lunes, 26 de octubre de 2020

Balas: La Timba


Mr. Carrington pone sobre la mesa el revólver y con el crujido de la silla engorda la apuesta.


Una a una caen las manos boca abajo, hasta llegar al joven Dave Morgan que se mantiene cartas en alto.


Surge un silencio casi sagrado y todas las miradas fijan el blanco en los dos contendientes.


Brotan los primeros susurro, el joven toca todo el dinero que ha ganado y la esperanza conjunta de desbancar el farol se posiciona del lado de Dave.


Bajan las cartas con la implacable jugada de Carrington que el póker de Dave es incapaz de superar.


Regresan los loas hacia el gran hombre y se forma un pasillo perfectamente vacío para que salga el joven Morgan; quien recibe su pago al abandonar el local.

lunes, 19 de octubre de 2020

Balas: La Entrega

Torso y codos sobre roca ardiente. Respira Bill sin despertar el polvo y apunta, mientras lucha contra el escozor que nace perlado entre sombrero y piel.


Por la mira del sharp ve a los Cooper, triunfales, y a Tim “el calvo”, cicatriz sin cabellera, con paso lento y maletín lleno. Frente a ellos se detiene y comienza a hablar.


El viento llega en silencio, arde en Bill el sol y se extiende, interminable, el tiempo hasta que brotan recuerdos de peleas y traiciones. Abre los ojos y cierra el índice: plomo incandescente atravesando el maletín, sonido a vidrio roto y una gran bola de fuego que lo engulle todo.


Se levanta y va hacia donde otro compañero espera con los caballos. Hablan las miradas, montan y, con las alforjas repletas tintineando el funeral de “el calvo”, cabalgan hacia el oeste.

lunes, 12 de octubre de 2020

The End


Entran en Paloverde por uno de los laterales, evitando la calle central a fin de no encontrarse con la parte de los coyotes de Henry que esperan en las afueras.


En el pueblo reina una calma erizada. Por las ventanas asoman rostros tras las cortinas, mientras los más valientes se agolpan en silencio a un lado de la calle observando el saloon donde hace poco acaban de entrar el resto de los secuaces de Tom. Todos parecen adivinar qué está ocurriendo, pero se mantienen expectantes.


—De acuerdo, viejo ¿y ahora qué? 


Jake hablaba desde el pescante, acercando el rostro al interior de la diligencia.


—La parte trasera de la casa de Tobías es aquella de allí; yo me acercaré ahora al pueblo, vosotros ya sabéis lo que tenéis que hacer.


Con la última palabra en suspensión, el viejo pisa el peldaño de la diligencia.


—Espera, será mejor que te acompañe Henry.


—Puedo apañármelas solo, Jake, gracias.


—Es que nos preocupamos por ti, entre otras cosas...


—Vamos, no hay tiempo de discutir —dice Henry mientras da una palmadita en la espalda al viejo— seguro que te vendrá bien dar ese paseo conmigo; aún guardo algo de vida en estos huesos.


Toma tierra el viejo y comienza a caminar mientras se coloca los anteojos; a través del cristal puede verse una callejuela entre dos casas: amasijo de botes, maderas, latas y escaleras a través del cual puede verse la calle central del pueblo con las figuras de los que se mantienen en pie pendientes de lo que está pasando.


Baja tras él Henry. Lleva la escopeta a la espalda y una de sus manos apoya instintivamente la palma contra el pomo del cuchillo, cierra el puño hasta notar la sedosidad del mango de madera y libera los dedos mientras acelera el paso hasta ponerse al alcance del viejo.


—Estoy preparado. Si viene tormenta te quito al que tengas delante y nos largamos. Yo cubriré la retirada.


El viejo asiente sin dejar de mirar a la calle.


—Me parece bien, pero vengo para que nada de eso haga falta. Estos están a punto, solo necesitan un empujón. Déjame hablar.


Llega el viejo y pregunta con aire distraído. Se giran unos cuantos rostros y rápidamente ve los que le interesan, tipos recios y afilados con metal gastado en la cartuchera; a esos se dirige.


Dispara las frases a uno y otro lado, calibrando respuestas, calculando número e intenciones y envía finalmente la bala que da en el blanco, haciéndoles marchar hacia el saloon.


Desde la calle solo puede verse a la gente entrar: porte serio, ruido de espuelas y una endemoniada pausa en los movimientos.


