!!!

Restalla el látigo en el aire, atrona la voz, marcan las riendas la carne de Sam.

Jake al lado ignora el silbido del plomo, coge con fuerza la escopeta y fija la vista en la colina que se alza lejana, en el horizonte.

Ata el aliento Patty, tumbada sobre el techo, mientras lleva la mirilla hacia los pequeños puntos que, entre la ola de polvo, crecen cada vez más.

Dentro, los Howard se asoman a medias por una de las ventanas, el viejo pega la espalda al asiento, mientras asfixia el revólver con una de sus manos y la señorita, sentada, inmune, tan solo se permite pestañear cuando el aullar de las balas, pasa cerca con hambre.

–¡¡Patty??

–¡¡Cuatro!!... ¡¡puede que siete!! ¡¡Aún lejos!!

–¿¿Y Henry??

–¡¡Aquí estoy!!

Se acerca Holmoak por el lado de Jake, cabecea vigoroso su mustang: músculos tensos y crines al viento. Lleva las riendas en mano, escopeta a la espalda y mirada calma.

–¡¡Cuatro entrando en el polvo!!, ¡¡tres detrás!!

Responde Jake con un gesto y desaparece Henry hacia la derecha.

Refulge la diligencia enrojecida tras el mar de crines. Rueda, salta y balancea como goleta mecida por mil demonios. Engulle el terreno con ansia primigenia, sin importar crujidos, ruidos ni golpes; ya habrá tiempo de reparar las pérdidas, cuando conserven la vida.

–¡¡Ya vienen!! –clama la reverenda.

Dos siluetas primero, atraviesan el polvo. Sombreros afilados, fieras monturas y disparos certeros que pasan demasiado cerca de Jake y de Sam.

La reverenda, tumbada boca abajo, pegada al techo como si la diligencia fuera parte de ella, despierta la ira divina y atruena, índice en gatillo, un plomo que rasga el polvo hasta acallar su aullido en la carne de uno de los jinetes. Cae la figura y desaparece la bestia, engullida por la ola.

Palanquea la sacerdotisa e invoca otro trueno; yerra esta vez el plomo y nota cariñoso el del enemigo en cálida caricia, raspando la carne de su mejilla.

Crecen los nervios con la figura enemiga y falla de nuevo al enviar la muerte. Dos jinetes más entran en la ola; se agarrotan los dedos, falla el aliento y arrolla el ansia a la capacidad.

--¡¡Jake, pasa uno!!

Se aplasta Patty como nunca al techo, pega la mejilla y abandona la vista para evitar ofrecer su muerte.

El jinete se acerca, aúna el galope de su montura y toma un instante para apuntar cuidadosamente a la figura de Patty.

Suena un disparo, seco y potente, y los 12 plomos de Jake derriban al jinete, antes de que pueda vencer la resistencia metálica del gatillo.

El cuerpo cae hacia la diligencia, bajo una de las ruedas. El primer bandazo es fuerte; más aún los que vienen tras él. En uno de esos se abre la puerta de los Howard, ofreciendo a él al exterior, lucha por mantenerlo su esposa, mas un nuevo bandazo aumenta la fuerza contra del hombre del este. El viejo ignora la llamada de auxilio, fundido en el respaldo de su asiento, esperando que el enemigo asome para disparar, y es una grácil y suave mano la que ofrece ayuda. La señorita se aferra al marco de la puerta y coge, junto a la Sra Howard, el traje del caballero del este. Cae la pamela, se muestra rebelde el pelo rojizo y una sonrisa vibrante se dibuja en su rostro, ahora más vivo que nunca. Sam toca las riendas como un titiritero: estabiliza con los primeros animales, mantiene rumbo con los de en medio y corrige con los que van en cabeza. El sudor se acumula en su frente y entorna sus ojos ante el picor de gotas saladas cayendo en las cuencas. Resopla como los animales, soltando vapor de sudor en cada bufido, mientras va retomando el control.

Entonces renace la reverenda. Palanquea el rifle y alza de golpe la vista. El disparo se lleva a uno de los jinetes, el otro responde en falso y encuentra la muerte en el siguiente estallido. Muda el rostro de la reverenda al ver, atraídos por el rayo, a dos jinetes más que, en formación cerrada, apuntan con mano firme.

Silban los plomos en vuelo raso sobre Patty, hiriendo el espacio entre Jake y Sam. Amartillan de nuevo revólveres con rostro depredador, desdeñando el fuego de la reverenda. Mas es la figura de Henry la que aparece en la ola de polvo. Entra con calma, como si aquello no fuera con él, y con la misma calma vacía los dos cañones de un gesto, decerraja 24 plomos sobre la formación cerrada, devolviendo dos muñecos de trapo a la tierra de la que surgieron.

Se coloca Henry tras la diligencia y saluda a la reverenda, mientras tantea un par de cartuchos. Mas observa en el rostro de Patty el reflejo del peligro. Intenta un disparo ella, al último jinete que se acerca con hambre, e invoca un no categórico al adivinar la intención de su compañero.

Henry abre la mano, caen los cartuchos al suelo; dibuja una sonrisa y tira hacia atrás de las riendas. Detiene el galope y se gira sobre su montura. Cuando se encuentra al alcance del último jinete, con un movimiento fluido envía la culata de recia madera hacia el cuerpo del enemigo, quien, tras ahogar un bufido, ofrece media vuelta al aire antes de besar el suelo.