lunes, 2 de junio de 2014

Cercados

Queda el último ahogo diurno, la palidez necesaria para distinguir las figuras; siluetas borrosas que se acercan amenazantes a través de la planicie. 
Ya no es tiempo de sutilezas; caminan erguidos, ligeramente inclinados, exclaman con pólvora y fuego la sed de sangre de la manada depredadora al detectar el olor ferroso de la pieza herida.

-Son siete, corren desde la colina y se ve algo por el desfiladero, demasiado lejos para apostar. ¿Los tienes?

-Visto.

Jimmy acercó el arma a la mejilla, guiñó el ojo y dobló el dedo índice; recibió el consuelo del estruendo y el empujón del rifle, al enviar el proyectil a cortar aire, describiendo la danza del alma del cañón, hasta perforar el fémur de uno de los atacantes. Casi juraría haber oído el chasquido instantes antes del grito desgarrado y alguna muestra de consuelo, escueta y pasajera.

-Muy bien, chico. Sin fallar y son nuestros.

Las balas entraban por las ventanas y los huecos, atravesaban las tablas y rebotaban dentro de la estancia hasta morir en el suelo chafadas y deformes. Lily seguía tumbada concentrada en mitigar el dolor de las heridas, mientras los dos tiradores ignoraban la lluvia de plomo a fin de detener la amenaza.

El sheriff se asomaba por la ventana, amartillaba el arma y esperaba el punto exacto en que desaparece la duda. No le importaba darles unos pasos de ventaja si los paraba de golpe; cabeza y pecho, pagando con plomo el silencio.

-Disparan bien, ¿eh Blackwell? Con estos te las tendrías que haber visto antes de venir a por nosotros. Ahora mismo seguiríamos en aquel saloon, curando la resaca con un trago más.

-No estas hecho para eso, Jimmy. Esos sitios engullen dinero, diversión a cambio de dólares. Ganas tres y dejas diez, ¿cuánto crees que te hubiera durado lo del último golpe? Ninguno se retira, a no ser que cambie de bando; es como beber con un tiro en las tripas.

Jimmy disparaba con la rapidez que dan el ansia y el exceso de confianza: disparo en el camino,  tira de palanca; bala perdida, casquillo al aire; otro blanco caído y vuelta a empezar.

Tres quedaban en pie; desviaron su carrera, alejándose del rancho hasta distancia segura y se quedaron a la espera.

-¿Qué demonios hacen ahí quietos?

-Creo que esperan a eso...

La salida del desfiladero apenas podía distinguirse por el coágulo de polvo terroso que se alzaba como un huracán del que surgía un fino cordón oscuro de jinetes embozados.

-Como poco son una docena y vienen con ganas. Ese sombrero... Cob va con ellos. ¿Dijiste que era para ti, no sheriff?

-Puedo esperar a cobrarme la pieza. Casi que sería un buen momento para salir de aquí.

-¿Estas loco? No puedo ir a galope tendido con Lily hasta el próximo pueblo; no lo soportaría.

-Lo sé, pero no hay mucho donde elegir; o cae uno, o caen tres. Si quieres dedicarte a esto, debes aprender a elegir.

-De acuerdo, elijo el infierno.

-No seas idiota, respira un segundo y piensa lo que estás diciendo. Cualquiera en su sano juicio picaría espuelas y no pararía hasta el próximo antro donde beber y hundir las penas en carne.

-Eso me reconforta.

Blackwell no perdió más tiempo, abandonó su puesto en la ventana, subió al caballo y cabalgó al lado contrario de donde venía aquella jauría infernal. Quiso dar media vuelta, pero la certeza de la muerte seguía congelada en su nuca.

Jimmy calculó el tiempo, miró a Lily y rebuscó por la cabaña. Ancló los rifles, a fin de que siguieran apuntando al enemigo, y ató un par de cuerdas a los gatillos.

-Lily, ¿donde está tu bolso?

La voz de ella manaba brumosa: a veces con cuerpo, a veces etérea. Abría los ojos esforzándose por extender el brazo y señaló un oscuro rincón.

-Bien, ahora escúchame, esto es importante -hablaba con el temblor de ojos empañados-. Sé que duele, pero ahora voy a coger tu brazo, lo voy a pasar por encima de mi hombro y vamos a salir por la puerta de atrás.

Ella abrió aun más los ojos e intentó negarse con todas sus fuerzas, mas dos punzadas de carne abierta le callaron como una patada en la boca.

-Vamos niña, solo hasta esas rocas de allí, ¿las ves? Están muy cerca, ¿a que sí? Solo unos pasos,  los justos para protegernos antes de que se desate la tormenta. Porque va a caer una buena, ¿sabes? Va a tronar como nunca.

Ella le miró a los ojos y comprendió; sonrió jugando a creer lo imposible. Vio a Jimmy alejarse y aprovechó el tiempo para recuperar fuerzas; centró toda su atención en aquellas heridas, cerrando un cerco en torno a ellas, apretándolo cuanto pudo hasta ahogar la sensación. Extendió su brazo hacia Jimmy y se incorporó; él la sostenía con fuerza, pero notaba cada terrible paso, como si el costado fuera a rasgarse dejando más dolor al aire, y aun así siguió hacia las rocas. Pensó que nada perdía, que de nada serviría el dolor si no llegaba. Así que pisó fuerte, una y otra vez; acelerando el paso, desdeñando heridas, hasta que, justo al llegar a las rocas, pudo desplomarse y ver a Jimmy tirar de las cuerdas haciendo sonar por última vez los rifles. 

Poco tiempo después, el suficiente para que los jinetes se acercaran, escuchó como si el mismo cielo se partiera en dos con un tremendo estruendo; la casa saltó por los aires enviando trozos de madera y metal, arrasando todo cuanto estuviera a su alcance.

Los siguiente que recordó fue a Jimmy, regresando de aquella masacre, con un saco empapado en sangre, dos caballos y una camilla improvisada.

-Lily, se acabó. Nos vamos.

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