Estaban bajo el porche: manos sobre barandilla y ojos en el horizonte.
—Fue poco antes de que muriera. Yo le cuidaba y me contó por qué las balas no podían dañarle.
—Pero si tú empezaste a trabajar para el ejército en el 83...
Media sonrisa apareció en su rostro.
—Vale, olvida a Caballo Loco. Lo que quiero decirte es que la mayoría apuntará demasiado alto o demasiado bajo. En cuanto a los que saben dar en el blanco, no te ofrecerán más que la experiencia de estar en peligro y, en última instancia, la muerte. La verdad es que pocos irán directamente a por ti; es el miedo el que atrae las balas.
—¿Entonces?
Miró de reojo y señaló el arma que tenía el muchacho a su lado.
—Ese arma se inventó para disparar sin tener que esperar demasiado; no para escupir 15 balas de golpe y tardar lo mismo de siempre... Lo que te digo es que debes hacer que cada bala cuente, por lo que puede hacerle a un ser humano y porque una vez sale, ya no hay retorno. Así que, cuando vengan, mantén la cabeza despierta, el alma en calma y déjame hablar a mí.
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