lunes, 5 de octubre de 2020

Paloverde


Un mar de crines deja tras de sí la estela encarnada de la diligencia.


Sam mueve enérgico las riendas, invoca a voces el ritmo raudo que devora las millas de roca y arena hasta Paloverde.


—Jake, ¿seguro que llegaremos a tiempo?


—Eso dice el viejo. Pero hasta que no lleguemos, no saldremos de dudas. ¿No crees?


Las piedras del camino zarandean la diligencia, las manos expertas de Sam retienen y aflojan hasta recuperar el equilibrio con una facilidad que convierte la tarea en algo simple, casi innato. 


—Lo único que creo es que como le pase algo a alguno de mis animales no va a haber oro en el mundo que lo pague. Si alguno cae, vosotros ocuparéis su lugar.

—¡Dalo por hecho, Sam! —dispara una voz desde arriba—  ¡Pero si hay que tirar me pido el sitio de los del medio; esos trabajan menos!


—Más te vale que no sea necesario, Patty, y que lleguemos a tiempo de salvar a la señorita. Porque me estoy pensando ponerte de freno...


Dentro de la diligencia, Henry ha devuelto al cuerpo el agua suficiente como para no expulsarla de nuevo. Se encuentra mejor, las heridas laten pero consigue reflotar las fuerza necesaria para continuar.


El viejo sigue hablando. Por un momento el torrente de dolor que recorre su cuerpo se había llevado la charla. Traga el sabor a hierro de la boca y devuelve la atención a los labios viejos y temblorosos, la tez blanquecina y los ojos glaucos y saltones que se abalanzan en un mundo de conjeturas y posibilidades.


—A estas alturas estarán entrando en Paloverde.


Carraspea Henry e interviene para volver del todo a la conversación. 

—Son unos cuantos… 


—No les conviene llamar la atención. Si quieren salír con vida, no deberían ir más de dos con ella.


—Esos serán sin duda Tom y uno al que llaman El Muerto: un tipo callado, frío como un clavo en el tuétano. Los que se decidan a entrar en el pueblo lo harán por su cuenta y esperarán en algún saloon, como si la cosa no fuera con ellos, por si hacen falta más balas.


***

Tres jinetes entran en el pueblo. Un tipo alto, ala oscura de sombrero y un par de ojos penetrantes, hundidos en las profundidades de un rostro solemne. Una joven en elegante vestido del este, de rostro altivo y distante. Y un tipo delgado y nudoso como palo seco, retorcido, castigado por el clima, con el surco claro de una cicatriz partiendo el labio superior en un gruñido eterno a colmillo afilado y encía abierta.


Recorren el pueblo sin prisa, yendo a lo suyo. No hay miradas nerviosas ni reconocimiento del terreno; pero cuando la señorita toma las riendas, acercan los otros ligeramente sus monturas, dejando a la vista las armas, hasta que los costados de las bestias aprisionan sus piernas.


Y la señorita, continúa firme y lejana, sin permitirse ceder al terror que comienza a hervir en sus entrañas ni a la posibilidad desesperada de pedir ayuda. Porque si algo ha aprendido en el este, es a esperar, a mantener esa pose marcial y no ceder a la primera de cambio, cuando el acto favorece más a cualquier otro que a uno mismo. Desde esa distancia, envía los nervios al mismo infierno del que quisieron salir, y mantiene la mente fría, recorriendo cada una de las casas de aquel pueblo, buscando la dirección que aparece clara y nítida en su mente.


***

—Tobías, ese es el tipo a quien debe acudir. Ellos irán directamente al banco esperando que desde allí se arreglen los papeles, y lo cierto es que podría hacerse así. Pero nuestra única oportunidad es que acuda a Tobías; es el único que está realmente al corriente de toda la situación y, por tanto, la única persona en ese pueblo que puede ayudarla.


***

Los tres jinetes llegan a las puertas del banco, mas las señorita continúa. Los otros dos aprietan sus monturas, cerrándole el paso.


—¿Adónde va, Srita. O'leary? El banco está aquí. 