Algo se tensa en el aire y cierto olor a pólvora parece inundar el ambiente. Algunos de los espectadores, movidos por el instinto, abandonan la zona regresando a sus casas. Henry y el viejo se quedan en la calle, esperando. 


Entonces, se abre la puerta de Tobías y sale la señorita O'leary con la mirada clavada en el suelo y una maleta en la mano.


Cruza, temblorosa, el eterno espacio que hay de un lado a otro de la calle. El polvo se eleva con cada pisada y se agarra al extremo del vestido, apagando su tono amarillo y el lustre brillante de las botas.


Empuja la puerta y apenas alza la vista para ver a los coyotes de Henry y los de Paloverde, bien diferenciados, sentados a uno y otro lado del saloon.

Se acerca a la barra, sintiendo las miradas clavadas en la maleta, que cada vez pesa más en su mano derecha. Fija su vista en uno de los extremos de la barra, del que sobresale la mitad de una bandeja. Se acerca y apoya la maleta en la mitad que descansa sobre la barra.


—Un whisky —suena su voz extraña, con fuerza, y se sorprende el barman al ver un par de ojos fieros, apuntados por cierto mechón rojizo que abandona rebelde el pañuelo.


Atrás todos esperan, miran de reojo a los contrarios y adivinan en el gesto del barman que algo no va bien.


Cae el whisky de un trago y baja potente el brazo, golpeando con fuerza el extremo de la bandeja que está en el aire. Se estrella este contra el suelo y vuela libre la maleta liberando los primeros billetes en el aire.


Sale corriendo, sin mirar atrás. Dentro, uno de los de Paloverde coge el asa de la maleta y el cuchillo de El Muerto le obliga a soltarla; tras lo cual, el saloon entero erupciona.


Suenan los primeros disparos mientras O'leary tira el pañuelo al suelo y cruza la calle, con el fuego libre de nuevo, hacia donde le espera el viejo y desaparece entre las casas, mientras Henry les sigue de cerca cubriendo la huida, escopeta en mano.


Un poco más allá, Sam toca las riendas y la diligencia abandona la casa de Tobías, recoge a los tres pasajeros y, dejando atrás el granero, abandonan el pueblo por el mismo lugar por el que entraron.


Ya desde el camino, ven a lo lejos los coyotes de Henry que desde las afueras cabalgan hacia el pueblo atraídos por el sonido de la pólvora.


***


—Y estalló más pólvora, más balas sonaron y la sangre siguió brotando; pues los pocos de Paloverde que no habían entrado en el saloon, se encontraron con los coyotes de afuera. Algunos de los que miraron desde las ventanas aquel día, cuentan que apenas podía verse nada entre el coágulo de polvo y humo que envolvió ese día el pueblo; algunos se lo inventan y otros interpretaban lo que creyeron ver; pero solo yo sé lo que pasó.

     Yo sé cómo cayeron todos, unos a manos de otros; cómo cayó todo aquel que observó de cerca y cómo mudaba el rostro de cada pobre diablo que conseguía llegar a la maldita maleta que, quitando una triste docena de billetes, nada tenía salvo peso muerto.

     Soy yo el único capaz de contarlo y que sabe que el dinero quedó a buen recaudo en una pequeña bolsa, junto a Tobías, dentro de la diligencia.

     En cuanto al resto, se dice que Henry regresó a sus tierras, que O'leary fundó un rancho en algún lugar más allá del desierto, Sam continuó con su diligencia y los Howard vendieron la historia a cierto periódico del este, sin mucho éxito, y continuaron enviando artículos y fotografías desde el oeste. En cuanto a Patty y Jake, los dos que comenzaron esta historia, poco se sabe de ellos. Pero si queréis saber la verdad, parece que esos dos ligaron su destino al lugar que les otorgaba el papel que guardaba Jake celosamente en su chaqueta. 



La familia observaba encandilada al hombre que hablaba en pie, iluminado por las llamas de la hoguera. 


—Disculpe señor —dijo el pequeño de los cuatro— pero si nadie sobrevivió, ¿cómo puede saber usted lo que ocurrió?


El hombre se incorporó tras recoger la chistera ajada, la sacudió un poco y contestó. 


