Tres figuras recortadas en el horizonte; negro sobre el naranja de un sol ahogado. Pezuñas sobre polvo, pesada caída y alzada leve, algún que otro resoplido y vista fija a pocos metros del hocico; concentrados en el camino, evitando la distancia que queda, hasta que la impaciencia levanta los ojos y adivina entre el calor borroso, las formas lejanas de un rancho escupido en medio de la nada.
Cruzaron un desfiladero, alto y descarnado, con el sol iluminando sus bordes y bañando una de las paredes. Salieron de nuevo a la extensa llanura, dejando a un lado una colina de rocas grisáceas arañada de grandes arbustos, hasta poder ver claramente el edificio desvencijado.
-Ahí lo tienen, señores: el hotel del señor Jules K. Davis.
-¿Cómo estás tan seguro, Blackwell?
-El bueno de Cob fue quien me lo dijo.
-¿Cob?, ¿Cob “el limpio”? ¿Cómo has conseguido convencerle?, ese no vendría sin sacar tres cuartas partes del botín.
-Ya, pero no vendrá.
Jimmy miró a Lily negando levemente con la cabeza. Ella torció en un suspiro la amarga pregunta y miró con extrañeza aquel hombre elegante de rostro amigable, pelo negro y ojos claros que lucía una estrella en el pecho con cierto brillo burlón.
-¿Sea como sea; cuál es el plan?
-Lo clásico, Jimmy. Acercarnos, pedirle que se entregue y si se niega, conseguir el precio del cadáver.
-Bien, pues que sea la ley quien se acerque. Nosotros te cubriremos desde afuera.
-En verdad preferiría que uno de los dos viniera conmigo; no quisiera que la tentación os haga fallar.
-De acuerdo, Lily se quedará tras esas rocas; yo iré contigo.
-¿Que tal maneja el rifle señorita?
-Yo de ti no me separaría mucho de Jimmy...
Blackwell se llevó la mano al sombrero y sonrió levemente. Segundos después, la nube de polvo llegaba al cercado del rancho.
Los dos postes de la entrada, a duras penas sostenían un cartel ilegible y los restos quebrados de la calavera de una res. Frente al terreno reseco, se alzaba el eco escuálido de la antigua hacienda. El techo estaba medio hundido y las contraventanas, rotas, mostraban el fantasma del viento entre cortinas rasgadas, acompañado por el golpeteo rítmico de tablones sueltos.
Blackwell alejó las manos del cinto, con los dedos bien enhiestos, mientras con el pulgar derecho mantenía oculta la insignificancia de una palmpistol. Hizo un ademán a Jimmy y comenzaron a caminar con paso decidido hacia la puerta principal.
-¡Jules! ¡Jules K. Davis! ¡Soy el sheriff Blackwell,vengo desarmado!
No se escuchó el más mínimo ruido. Siguieron caminando con paso firme, manteniendo el porte, sin apresurarse.
-Oye Blackwell, -susurró Jimmy sin dejar de mirar hacia adelante- ¿Qué le hiciste a Cob?
-Los golpes adecuados hacen hablar a cualquiera. Nada macabro, firme al golpear y generoso al agradecer la colaboración.
-¿Está muerto?
-Se portó bien. Me costó hacerme a la idea de pegarle un tiro, así que lo dejé a lomos de su caballo con una soga en el cuello.
-¿Lo dejaste vivo? ¿A Cob!
-En medio de la nada, maniatado; vivo, lo que se dice vivo... no diría tanto.
-Hace falta mucho más para acabar con él. Cob conoce a gente hasta en el último rincón de este mundo, seguro que lo soltaron... sabía adónde ibas. Olvídate de Jules, él no está en esa casa; hay que salir de aquí.
El primer disparo restalló de entre las rocas grisáceas de la colina; el humo aun se alzaba entre los arbustos cuando un rifle cercano envió su respuesta.
-¡Lily! ¡Joder Blackwell, nos has metido en una ratonera!
Jimmy montó y se dirigió hacia las rocas donde su compañera respondía al fuego enemigo. Mas al salir del cercado las balas mordieron el suelo y rasparon la piel de su montura; no pudo sino mantener la distancia y disparar desde allí.
