lunes, 25 de mayo de 2020

En marcha


Cielo limpio azul grisáceo, iluminado por el avance de un sol aún por salir. Mañana fresca y viva, de esas que hielan la cara al remojarse las legañas.

–¡Vamos, daos prisa! ¡Esto no se mueve solo!

Sam Summers está ya fuera del hotel, esta vez de otra guisa, con ropa domada por el viaje y sombrero puesto; solo sus bigotes estirados lo distinguen de cualquier otro. Uno a uno, va atando los 4 caballos a una diligencia que, a primera hora de la mañana, muestra su color rojo intenso, oscura y potente, con cierto reflejo azul que la aleja, aún más, de aquel medio.

–¿Cual es tu plan?, ¿ir tan rápido que le ganemos la partida al sol?

Jake habla mordisqueando un trozo de carne seca del desayuno. Mientras, Patty va a saludar a los caballos, buenos y saludables animales que patean ansiosos, a sabiendas de que ha llegado el momento de arrancar.

–Mi plan es hacer mi trabajo pese a tener contratados a dos vagos.

Sonríe el de los bigotes y contesta riendo el bueno de Jake.

–Venga, tú dirás, jefe.

–Por lo pronto, carga el equipaje en la parte de atrás. La señorita puede poner el correo aquí delante, bajo mis pies, junto a la caja fuerte.

–Puedes ahorrarte los formalismos, llámame Patty.

Sam asienta y señala la bolsa de cuero que hay a los pies del asiento del conductor, mientras acaba de apretar las correas de los caballos.

De la puerta del hotel salen ya la señorita del vestido amarillo y el viejo luciendo chaleco elegante y cara algo marchita por el sueño.

–¿Solo dos? –susurra Jake al de los bigotes.

–Hubo un percance y la mayoría decidió no continuar.

Sam reconoce la pregunta en el rostro de Jake.

–No, nada de que preocuparse. El problema se quedó atrás, pasa continuamente en este oficio.

–¿Y los pasajeros?

–La compañía permite continuar el trayecto a todos aquellos que decidan apearse, desde el punto que lo dejaran, con cualquiera de nuestras diligencias. Tienen todo un mes para decidirse.

Jake se limita a asentir mientras se acerca para ayudar a la señorita a subir.

–Bueno, y ¿cómo vamos a ir?

–Uno a mi lado y otro arriba.

–Tú cerca del cielo, ¿no reverenda?

–Me parece bien, así te aguanta la charla Sam.

–Dispara bien... –dice riendo Sam mientras Jake se acomoda en el asiento y coge la escopeta.

–Puedes apostar; hace años conoció a Dios o a Manitú, me da que a los dos, y se quedó un pedazo de ira divina.

–jajajajaja. De acuerdo, damas y caballos, ha llegado el momento. ¡La diligencia sale de Middle Sand!

El látigo chasquea el aire, las bestias bombean músculos de acero, cabeceando en un mar de crines mientras los primeros rayos de sol reflejan en el pelaje negro brillante y la pintura, ahora roja encendida, refulge como un pedazo del mismísimo infierno.

Patty va sentada arriba, con su henry en el regazo, observando el cielo limpio y azul, el suelo árido que se extiende hasta el horizonte y la ola de polvo que poco a poco va levantándose a uno y otro lado de la diligencia.

–Vaya, va suave –dice Jake sorprendido–. El único cacharro de estos que utilicé en mi vida traqueteaba bastante más que una cascabel con tuberculosis.

–Este “cacharro” es una Concord. Piezas de olmo, roble y pecana; mejor que huelgue madera a que parta hierro. Y va “suave” por las dos correas de cuero de tres pulgadas que mecen la caja y facilitan el tiro a los animales. No vas a encontrar nada mejor.

–¿Y qué me dices del ferrocarril? –dispara al aire, divertido, Jake.

–¿El ferrocarril? ¿Puede tu ferrocarril hacer esto?

Sam tira de las riendas y abandonan por un momento el camino. El ojo lee el terreno y la mano actúa por instinto; ondean las crines y sigue el baile la caja, absorbiendo las crestas que se deslizan bajo sus ruedas mientras, dentro, un suave oleaje pone a prueba al viejo que apoya ambas palmas en el asiento intentando conectar con la tierra para encontrar la paz estomacal. Hasta que un suave toque de riendas devuelve los animales al camino y continúan la ruta con tranquilidad.

