lunes, 27 de julio de 2020

Visitas


–¿Qué tal vivir?, dijiste… maldito majadero.


Dispara Patty mientras garabatea con una de las ramitas en la tierra.


–Bueno, no me negarás que vivir lo que se dice vivir, estamos viviendo.


–Mira eso es cierto, lo que dure ya es otra cosa.


–Venga reverenda, esto no es nada para nosotros.


–¿Y para ellos?


Iluminados por el resplandor anaranjado del fuego, apoyados en los restos de adobe, duermen los Howard, uno apoyado en el otro, usando sus bártulos de fotografía como almohada. Más allá, el viejo duerme a pierna suelta, ofreciendo graves e intermitentes ronquidos al cielo nocturno. La señorita, a pocos metros de él, descansa perfecta: pose grácil, distante, y respiración tenue de cuerpo pausado, de tal forma que nadie osaría quebrar tal avatar de solemnidad. Y, finalmente, abrigado por una de las gruesas mantas, Sam descansa junto a una flamante diligencia que devuelve, en su rojo nocturno, el frío titilar de las estrellas.


–No tienen otra. Son buenos, cada uno a su manera. ¿Recuerdas cuando llevábamos el ganado? El que no colocaba bien las balas, era bueno agrupando las reses, con el lazo, capaz de cocinar algo decente o tenía esa conexión especial con el de arriba…


Jake echa un poco de sopa humeante en la taza de Patty y devuelve la cafetera al fuego.


–Y había quién sabía hacer un poco de todo o absolutamente nada de nada, pero tenía buena vista para la gente… –guiñó un ojo a su viejo compañero, mientras cogía la taza con ambas manos–. El problema es que en un enfrentamiento no tenemos muchas posibilidades; y cuando vengan balas, vendrán bien puestas.


–Eso está por ver. A pólvora no podemos competir, tienes toda la razón; al menos en un enfrentamiento directo… pues mira, estamos de enhorabuena, porque ese no ha sido nunca nuestro objetivo. Son ellos quienes vienen, nosotros tratamos de continuar. El ataque es su herramienta… nos queda pensar la nuestra.


Ríe la reverenda, como siempre que Jake enarbola aquellos giros extraños, aquellas vueltas de realidad que la dejaban fuera del camino, con el alivio de una bocanada de aire fresco en el occipital.


–¡De acuerdo, si ha de ser así, que así sea! –lleva, enérgica, la taza a los labios, da un buen trago y baja la taza con el rostro mudado y una expresión extraña.


Jake reconoce el gesto y echa mano del revólver.


–¿Dónde?


Patty deja la taza con cuidado y toma lentamente el rifle, mientras sus ojos escrutan la oscuridad en busca del indicio que confirme lo que clama la intuición. Las pupilas van de un punto a otro, observan, oyen, olfatean y extienden esa suerte de visión por cada una de las zonas en que se posan.


–Bien bien; dos tipos, dos nubes de plomo. –La voz surge de la maraña vegetal, precede al reflejo metálico del fuego en dos cañones de escopeta y una amplia sonrisa pintada en la silueta grande y silenciosa que se alza frente a ellos.


–¡Maldito alcornoque! –se relajan los ojos y una curva destensa el rostro.


–¡Te pillé, digger!


–¡Imbécil! Podrías haberte llevado una bala de recuerdo...


–Nada de eso; pero sigues teniendo la brújula afilada.


Henry se acerca tarareando a la hoguera, directo a la cafetera con sopa caliente. Ahora sus pasos demuestran el peso de su figura, informando de las ramas y hojas secas del suelo. Sam abre los ojos ante el revuelo y vuelve a cerrarlos, tranquilo, al reconocer la calma en el rostro de los vigías.


–Bienvenido, me alegro de verte, especialmente ahora.


–No me extraña, Jake. Al poco de iros, vi que ya no había buitres vigilando mis tierras; hacía años que no pasaba algo así. Tomé el tiempo justo para guardar las cuatro cosas que valían la pena, repartir los animales entre otras granjas y seguiros la pista. No sé qué tenéis, pero si ha conseguido mover a esos carroñeros de mi casa, debe ser importante.


–Ahí tienes tu respuesta –señala Jake con la mirada a la señorita que duerme como si nada de cuanto estaba ocurriendo fuera con ella.


Asiente Henry y vacía media taza de un trago.


–Vengo del apeadero y hay armas esperándoos –calla un momento y echa un ojo al contenido de la taza– aunque como sigáis comiendo esta sopa se van a quedar sin trabajo... Habéis hecho bien en evitarlo; andan con el ojo puesto hacia aquí, pero no se mueven. No los conozco, así que los míos aún no han aparecido.