Lily accionaba la palanca por inercia, enviando casquillos al viento, aligerando la tensión del gatillo continuamente; esforzada al máximo en exorcizar nervio y mantener el ritmo sencillo: cargar, apuntar y disparar, mientras las balas estallaban contra la roca a pocos centímetros de su cabeza. Siguió así unos instantes eternos, notando cómo se acumulaba el calor en el arma hasta que finalmente algo se fundió dentro.
Desde el otro lado, no tardaron en descubrir que su principal amenaza había desaparecido. Los disparos de Jimmy, demasiado lejanos, apenas seguían la dirección adecuada. Envalentonados, salieron de su escondite y fueron a por su presa.
Lily, cogió las riendas del caballo, subió de un salto, como nunca antes había hecho, y, recostada hasta besar las crines, comenzó a galopar como si toda su vida la empujara. Notó el cráneo latiendo y la alegría inmensa del nervio liberado, un aullido desbordante surgió de su garganta mientras las balas silbaban a su alrededor. Engullía la distancia con la misma facilidad con que un puma rasga la carne de sus víctimas, sabiendo en todo momento que si quería, daría la vuelta al mundo, sin que nada ni nadie pudiera detenerla. Hubiera jurado que los disparos rozaron su pelo, que alguna bala dio en sus ropas y que los gritos de sus perseguidores evidenciaban la impotencia del depredador agotado. Y así llegó hasta donde estaba Jimmy y continuó adelante, hacia el cercado, cuando adivinó en su mirada que algo iba mal y, al sentirse segura, el nervio aflojó las cuerdas de su marioneta, dejándola en el suelo atenazada por un inmenso dolor.
-¡Jimmy, cógela! ¡Vamos adentro!
Jimmy solo acertaba a ver sangre. Como pudo, comenzó a envolverla en su propio vestido.
-¡Blackwell, si ella no sale de esta, tú tampoco! ¿Me oyes?
-¡Joder, date prisa o no lo contaremos ninguno!
Jimmy la cogió en brazos y corrió a toda prisa hacia la casa. Blackwell les esperaba junto a la puerta, enviando plomo hacia los carroñeros que se acercaban.
-Seis, puede que siete... y desde el risco vienen más... Déjala ahora Jimmy; o los paramos o se acabó.
Consiguió ver el origen de las dos heridas. Ató como pudo un pedazo de tela, bien prieto, la dejó tumbada sobre un montón de heno y se acercó hacia una de las ventanas.
-De acuerdo Blackwell, o nosotros o ellos.
-Una bala, un tipo. Cob es mío.
Cruzaron un desfiladero, alto y descarnado, con el sol iluminando sus bordes y bañando una de las paredes. Salieron de nuevo a la extensa llanura, dejando a un lado una colina de rocas grisáceas arañada de grandes arbustos, hasta poder ver claramente el edificio desvencijado.
-Ahí lo tienen, señores: el hotel del señor Jules K. Davis.
-¿Cómo estás tan seguro, Blackwell?
-El bueno de Cob fue quien me lo dijo.
-¿Cob?, ¿Cob “el limpio”? ¿Cómo has conseguido convencerle?, ese no vendría sin sacar tres cuartas partes del botín.
-Ya, pero no vendrá.
Jimmy miró a Lily negando levemente con la cabeza. Ella torció en un suspiro la amarga pregunta y miró con extrañeza aquel hombre elegante de rostro amigable, pelo negro y ojos claros que lucía una estrella en el pecho con cierto brillo burlón.
-¿Sea como sea; cuál es el plan?
-Lo clásico, Jimmy. Acercarnos, pedirle que se entregue y si se niega, conseguir el precio del cadáver.
-Bien, pues que sea la ley quien se acerque. Nosotros te cubriremos desde afuera.
-En verdad preferiría que uno de los dos viniera conmigo; no quisiera que la tentación os haga fallar.
-De acuerdo, Lily se quedará tras esas rocas; yo iré contigo.
-¿Que tal maneja el rifle señorita?
-Yo de ti no me separaría mucho de Jimmy...
Blackwell se llevó la mano al sombrero y sonrió levemente. Segundos después, la nube de polvo llegaba al cercado del rancho.
Los dos postes de la entrada, a duras penas sostenían un cartel ilegible y los restos quebrados de la calavera de una res. Frente al terreno reseco, se alzaba el eco escuálido de la antigua hacienda. El techo estaba medio hundido y las contraventanas, rotas, mostraban el fantasma del viento entre cortinas rasgadas, acompañado por el golpeteo rítmico de tablones sueltos.