–Ferrocarril dice… ¡Damas, caballos y Patty!, ¡próxima parada William’s post!

lunes, 18 de mayo de 2020

Oleud


Apenas dos filas de casas enfrentadas ofrecen la única sombra en todo el paisaje.

Llegan con los ojos entrecerrados por el sol y los caballos paladeando el sueño del agua.

Desmontan a la entrada, en un establo donde hay una diligencia, cuatro caballos en las cuadras y un abrevadero lleno. Al final de la calle, apenas a un centenar de pasos, siete u ocho tumbas destartaladas coronan el pueblo. Y a izquierda y derecha, entre las casas, se mantienen en pie un saloon-hotel, una pequeña oficina de sheriff y una tienda... nadie; ni siquiera rostros huidizos a través de la ventana.

Jake mete ambas manos en el abrevadero y lleva algo de agua turbia a su cara.

—Está caliente...

—Aquí dentro hay cosas por en medio, pero no se ve ni un alma.

Patty recorre el establo en busca de alguien, hasta que llega algo de jaleo a sus oídos. A través de las tablas de la pared trasera, observa a un grupo de personas agolpadas en el exterior y la voz de una de ellas se alza sobre la multitud.

Avisa a Jake y marchan hacia el gentío.

—¿Y ahora qué?

Bajito, de estirados bigotes y algún pelo en la cabeza; el tipo grita, sombrero en mano, mientras anda de un lado para otro.

—¿Y ahora qué demonios hago yo? Porque este no se va a mover, ya te lo digo yo...

A los pies de los bigotes, un hombre yace con la mano abierta y el revólver huérfano sobre la tierra.

—¡Contesta, desgraciado, contesta! ¿Te vas a hacer cargo tú solo?

Una camisa roja, manchada de sudor, atraviesa, tambaleándose, el cerco de gente. Aprieta con fuerza el brazo; continúa sin mirar atrás, ajeno a la voz que lo invoca, mientras se escurre, entre sus dedos, su propia sangre.

—¡Mierda! ¡Malditos borrachos! Llévate dos Sam, llévate dos que te harán falta... Claro, ¡si no se matan!

Entre el gentío, todos especímenes autóctonos de caras calladas, duras y secas, perfectamente aclimatados al medio, destacan dos individuos: un viejo encogido de rostro amable y una joven de elegante vestido amarillo, ojos azul eléctrico y un mechón de fuego escapándose de su sombrero.

La joven mira al hombre que se aleja, preocupada, y nace el impulso de acudir, pero la mano del viejo la detiene con una caricia en el brazo. Los azules se centran, incrédulos, en el cadáver y buscan consuelo en el abrazo de su acompañante.

—Le ruego me disculpe, señorita. —el tipo de los bigotes habla ahora, más recompuesto— Siento que haya tenido que presenciar esto.

—Verá, no puedo explicarme qué es lo que ha pasado...

—El alcohol eleva la estupidez humana a cotas divinas...

El viejo aparta con cuidado a la joven y se adelanta.

—Verá caballero, lo que queremos saber es, ¿cuándo vamos a continuar? Porque uno de sus hombres nos ha dejado para siempre y el otro no está en condiciones de volver...

La gente comienza a abandonar el círculo, regresando a sus quehaceres. Solo un par de ellos se quedan; mientras uno calcula la madera, el otro se hace una idea de las dimensiones del agujero.

—Señor, por favor. No es muy seguro continuar así. No sin protección.

—Lo que sí sé seguro es que no es bueno para su bolsillo demorar más la salida. Debemos partir a la hora estipulada; si es necesario yo conduciré, y usted se coloca escopeta en mano a mi lado.

—Le repito que no llegaremos muy lejos.

—Y yo vuelvo a decirle que si quiere ver brillar algo en su mano, debería decidirse a atar los caballos. Si quiere hable con el hombre que le queda en pie.

—Está herido en un brazo.

—Tiene dos —contesta sonriendo.

Alza los bigotes y echa un barrido entre todos los que abandonan el sitio y regresan a sus vidas... nadie. ¿Quién con dos dedos de frente va a estar dispuesto a cruzar aquel hervidero?