–Lo único bueno de tener tanto depredador es que acabarán erizándose para repartirse la presa.


–Pues sí, no te falta razón. En fin, ya que estoy aquí, ¿cuál es el plan?


–Nada del otro mundo, se trata de llevar a todos estos a su destino, evitando a todas las alimañas del territorio.


–¡Un plan magnífico, digger!


Patty amartilla la mirada, divertida, mientras vuelve a recostarse en el muro de adobe.


–La verdad es que la situación no es muy buena, –comenta Jake con la mirada perdida en el fuego– tal y como pintan las cosas, no podemos contar con los apeaderos y debemos buscar otros sitios para pasar la noche. ¿A favor?, piensan que saben nuestro itinerario y, dado que no podemos aprovechar los sitios más adecuados, tenemos plena libertad para seguir la ruta que nos dé la gana. ¿En contra?, varias jaurías de coyotes con hambre, entre ellos tus buitres, y falta de víveres; porque nos van a cerrar cualquier acceso a zonas donde reaprovisionarnos.


–En eso último puedo ayudaros. Cargué varias cosas antes de salir, bien suministrado nos dará para días; algo con lo que no cuentan.


–Pues que así sea, la verdad es que se agradece tenerte por aquí. Debes saber que la oferta sigue en pie…


–Ya hablaremos de eso; de momento la idea de poder quitarme a esos buitres de encima ya hace que hasta esta sopa tenga mejor sabor.


–Te conformas con poco, alcornoque.


–¿Acaso ibas a darme más?


–Siempre igual…


Alimentaron la hoguera, rieron, rellenaron las tazas y entre el humo continuó la charla. Se sucedieron recuerdos, risas y nuevas historias, interrumpidas solo por aquellos momentos en que una reverenda escrutaba el horizonte, siempre atenta a cualquier novedad. Y así siguieron hasta que la llegada del alba activó los cuerpos dormidos, movió riendas, ruedas y bestias y devolvió a los despiertos la calma.

lunes, 20 de julio de 2020

Promontorios

Sobre dos bultos enrollados en mantas descansan los sombreros de Jake y Patty. El resto está a pocos pasos, en medio de un edificio en ruinas, alrededor de una hoguera cuyas llamas dan calor y subliman en chispas vivas hacia un cielo eterno y oscuro que alguien llenó de plomo brillante.

–De acuerdo Sam, ¿puede usted volver a explicarme el porqué de este rodeo?

El viejo intentó retener la pregunta, pero aquella situación le superaba.

–¿Otra vez? Ya le he dicho que es un buen lugar para evitar la parada del itinerario -responde Sam tras escupir a las ascuas.

–¿Pero qué tiene de mejor este sitio? Porque, encima de habernos tenido que desviar, por no tener, no tenemos ni techo.

La señora Howard ofrece a la señorita una taza con un poco de la sopa aguada que hierve en una cafetera junto a la hoguera. Esta rehúsa con sonrisa conciliadora y grácil movimiento de mano, para fijar de nuevo la vista en las viejas paredes de adobe que, semiderruidas, siguen manteniéndose en pie.

Sam resopla cansado, coge una de las ramas del suelo y retoma aire para volver a la carga con el viejo.

–Vamos a ver –acompaña sus palabras con pequeños surcos en la tierra– nosotros venimos de aquí y deberíamos parar aquí, aquí y aquí; eso lo sabe cualquiera que se haya preocupado en preguntar. Se trata de buscar un sitio distinto donde hacer noche. Nuestra mejor opción hubiera sido un poco más al norte, pero esa también la sabrían. Así que tocaba buscar un sitio no tan obvio y le aseguro que este no lo recuerda ya ni el tipo que lo creó.

El señor Howard apenas alza la vista mientras da un sorbo del caldo sucio y garabatea en su libreta espacios, paisajes y encuadres.

–¡Maldita sea, pues claro que no!, ¡es que no hay nada que recordar, a la vista está! –contesta el viejo mientras con la mano abarca en un arco todo el lugar.

La señorita escucha atenta, sentada de lado sobre una piedra: pamela recta, espalda erguida y piernas recogidas, mientras observa las sombras de los contendientes proyectadas, gigantescas, en la pared.

–¡Oh vamos! ¿Acaso cree usted que el apeadero estará en mejores condiciones? Al menos aquí no hay cadáveres ni nos espera una emboscada al llegar. Es más, si algo pasara, aquí en alto, tenemos más posibilidades de mantenernos con vida.

–Ja! –el viejo calienta las fauces y señala a su contendiente– ¡Por supuesto, general! ¡La misma posición ventajosa que nos anulará la salida cuando esos coyotes nos rodeen!

