jueves, 31 de diciembre de 2020

La última bala

Las guerras indias ya habían terminado. Nos encontramos con uno de esos grupos rebeldes que no apreciaban el magnífico cercado que el gobierno les daba. Mordían con ganas y llegó el momento de hacer lo que toca con la última bala; mas no fui capaz de matarme.

Golpeé en la sién a uno de los guerreros y corrí hacia el centro de la batalla, revólver en cinto y cuchillo en mano, más para escapar que para morir luchando; pues era el camino más corto hacia el río, y de sus aguas salí con vida.

Aquella fue la última vez que empuñé el revólver. Después llegó el cambio y ya nada fue lo mismo.

Ahora vivimos consumiendo tiempo a bocanadas y hemos pasado de construir sociedades a ser construidos por estas. Hoy, incluso las montañas se encuentran parceladas, los raíles del ferrocarril atraviesan hasta el mismísimo aire y hemos pasado de hacer mucho con poco a necesitar muchas cosas para no hacer nada.

Por eso guardo el revólver donde debe estar: descansando encima de la chimenea, cargado aún con la última bala.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Matt Junsen

Estaba cansado, llevaba más de ocho horas sin parar de cabalgar, le dolía todo el cuerpo pero no podía detenerse; no ahora, cuando estaba a punto de llegar.

Toma resuello. Entre la bruma de su propio vaho pueden distinguirse las luces lejanas del campamento, al otro lado de las líneas enemigas.

Cierra con fuerza los ojos, exhala el aire y deja que los pulmones se llenen con el fresco aroma del bosque.

Apreta los dientes, se levanta sobre los estribos inclinándose hacia adelante y canaliza todo el ímpetu de su montura en una clara y marcada línea recta.

No tarda en oírse la voz del vigía; detona la pólvora y silban las balas a su alrededor. Los lados se difuminan, las crines ondean al viento y un resoplido mantiene el fuego del animal al rojo vivo.

Atraviesa el primer puesto, salta la bestia ignorando a los soldados. Algún plomo muerde, no sabe cuánto ni dónde, su propio cuerpo desdeña el dolor y continúa hacia el objetivo.

El sabor a hierro lo inunda todo, la vista se emborrona y focaliza todas sus fuerzas en aguantar.

Tres hombres se interponen en el camino, apuntan con los fusiles y Junsen decide no parar.

Suena seco el golpe, de bestia contra hombres, a huesos rotos contra el suelo y a carne herida por las balas. Su cuerpo se mantiene por pura voluntad y continúa por inercia hasta que llega a territorio amigo, entrega el mensaje y puede, al fin, descansar.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Kurt y Beauregard

Mirada en calma, riendas tensas y caballos a galope tendido con el carro dando bandazos tras cada curva.

—"Es una tontería de nada y se cobra muy bien..." No puede ser, te dije. "Sí, sí; la señora vino con esa vajilla del este cuando tenía 19 años, y la tiene en muy alta estima." Ya, pero… ¿tanto como para pagar 500$? "Hazme caso", dijiste, "tengo buen olfato para estas cosas…" Y mira que estabas seguro...
Pero ese opio que hay en las cajas lo complica todo, ¿eh? Ahora con los chinos, los Loder y los del Gold Lucky pegados a nuestros talones ya no parece tan buena idea, claro.
Porque no van a dejar que paremos. Primero acabarán con nosotros y luego ya se matarán entre ellos por el botín.
Y aun así saldremos de esta, no sé cómo, pero lo haremos; siempre lo hacemos.

Sacude de nuevo las riendas e invoca a las bestias, ajeno a las balas enemigas y a los disparos que su compañero envía hacia atrás mientras escucha la queja con rostro sereno.

—Eso sí… la próxima vez que me vengas con uno de tus planes, recuérdame que te reciba con los oídos bien abiertos y los puños cerrados.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Balas: Fire

Pensaba que Tincher cumpliría su palabra. Podría haber calado fuego al pueblo entero, llenado de plomo a todo el que huyera y haberse sentado sobre las cenizas a echarse un trago. Pero ya no era así; se había propuesto vivir a la suya y el tal Tincher era el único que podía venderle la calma.

Y allí estaba, esperando en la barra con el dinero, sin rastro de Tincher y con tres tipos de gatillo fácil y hambre de oro…

Hay veces que no se puede.

Sin apenas moverse del sitio, distingue al que sí, cala al que quizás y reconoce al que no. 

Brilla frío el metal, estalla la pólvora y cae el primero al desenfundar, toca suelo el segundo sin llegar a amartillar y huye el tercero con pies ligeros y manos en alto.

Y es que hay veces que no puede ser, se repite.

Así que coge el dinero y sale, busca en las alforjas de su caballo la dinamita y sacia con ira la sed de paz que crecía dentro.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Tom Powder

-Muy bien, ahora estese quieto.

El hombre posaba con gesto hosco, apoyado en su rifle junto al coloso lanudo de 3m de largo, metro y medio de altura y más de una tonelada de peso.

-Haremos una más; coja la lengua.

-¡Déjese de chorradas!

-¡Caballero, es usted un héroe! Queremos que en el este sepan a qué contribuyen cuando se sientan a la mesa. Cada plato de lengua supone un indio hambriento; la guerra la ganaremos aquí en las llanuras. Es sencillo, inteligente y evita muertes.

El hombre se giró y, aún con el cañón caliente, vio el mar de aquellos magníficos colosos muertos y cómo con ellos también desaparecían casas, objetos ceremoniales, herramientas y todo un estilo de vida que había mantenido a bisonte e indio en un delicado equilibrio durante siglos.

Aquel hombrecillo podría decir lo que quisiera, pero la verdad es que sentía las muertes fáciles y absurdas y la amarga sensación de que para dominar algo habían terminado por destruirlo. Por un momento echó de menos los años de las montañas con Alsoomsee, la vida salvaje y honesta donde toda muerte servía para alimentarse. Y empezó a comprender que había llegado su hora y los bisontes empezaban ahora a perseguirlo a él.