—Verás pequeño, puede que algo supiera el día que los vi en Arroyo seco post; pero la verdad es que lo sé porque todo lo que ocurrió, desde el principio, solo los muertos lo saben y hace tiempo que camino con ellos. Claro que también puede ser que simplemente me lo haya inventado.


Se colocó la chistera, cogió un trozo más de carne asada y la botella por abrir que descansaba sobre la mesa.


—Sea como sea, les agradezco su hospitalidad todos estos días y que me hayan dejado acompañarles; que tengan un buen viaje y una feliz estancia en ese lugar que les espera. Tardaremos mucho en volver a vernos.

lunes, 5 de octubre de 2020

Paloverde


Un mar de crines deja tras de sí la estela encarnada de la diligencia.


Sam mueve enérgico las riendas, invoca a voces el ritmo raudo que devora las millas de roca y arena hasta Paloverde.


—Jake, ¿seguro que llegaremos a tiempo?


—Eso dice el viejo. Pero hasta que no lleguemos, no saldremos de dudas. ¿No crees?


Las piedras del camino zarandean la diligencia, las manos expertas de Sam retienen y aflojan hasta recuperar el equilibrio con una facilidad que convierte la tarea en algo simple, casi innato. 


—Lo único que creo es que como le pase algo a alguno de mis animales no va a haber oro en el mundo que lo pague. Si alguno cae, vosotros ocuparéis su lugar.

—¡Dalo por hecho, Sam! —dispara una voz desde arriba—  ¡Pero si hay que tirar me pido el sitio de los del medio; esos trabajan menos!


—Más te vale que no sea necesario, Patty, y que lleguemos a tiempo de salvar a la señorita. Porque me estoy pensando ponerte de freno...


Dentro de la diligencia, Henry ha devuelto al cuerpo el agua suficiente como para no expulsarla de nuevo. Se encuentra mejor, las heridas laten pero consigue reflotar las fuerza necesaria para continuar.


El viejo sigue hablando. Por un momento el torrente de dolor que recorre su cuerpo se había llevado la charla. Traga el sabor a hierro de la boca y devuelve la atención a los labios viejos y temblorosos, la tez blanquecina y los ojos glaucos y saltones que se abalanzan en un mundo de conjeturas y posibilidades.


—A estas alturas estarán entrando en Paloverde.


Carraspea Henry e interviene para volver del todo a la conversación. 

—Son unos cuantos… 


—No les conviene llamar la atención. Si quieren salír con vida, no deberían ir más de dos con ella.


—Esos serán sin duda Tom y uno al que llaman El Muerto: un tipo callado, frío como un clavo en el tuétano. Los que se decidan a entrar en el pueblo lo harán por su cuenta y esperarán en algún saloon, como si la cosa no fuera con ellos, por si hacen falta más balas.


***

Tres jinetes entran en el pueblo. Un tipo alto, ala oscura de sombrero y un par de ojos penetrantes, hundidos en las profundidades de un rostro solemne. Una joven en elegante vestido del este, de rostro altivo y distante. Y un tipo delgado y nudoso como palo seco, retorcido, castigado por el clima, con el surco claro de una cicatriz partiendo el labio superior en un gruñido eterno a colmillo afilado y encía abierta.


Recorren el pueblo sin prisa, yendo a lo suyo. No hay miradas nerviosas ni reconocimiento del terreno; pero cuando la señorita toma las riendas, acercan los otros ligeramente sus monturas, dejando a la vista las armas, hasta que los costados de las bestias aprisionan sus piernas.


Y la señorita, continúa firme y lejana, sin permitirse ceder al terror que comienza a hervir en sus entrañas ni a la posibilidad desesperada de pedir ayuda. Porque si algo ha aprendido en el este, es a esperar, a mantener esa pose marcial y no ceder a la primera de cambio, cuando el acto favorece más a cualquier otro que a uno mismo. Desde esa distancia, envía los nervios al mismo infierno del que quisieron salir, y mantiene la mente fría, recorriendo cada una de las casas de aquel pueblo, buscando la dirección que aparece clara y nítida en su mente.


***

—Tobías, ese es el tipo a quien debe acudir. Ellos irán directamente al banco esperando que desde allí se arreglen los papeles, y lo cierto es que podría hacerse así. Pero nuestra única oportunidad es que acuda a Tobías; es el único que está realmente al corriente de toda la situación y, por tanto, la única persona en ese pueblo que puede ayudarla.