Prenden nuevas ramas y sube la llama henchida.

–¡¡Pero es que no va a entrarle en la mollera que en el apeadero no vendrían a por nosotros, sino que ya estarían allí?? ¡Una reunión de coyotes con todo preparado para darnos la bienvenida!

Se suceden los chasquidos, parte la leña y alimentan los trozos un fuego que calienta cada vez más.

–¡Demonios! ¡Al menos allí estaríamos en campo abierto para maniobrar, mi general! ¡¡Porque le repito que aquí, en este faro, estamos ofreciéndonos al enemigo, como manjar en bandeja!! Y perdemos tiempo, señor Summers, algo que no podemos permitirnos si es que quiere cobrar… ¡le repito por si no lo ha entendido, si-es-que-quie-re-co-brar!

Avivan las llamas, enrojecen los rostros y un blanco níveo se forma en el mismo centro del infierno ígneo.

–¡Basta ya, maldito loco! –Sam se levanta látigo en mano y chasquea su voz al aire– ¡Ni general ni leches! ¡Mi trabajo es llevarles con vida a su destino y eso voy a hacer! ¡Mientras se siente en mi diligencia usted hará lo que yo diga, me oye? ¡Si no le parece bien, póngase en pie y baje andando por esa ladera! ¡El mundo es suyo, comandante, al menos hasta que muera!

Quiebra uno de los grandes troncos y la hoguera descarga en tormenta de chispas hacia el infinito nocturno.

Calla el viejo y vuelve a su sitio. Fuego y sombras aminoran. Destensa el rostro Summers, antes de ponerse un poco más de sopa aguada en su taza.

Cae pesado el silencio, aplastando a todos, manteniendo miradas perdidas sin saber quién arranca de nuevo, hasta que seres más diminutos grillan la tela y una suave brisa se lleva los restos devolviendo frescor a las mentes y una suerte de esperanza a las almas.

Se escuchan bostezos y estirar de miembros. Paladean lenguas en boca seca y dos siluetas se acercan, aún medio despiertas, a por algo de sopa.

–De acuerdo, nos toca. Duerman ustedes ahora, les despertaremos al alba.

Se quedan Jake y Patty junto a la hoguera. Mira la india hacia el horizonte, intentando adivinar lo que ocurre en la negrura.

–¿Funcionará?

Suspira la india en respuesta.

–No lo sé, esta vez no lo tengo claro.

Echa un poco más de leña Jake, lo justo para mantener el fuego.

–Entonces solo nos queda continuar como si así fuera.

lunes, 13 de julio de 2020

Quemando tierras


–¡Sooo! –Los caballos se detienen, poco antes de llegar al apeadero.– ¿Y bien?

–La verdad, no sé qué decirte… ¿Patty?

Desde arriba de la diligencia, la india otea la entrada, el edificio principal y una pequeña caseta junto a los establos.

–No avancéis. Algo va mal, Jake, demasiada calma. ¿Recuerdas Soft Valley?

–Lo recuerdo.

Sam mira hacia Jake con la pregunta en el rostro. Jake suspira y niega con la cabeza

–Una casa en la que solíamos parar cuando llevábamos ganado. Los dueños, Erwin y Bricia, nos daban techo y comida a cambio de un puñado de historias y cualquier cosa de lo que lleváramos que les hiciera un apaño. Cierto día, estando a tiro de revólver, a Patty se le cruzó la misma sombra que ahora y si algo he aprendido es a hacer caso a sus presentimientos; te costará de creer, pero tiene contacto con alguien ahí arriba: el de los suyos, el nuestro, el de todos o el de ninguno… pero lo tiene; y aquel día olió a muerte.

--¿Y bien?

–Se acercó Henry. Enviarlo a él con sus dos cañones y el bowie era como mandar a toda una avanzadilla: sabía acercarse en calma y tronar solo cuando fuera necesario. Él fue quien encontró los dos cadáveres en el centro del salón con tantos cortes que costaba imaginarlos sin costuras y el cráneo, al aire, lleno de sangre reseca.

–¿Indios?

–Coyotes más bien, de los de dos patas, mudando de piel para que pareciera roja.

–Entonces, ¿qué hacemos?

–¿Reverenda?

–Parece que la tormenta ha pasado. Nos falta el maldito alcornoque; podría intentar acercarme yo…

–Yo iré, quédate ahí arriba y mantén la mira cerca del ojo.