—Vaya, amigo, parece que se ha liado una buena —Jake sonríe mientras Patty niega con la cabeza y observa al cadáver.

—Hola...

—Jake.

—¡Jake!, encantado, Sam Summers a su servicio. Tiene usted pinta de ser un tipo que sabe aprovechar las oportunidades, en cuanto a su amiga, parece que tenemos una Srita Fields ante nosotros.

Patty sonríe y muestra una curva afilada de marfil en su rostro rojizo.

—De acuerdo, cuéntenos.

martes, 12 de mayo de 2020

Digger


Las coágulos negros comenzaban a clarear, la lluvia seguía cayendo a sus espaldas, cargada, como escupitajos resonando en metal, mientras, adelante, una línea azul claro pintaba el horizonte.

Iban tranquilos, dejando que los caballos decidieran el paso.

Se cruzaron con unos cuantos tipos; tiznados, pico al hombro, linterna en mano y rostro cansado; caminaban tirando de mulas de ojos vivos y alforjas vacías.

—Él se giró hacia Patty y, sonriendo, le guiñó el ojo.

—Digger... —dijo ella divertida mientras negaba con la cabeza.

—¿Te acuerdas?

Los tipos estaban ya lejos, bamboleándose al ritmo de pasos cansados.

—Sí, maldito holandés... Patty Digger... ¡mira que salirme con esas!

—Entiéndelo, no todos los días conoces a una comeraíces.

—¡Vete al infierno! Nos llamaban digger porque cavábamos para sacar raíces con las que alimentarnos; porque somos un fracaso... ¡ni caballos usamos! La tribu más atrasada de cuantas existen, y eso que para los tuyos todo lo que no sea claro, está para ser civilizado. —Se giró un momento y echó un ojo a los mineros a punto de perderse en el camino.— Pues, ¿sabes?, no deja de ser gracioso. Tanto tiempo escuchando lo de digger y míralos ahora. Cavando sin parar, solo que nosotros cavábamos para alimentarnos. Vosotros caváis para sacar más, siempre más y si podéis coger el terreno del que tenéis al lado no lo pensáis ni un momento, sin importar el cómo.

—A mí no me metas en el mismo saco, no he cogido una pala en mi vida. La única persona que conozco que ganó dinero con el oro fue un tio mío que vendía ataúdes... Además, te recuerdo que estuvimos unos cuantos años codo con codo llevando ganado. Durmiendo al raso daba igual que fueras blanco, negro o digger... hasta tuvimos una mujer entre nosotros —dijo mientras la miraba de reojo— y para no haber montado nunca a caballo te apañabas muy bien.

—Eso era porque a Sand le daba exactamente igual quién fueras mientras trabajaras bien.

—Sip.

—Éramos un puñado de gente rara.

—Sip.

—Jake...

—¿Sip?

—Vete al infierno.

—Vamos reverenda, guárdate los sermones para cuando echemos un trago. Me gusta hablar contigo cuando sacas la bilis.

—Un día, de tanto cavar acabaréis saliendo por el culo del mundo y os daréis cuenta de que ya no tenéis sitio. A lo mejor entonces alguien se acuerda de cómo vivíamos los digger...

Tomaron una curva para salvar la montaña y al otro lado, entre pinos y hierbas agrestes, siguieron una pequeña senda que serpenteaba un par de cuestas hasta regresar a la tierra árida.

Una vez en llano, erupcionó en el horizonte un puñado de casas agolpadas a ambos lados del camino.

—Jake, respecto a lo del trago...

—Sip?

—Es tu idea, tú pagas.

—Sip...

lunes, 4 de mayo de 2020

La vuelta


Y al final regreso.

Veo los pinos de verde seco y eterno,
erguidos vitales sobre cáscara gris.

Piso el polvo y las piedras pulidas.

Tomillo, romero, aliaga espinosa,
arañando la tierra, quebrando la roca.

Regreso.

Y veo que nada allí se ha detenido,
que ha seguido creciendo,
tejiendo la urdimbre de Humboldt.

Tal y como siempre ha sido,
tal y como seguirá siendo.

Salvo por la ligera certeza de que,
si algo no cambia,

sin nosotros, mejor le ha de ir.