***

Los tres jinetes llegan a las puertas del banco, mas las señorita continúa. Los otros dos aprietan sus monturas, cerrándole el paso.


—¿Adónde va, Srita. O'leary? El banco está aquí. 


—¿Y con qué canjearemos el dinero? No sé mucho de estos asuntos, pero si algo me dijo mi valedor es que quien debía hacer efectiva la transacción era un procurador… 


Su dedo índice señala hacia un estrecho edificio cuyo cartel, algo desvencijado, reza:


Tobías Edevane: 

pleitos y disputas.

Entra y hablemos. Hasta este momento, tenías la batalla perdida.


El tipo de la cicatriz gruñe con nervio y alza la mano hacia las riendas de la señorita, mas el de los ojos profundos le detiene con un ademán, mira alrededor y regresa al rostro de la señorita con una sonrisa conciliadora.


—Claro, ¿por qué no? Lo que sea mejor pasa usted. 


Sisea una mirada y desarma al de la cicatriz que se yergue sobre su montura y se cruza de brazos.


***

—Tobías es un buen tipo, pequeño, de apariencia apocado, que tiene dos magníficas cualidades: saber lo que hace y no parecerlo.


—Más nos vale que sea así, porque si la señorita consigue acudir a él, será nuestra única oportunidad.


***

Tras un chirrido de gozne oxidado, aparece una mezcla imposible de tez blanquecina, pómulos anchos y barbilla puntiaguda y observa a los jinetes desde cerca del suelo.


El tipo de porte enfermizo y voz temblorosa, saluda a los tres jinetes.


—Usted debe ser la señorita O'leary. Debo confesarle que ya no esperaba su visita. Temía que le hubiera pasado algo… pero ya veo que va bien acompañada -dice mientras saluda al par de tipos que no se apartan ni un palmo de ella.


—Les agradezco enormemente que hayan acompañado a mi cliente. Quizás encuentren agradable, mientras esperan, un buen trago en el saloon de aquí en frente.


—No pensamos dejarla sola -corta el de los ojos profundos.


—Comprendo su desconfianza. Más aún con lo que habrán tenido que pasar. Pero no es exigencia mía, es cosa de sheriffs y gente de ley que nunca han sabido hacer las cosas cómodas.


El de los ojos profundos echó un ojo al pequeño gabinete del procurador y no vio más que desastre acumulado y papeles por todos lados… Asintió, finalmente, con desgana y con una mirada arrancó al de la cicatriz de su pose estática.


—¡Venga vámonos!, dejemos al procurador trabajar. Os estaremos esperando ahí en frente. Señorita, si necesita cualquier cosa avise, estaremos todo el rato pendientes, por si hubiera sobresaltos.


—Gracias por su comprensión, no tardaremos nada. Si por mí fuera, arreglaría los papeles aquí mismo, pero ya saben que estos líos legales son algo farragosos… 


Por toda respuesta recibió la mano alzada de quien ya se alejaba dando por zanjada la conversación. 


—Vale, de acuerdo. En un momento la tendrán de vuelta. !Buen día tengan ustedes!


Entraron en el saloon y se sentaron junto al ventanal que daba a la casa del procurador. Más allá, repartidos entre la barra y un par de mesas, había unos cuantos de sus hombres, esperando sin mantener contacto alguno. 


***

—Si ha conseguido hablar con Tobías, el siguiente paso es nuestro. 


—Pues debemos actuar como si hubiera ocurrido. 


--Entonces sólo queda llegar a Paloverde y alertar a los coyotes del lugar. Alguien que cuente lo que ha pasado con sus compañeros y qué ocurre con la señorita, alguien que no levante sospechas…


—El viejo y Henry enmudecieron de repente y sus miradas se dirigieron hacia los Howard que permanecían callados y espectantes en sus asientos.


—Bueno, nosotros pensábamos apearnos de aquí en Paloverde y dar por terminada esta aventura antes de que nos maten. Ha sido un placer convivir con ustedes y haber sobrevivido para contarlo pero puede que sea momento de…


No pudo acabar la frase, ante los agujeros de bala y el rostro herido de un Henry que ocupaba el espacio de aquella señorita del este junto a la que habían pasado tanto en tan poco tiempo…


—¡Qué demonios! ¡Vayamos a Paloverde y saquemos de allí a la señorita!