Jake baja de la diligencia y Patty lleva el rifle al hombro, con la guarda decorada con tachas de latón en forma de cruz, y hace de la mira su nuevo horizonte. Jake desenfunda y camina ahogando los pasos, eludiendo el camino directo hasta el muro que rodea el recinto. Una vez allí observa a Patty que da el visto bueno con una de sus manos. Él respira hondo y se acerca al portón, entreabierto, de madera basta y grisácea. Mantiene en alto el revólver a la izquierda, posa la mano derecha sobre uno de los tablones y empieza a empujar.

Chirrían los goznes. Para un segundo, nada se oye, y no queda sino continuar. Abre la puerta y se cuela dentro, buscando con prisa un sitio donde poderse resguardar. Se sienta en el suelo, apoya la espalda contra un par de barriles e invoca de nuevo el silencio para ver si alguien se delata en un ruido.

De nuevo nada se oye. Se gira un poco y mira entre la fina rendija que dejan los toneles. La puerta del edificio principal está abierta, los establos vacíos sin bestias ni aperos y una caseta, sin puerta, alberga los cuerpos de quienes han encontrado ya su final. Ahora solo queda la parte más difícil, levantarse e ir hacia allá como una sombra, confiando en el buen ojo de Patty… ¿Cómo lo hacía Henry?

Respira hondo, aprieta fuerte los dientes y devuelve su cuerpo al aire libre. Se mueve sin arranques ni pausas, fluido, errático, calmado; concentrando el nervio en ojo e índice, por si toca invocar tormenta. Y entonces un ruido surge del establo, gira en instinto el arma, bajando el pulgar, invocando el índice hasta que la visión de un lagarto espinoso ahoga el golpe, la chispa y la llama, mantiene en calma el gatillo y activa las risas de una digger que no ha dejado de ver todo desde su atalaya.

El silbido final de Patty le devuelve a la calma. Recompone paso, yergue figura y camina hacia la caseta. Rastros de sangre, de dos o tres horas, muestran el itinerario seguido al arrastrar los cuerpos. Un viejo, dos hombres y una anciana duermen en grupo su sueño eterno. Solo plomo, ni cortes ni ensañamiento, un mero trámite que les deja sin cambio de bestias ni comida en medio del maldito yermo.

Acerca Sam la diligencia y bajan hacia el edificio principal.

Jake abandona la caseta y se acerca al grupo.

–Quien haya sido no ha de volver. Su trabajo ya está hecho.

–Habrá que decidir qué hacemos –comenta Sam–. Habría que plantearse si esperar hasta que descansen los caballos o volver atrás.

El viejo recibe las palabras con sorpresa.

–Señor Summers, debemos llegar cuanto antes a nuestro destino. Me veo en la obligación de recordarle que de ello depende que usted reciba su emolumento.

–Y usted debe entender que los animales necesitan reposo y que quien haya hecho esto nos quiere cansados y hambrientos.

–Quizás doblando la cantidad encuentre el valor necesario para continuar.

–¿Usted me ha visto bien? ¿Le parezco alguien a quien el dinero pueda conducir? Le cobraré lo justo por el viaje, y pienso llevarlo a cabo en las mejores condiciones para todos nosotros y, por supuesto, para los animales, porque le recuerdo que sin ellos usted no habría llegado hasta aquí.

–A ver, no era mi intención decirle cómo hacer su trabajo y ya sé que no sufre la enfermedad del oro; pero quiero hacerle entender que es crucial que lleguemos a tiempo. No se trata ya de poder cobrar más, sino –el viejo echa un vistazo hacia la señorita que, bajo su pamela, apenas atiende a lo que pasa perdida ante la visión de los rastros de sangre en el suelo– sencillamente de cobrar sin más. Si la señorita no llega en el tiempo indicado, ni usted ni yo ni ella veremos un solo dólar. Por eso mismo, indique usted el precio que considere justo de acuerdo al riesgo y sigamos adelante.

–Lo cierto es que los problemas nos siguen hagamos lo que hagamos –interviene Jake– el ataque en William’s Post no fue casualidad. Y estoy seguro que si Henry rehusó venirse fue para no sumar sus problemas a los nuestros. Si volvemos allí, tendremos a sus demonios en contra nuestra y con nosotros no habrán de llevar cuidado de levantar sospechas. Yo creo que lo mejor sería quedarse y descansar.

–Estos no vuelven, eso está claro. –dice Patty mientras echa un vistazo adentro de la caseta.– De volver a verlos será más adelante.

–De acuerdo, ya hablaremos luego con calma de sus “cláusulas especiales” –dispara Sam hacia el viejo– parece que puede tener algo que ver en lo que nos está pasando. De momento las cartas están sobre la mesa, así que: abran juego.