—¿Y con qué canjearemos el dinero? No sé mucho de estos asuntos, pero si algo me dijo mi valedor es que quien debía hacer efectiva la transacción era un procurador… 


Su dedo índice señala hacia un estrecho edificio cuyo cartel, algo desvencijado, reza:


Tobías Edevane: 

pleitos y disputas.

Entra y hablemos. Hasta este momento, tenías la batalla perdida.


El tipo de la cicatriz gruñe con nervio y alza la mano hacia las riendas de la señorita, mas el de los ojos profundos le detiene con un ademán, mira alrededor y regresa al rostro de la señorita con una sonrisa conciliadora.


—Claro, ¿por qué no? Lo que sea mejor pasa usted. 


Sisea una mirada y desarma al de la cicatriz que se yergue sobre su montura y se cruza de brazos.


***

—Tobías es un buen tipo, pequeño, de apariencia apocado, que tiene dos magníficas cualidades: saber lo que hace y no parecerlo.


—Más nos vale que sea así, porque si la señorita consigue acudir a él, será nuestra única oportunidad.


***

Tras un chirrido de gozne oxidado, aparece una mezcla imposible de tez blanquecina, pómulos anchos y barbilla puntiaguda y observa a los jinetes desde cerca del suelo.


El tipo de porte enfermizo y voz temblorosa, saluda a los tres jinetes.


—Usted debe ser la señorita O'leary. Debo confesarle que ya no esperaba su visita. Temía que le hubiera pasado algo… pero ya veo que va bien acompañada -dice mientras saluda al par de tipos que no se apartan ni un palmo de ella.


—Les agradezco enormemente que hayan acompañado a mi cliente. Quizás encuentren agradable, mientras esperan, un buen trago en el saloon de aquí en frente.


—No pensamos dejarla sola -corta el de los ojos profundos.


—Comprendo su desconfianza. Más aún con lo que habrán tenido que pasar. Pero no es exigencia mía, es cosa de sheriffs y gente de ley que nunca han sabido hacer las cosas cómodas.


El de los ojos profundos echó un ojo al pequeño gabinete del procurador y no vio más que desastre acumulado y papeles por todos lados… Asintió, finalmente, con desgana y con una mirada arrancó al de la cicatriz de su pose estática.


—¡Venga vámonos!, dejemos al procurador trabajar. Os estaremos esperando ahí en frente. Señorita, si necesita cualquier cosa avise, estaremos todo el rato pendientes, por si hubiera sobresaltos.


—Gracias por su comprensión, no tardaremos nada. Si por mí fuera, arreglaría los papeles aquí mismo, pero ya saben que estos líos legales son algo farragosos… 


Por toda respuesta recibió la mano alzada de quien ya se alejaba dando por zanjada la conversación. 


—Vale, de acuerdo. En un momento la tendrán de vuelta. !Buen día tengan ustedes!


Entraron en el saloon y se sentaron junto al ventanal que daba a la casa del procurador. Más allá, repartidos entre la barra y un par de mesas, había unos cuantos de sus hombres, esperando sin mantener contacto alguno. 


***

—Si ha conseguido hablar con Tobías, el siguiente paso es nuestro. 


—Pues debemos actuar como si hubiera ocurrido. 


--Entonces sólo queda llegar a Paloverde y alertar a los coyotes del lugar. Alguien que cuente lo que ha pasado con sus compañeros y qué ocurre con la señorita, alguien que no levante sospechas…


—El viejo y Henry enmudecieron de repente y sus miradas se dirigieron hacia los Howard que permanecían callados y espectantes en sus asientos.


—Bueno, nosotros pensábamos apearnos de aquí en Paloverde y dar por terminada esta aventura antes de que nos maten. Ha sido un placer convivir con ustedes y haber sobrevivido para contarlo pero puede que sea momento de…


No pudo acabar la frase, ante los agujeros de bala y el rostro herido de un Henry que ocupaba el espacio de aquella señorita del este junto a la que habían pasado tanto en tan poco tiempo…


—¡Qué demonios! ¡Vayamos a Paloverde y saquemos de allí a la señorita!

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