Las guerras indias ya habían terminado. Nos encontramos con uno de esos grupos rebeldes que no apreciaban el magnífico cercado que el gobierno les daba. Mordían con ganas y llegó el momento de hacer lo que toca con la última bala; mas no fui capaz de matarme.
Golpeé en la sién a uno de los guerreros y corrí hacia el centro de la batalla, revólver en cinto y cuchillo en mano, más para escapar que para morir luchando; pues era el camino más corto hacia el río, y de sus aguas salí con vida.
Aquella fue la última vez que empuñé el revólver. Después llegó el cambio y ya nada fue lo mismo.
Ahora vivimos consumiendo tiempo a bocanadas y hemos pasado de construir sociedades a ser construidos por estas. Hoy, incluso las montañas se encuentran parceladas, los raíles del ferrocarril atraviesan hasta el mismísimo aire y hemos pasado de hacer mucho con poco a necesitar muchas cosas para no hacer nada.
Por eso guardo el revólver donde debe estar: descansando encima de la chimenea, cargado aún con la última bala.