Blackwell alejó las manos del cinto, con los dedos bien enhiestos, mientras con el pulgar derecho mantenía oculta la insignificancia de una palmpistol. Hizo un ademán a Jimmy y comenzaron a caminar con paso decidido hacia la puerta principal.
-¡Jules! ¡Jules K. Davis! ¡Soy el sheriff Blackwell,vengo desarmado!
No se escuchó el más mínimo ruido. Siguieron caminando con paso firme, manteniendo el porte, sin apresurarse.
-Oye Blackwell, -susurró Jimmy sin dejar de mirar hacia adelante- ¿Qué le hiciste a Cob?
-Los golpes adecuados hacen hablar a cualquiera. Nada macabro, firme al golpear y generoso al agradecer la colaboración.
-¿Está muerto?
-Se portó bien. Me costó hacerme a la idea de pegarle un tiro, así que lo dejé a lomos de su caballo con una soga en el cuello.
-¿Lo dejaste vivo? ¿A Cob!
-En medio de la nada, maniatado; vivo, lo que se dice vivo... no diría tanto.
-Hace falta mucho más para acabar con él. Cob conoce a gente hasta en el último rincón de este mundo, seguro que lo soltaron... sabía adónde ibas. Olvídate de Jules, él no está en esa casa; hay que salir de aquí.
El primer disparo restalló de entre las rocas grisáceas de la colina; el humo aun se alzaba entre los arbustos cuando un rifle cercano envió su respuesta.
-¡Lily! ¡Joder Blackwell, nos has metido en una ratonera!
Jimmy montó y se dirigió hacia las rocas donde su compañera respondía al fuego enemigo. Mas al salir del cercado las balas mordieron el suelo y rasparon la piel de su montura; no pudo sino mantener la distancia y disparar desde allí.
Lily accionaba la palanca por inercia, enviando casquillos al viento, aligerando la tensión del gatillo continuamente; esforzada al máximo en exorcizar nervio y mantener el ritmo sencillo: cargar, apuntar y disparar, mientras las balas estallaban contra la roca a pocos centímetros de su cabeza. Siguió así unos instantes eternos, notando cómo se acumulaba el calor en el arma hasta que finalmente algo se fundió dentro.
Desde el otro lado, no tardaron en descubrir que su principal amenaza había desaparecido. Los disparos de Jimmy, demasiado lejanos, apenas seguían la dirección adecuada. Envalentonados, salieron de su escondite y fueron a por su presa.
Lily, cogió las riendas del caballo, subió de un salto, como nunca antes había hecho, y, recostada hasta besar las crines, comenzó a galopar como si toda su vida la empujara. Notó el cráneo latiendo y la alegría inmensa del nervio liberado, un aullido desbordante surgió de su garganta mientras las balas silbaban a su alrededor. Engullía la distancia con la misma facilidad con que un puma rasga la carne de sus víctimas, sabiendo en todo momento que si quería, daría la vuelta al mundo, sin que nada ni nadie pudiera detenerla. Hubiera jurado que los disparos rozaron su pelo, que alguna bala dio en sus ropas y que los gritos de sus perseguidores evidenciaban la impotencia del depredador agotado. Y así llegó hasta donde estaba Jimmy y continuó adelante, hacia el cercado, cuando adivinó en su mirada que algo iba mal y, al sentirse segura, el nervio aflojó las cuerdas de su marioneta, dejándola en el suelo atenazada por un inmenso dolor.
-¡Jimmy, cógela! ¡Vamos adentro!
Jimmy solo acertaba a ver sangre. Como pudo, comenzó a envolverla en su propio vestido.
-¡Blackwell, si ella no sale de esta, tú tampoco! ¿Me oyes?
-¡Joder, date prisa o no lo contaremos ninguno!
Jimmy la cogió en brazos y corrió a toda prisa hacia la casa. Blackwell les esperaba junto a la puerta, enviando plomo hacia los carroñeros que se acercaban.
-Seis, puede que siete... y desde el risco vienen más... Déjala ahora Jimmy; o los paramos o se acabó.
Consiguió ver el origen de las dos heridas. Ató como pudo un pedazo de tela, bien prieto, la dejó tumbada sobre un montón de heno y se acercó hacia una de las ventanas.
-De acuerdo Blackwell, o nosotros o ellos.
-Una bala, un tipo. Cob es mío.
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