El viejo decide seguir sin demora y la señorita vota de acuerdo a él. Los Howard se mantienen al margen mientras mantienen las ganas atadas a la cámara y la vista en la triste escena de la caseta. Jake y Patty deciden continuar pero esperando el tiempo necesario para que los animales descansen. Y Sam piensa seriamente volver a las montañas y desde allí tomar otro camino, pero el recuerdo del ataque en William’s Post y la posibilidad de una nueva encerrona le hacen posicionarse junto a su compañero de asiento y Patty. El viejo asiente con desgana e intenta convencerse de que con los animales descansados aumentan las posibilidades de llegar a tiempo al destino.

–Decidido entonces –informa Sam– dejamos descansar a los animales y continuamos.

–Necesitaré algunos brazos para hacernos cargo de los cuerpos.

–Vamos allá, reverenda.

Aprovecha Sam para echar un sueño. Jake y Patty van hacia los cuerpos, ofrecen también sus brazos los Howard, aprovechando para fotografiar el momento, y se acerca la señorita, pese a las protestas del viejo; va firme como siempre, pero el rostro se muestra ausente, cubre con sábanas del edificio principal los cuerpos y mira sus caras intentando entender la magnitud del motivo que pueda llevar a ejecutar tal acto.

lunes, 6 de julio de 2020

Despedidas


El sol aún no sobrepasa los pinos. Los últimos rescoldos de la fogata humean a la mañana. La cafetera reposa vacía y se empieza a enfriar. Pequeñas gotas de rocío coronan las plantas, inundadas por una claridad grisácea y se preparan para desaparecer.

En el valle la diligencia está lista. Sam repasa las ataduras de los caballos, mientras Patty y Jake acaban de cargar los equipajes.

Los Howard vienen de los límites del terreno con la cámara a cuestas y la cara de satisfacción de haber cazado buenas piezas.

El viejo sale renqueando con la mano derecha aplacando riñones y la izquierda intentando extraer algún resto del desayuno que se niega a abandonar los dientes. La señorita va tras él: recta, imponente y disciplinada, como si no tocara el suelo, enarbolando el amarillo vivo de sus ropas contra el frío gris del alba. Solo antes de subir, se detiene un segundo mirando atrás, se permite un mero pestañeo y una sonrisa se fuga ante la visión de aquella casa en medio de un lugar perdido.

Ocupan todos su sitio adentro, se enrollan los cueros de las ventanas, asegurando el contacto con el exterior.

Sam va colocando las riendas, revisando la palanca de freno y templando las ganas.

En suelo firme, Henry, Patty y Jake se mantienen en pie, pensando en alto, buscando palabras, cada uno frente al otro evaluando quién será el primero en desenfundar.

—¿Estas seguro? —habla primero Jake.

Henry asiente solemne con la cabeza.

—Tengo aún cosas que poner en orden. Pero gracias por compartir vuestro plan conmigo.

—Seguirá en pie, amigo. Siempre que sigas en este mundo.

Asiente Henry de nuevo y dispara un vistazo a la india que acuchilla una mueca extraña en el rostro.

—Ha estado bien volver a veros y pasar una noche al raso como en los viejos tiempos. Me he sacudido unos cuantos años de encima.

Recompone Patty la voz y arranca grave.

—No hay nada aquí que no puedas conseguir fuera. Todo es mundo, Henry. Lo único que puede ocurrir es que pierdas tu propia vida en esta tierra.

—Joder con la Digger, ¿siempre sabes dónde cavar, eh?

Patty amartilla el rostro.

—¡Vete al infierno, alcornoque!

—Para ser reverenda mandas demasiadas veces a la gente para abajo.

—No importa dónde te mande, seguro que tendrías los santos cojones de notar algo de frío allí.

La cuchillada secciona toda tensión. Toman un tiempo más en despedirse. Patty sube al techo de la diligencia y Jake ocupa su sitio junto a Sam. Henry se queda en tierra, acompañando la diligencia con la mirada, hasta que la gran muralla de pinos acaba por engullirla. Da media vuelta y observa su casa y el valle, magnífico paraíso apartado del mundo, rodeado de hostilidad.

Abandonan el bosque y al terminar la última pendiente: se coloca Sam el sombrero, toca firme las riendas y todo vuelve a rodar.

Relinchan feroces las bestias, buscan asideros las manos, cabecean veloces las crines, giran a la inversa los radios y surge densa la nube de polvo que solo atraviesa un sol implacable. Surca el bote sin detenerse; paisaje seco y amarillento. Mas no se oye nada, ni pájaros ni viento ni gritos ni insectos, solo el silencio de unas trompetas estridentes que atronan en metal el mundo eterno que se extiende ante ellos.