Apenas dos filas de casas enfrentadas ofrecen la única sombra en todo el paisaje.
Llegan con los ojos entrecerrados por el sol y los caballos paladeando el sueño del agua.
Desmontan a la entrada, en un establo donde hay una diligencia, cuatro caballos en las cuadras y un abrevadero lleno. Al final de la calle, apenas a un centenar de pasos, siete u ocho tumbas destartaladas coronan el pueblo. Y a izquierda y derecha, entre las casas, se mantienen en pie un saloon-hotel, una pequeña oficina de sheriff y una tienda... nadie; ni siquiera rostros huidizos a través de la ventana.
Jake mete ambas manos en el abrevadero y lleva algo de agua turbia a su cara.
—Está caliente...
—Aquí dentro hay cosas por en medio, pero no se ve ni un alma.
Patty recorre el establo en busca de alguien, hasta que llega algo de jaleo a sus oídos. A través de las tablas de la pared trasera, observa a un grupo de personas agolpadas en el exterior y la voz de una de ellas se alza sobre la multitud.
Avisa a Jake y marchan hacia el gentío.
—¿Y ahora qué?
Bajito, de estirados bigotes y algún pelo en la cabeza; el tipo grita, sombrero en mano, mientras anda de un lado para otro.
—¿Y ahora qué demonios hago yo? Porque este no se va a mover, ya te lo digo yo...
A los pies de los bigotes, un hombre yace con la mano abierta y el revólver huérfano sobre la tierra.
—¡Contesta, desgraciado, contesta! ¿Te vas a hacer cargo tú solo?
Una camisa roja, manchada de sudor, atraviesa, tambaleándose, el cerco de gente. Aprieta con fuerza el brazo; continúa sin mirar atrás, ajeno a la voz que lo invoca, mientras se escurre, entre sus dedos, su propia sangre.
—¡Mierda! ¡Malditos borrachos! Llévate dos Sam, llévate dos que te harán falta... Claro, ¡si no se matan!
Entre el gentío, todos especímenes autóctonos de caras calladas, duras y secas, perfectamente aclimatados al medio, destacan dos individuos: un viejo encogido de rostro amable y una joven de elegante vestido amarillo, ojos azul eléctrico y un mechón de fuego escapándose de su sombrero.
La joven mira al hombre que se aleja, preocupada, y nace el impulso de acudir, pero la mano del viejo la detiene con una caricia en el brazo. Los azules se centran, incrédulos, en el cadáver y buscan consuelo en el abrazo de su acompañante.
—Le ruego me disculpe, señorita. —el tipo de los bigotes habla ahora, más recompuesto— Siento que haya tenido que presenciar esto.
—Verá, no puedo explicarme qué es lo que ha pasado...
—El alcohol eleva la estupidez humana a cotas divinas...
El viejo aparta con cuidado a la joven y se adelanta.
—Verá caballero, lo que queremos saber es, ¿cuándo vamos a continuar? Porque uno de sus hombres nos ha dejado para siempre y el otro no está en condiciones de volver...
La gente comienza a abandonar el círculo, regresando a sus quehaceres. Solo un par de ellos se quedan; mientras uno calcula la madera, el otro se hace una idea de las dimensiones del agujero.
—Señor, por favor. No es muy seguro continuar así. No sin protección.
—Lo que sí sé seguro es que no es bueno para su bolsillo demorar más la salida. Debemos partir a la hora estipulada; si es necesario yo conduciré, y usted se coloca escopeta en mano a mi lado.
—Le repito que no llegaremos muy lejos.
—Y yo vuelvo a decirle que si quiere ver brillar algo en su mano, debería decidirse a atar los caballos. Si quiere hable con el hombre que le queda en pie.
—Está herido en un brazo.
—Tiene dos —contesta sonriendo.
Alza los bigotes y echa un barrido entre todos los que abandonan el sitio y regresan a sus vidas... nadie. ¿Quién con dos dedos de frente va a estar dispuesto a cruzar aquel hervidero?
—Vaya, amigo, parece que se ha liado una buena —Jake sonríe mientras Patty niega con la cabeza y observa al cadáver.
—Hola...
—Jake.
—¡Jake!, encantado, Sam Summers a su servicio. Tiene usted pinta de ser un tipo que sabe aprovechar las oportunidades, en cuanto a su amiga, parece que tenemos una Srita Fields ante nosotros.
Patty sonríe y muestra una curva afilada de marfil en su rostro rojizo.
—De acuerdo, cuéntenos.
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