lunes, 7 de septiembre de 2020

La caza


A través de la mirilla, absorbe el traqueteo de la diligencia, anclada en el lejano grupo de jinetes que poco a poco va saliendo del camino. Demasiados como para haberles hecho frente allí, debe mantener las balas, hasta que esté segura de no errar el tiro.


—¿Sam? —Jake mira hacia atrás mientras espera expectante alguna respuesta por parte del conductor.

—Hay un pasaje más adelante, quizás allí...

—Adelante, entonces, no nos queda otra.

En el interior de la diligencia los nervios se erizan en medio del silencio. Los Howard mantienen el revólver en alto y entrelazan sus manos con una sonrisa cargada de temor en el rostro. El viejo deja un momento el revólver en el asiento, sorprendentemente pesado, rebusca en uno de sus bolsillos y se dirige a la joven del pelo de fuego que con los ojos fieros y abiertos ase con fuerza el revólver.

—Si algo pasara, cuando llegues a Paloverde ve a esta dirección y pregunta por Tobías Edevane. Él se hará cargo de todo el papeleo...

No hay respuesta. La joven se limita a coger el papel y asentir con una sonrisa enarcada en los ojos.

Se balancea el vehículo y suena la voz de Sam, junto a retumbar de cascos y metal de rueda contra polvo y roca. El tiempo se estanca y los segundos entran en un loco pulso entre la salvación y la muerte.

Patty invoca el primer disparo, allá en la cima de la diligencia, atraviesa el cielo y quiebra la espera, derribando una de las pequeñas figuras que los persiguen.

—¡Son muchos, Jake! ¡Y estos saben ir en grupo!

Resopla Jake. Deja a un lado la escopeta y toma un rifle. Se gira sobre el pescante, apoya el cañón sobre la pequeña barandilla del techo de la diligencia y espera el momento adecuado en que saltos, distancias y nervios le den un respiro.

—¡Apunta bien, no vaya a morir por un balazo tuyo!

Jake se limita a escupir un siseo entre dientes mientras asegura el objetivo, presiona el índice y nota la liberación de toda resistencia metálica. Empuje seco en el hombro, fogonazo contenido y potente y casi puede ver el proyectil aullando hasta morder con fuerza a uno de los jinetes que no cae pero trastoca su figura incapaz de mantenerse completamente erguido. 

Invoca otro trueno la reverenda desde su Olimpo y besa otro jinete el suelo. Se une Jake a su canto y con dos estruendos forja un nuevo caído.

—¡Con ese van cuatro! ¡Ahora empezaremos a tener problemas! ¡Dile a Sam que aligere!

Se gira Jake hacia el conductor y una bala recorta su perfil.

Sam clama el látigo en el aire y restalla potente su voz. Tensan los músculos, bufan las bestias y se encrespa el mar de crines, mientras el fulgor rojo de la diligencia cruza veloz el árido paisaje. Detrás, el grupo de jinetes se acerca y divide su formación en varios frentes.

—¡Van a marearnos, Jake! ¡Los del centro son míos! ¡Apunta a los que quieras y no los sueltes!

Dispara la reverenda; las balas responden, y devuelve esta el fuego hacia aquellos que mejor colocan los plomos.

Defiende Jake su frente buscando el máximo de cobertura. Y se esfuerza por seguir disparando cuando silba la muerte cerca, una y otra vez.

La cercanía de la tumba encrespa los nervios y desvía los tiros. Hay que apretar los dientes, tragar saliva y, entre un mar de balas, aguantar la bilis, tomándose el tiempo necesario en apuntar. Y aún así, siguen acercándose...

—¡Sam, se nos echan encima! ¡No aguantamos hasta el pasaje! ¡Vas a tener que sacarnos de aquí!

Un par de balas refuerzan el argumento de Jake. Sam toma con fuerza las riendas y gira el primer par de bestias hacia la izquierda, mientras acelera y guarda el equilibrio con el resto. Con el giro uno de los laterales de la diligencia se expone ante los jinetes, detonan su armas los Howard y fuerzan a los jinetes a variar el rumbo.

La diligencia sale del camino, devoran los cascos la roca y soportan heroicas las correas de cuero la caída del pesado habitáculo, una y otra vez, tras cada salto. Sigue su loco bamboleo hasta entrar en una de las sendas, pedregosa y estrecha, que va siendo engullida, poco a poco, por una garganta.

Los jinetes se dividen. Tres siguen la senda y caen ante el rifle de Jake y la ira de la reverenda. Otros siguen la diligencia desde arriba de la garganta: dos a un lado, y tres más acechando desde el otro.

La guerra es ahora entre la cima de la garganta, que sube y baja conforme avanza el camino, y los que están afuera de la diligencia. Desde dentro, a través de la ventana, solo pueden ver la pared de tierra amarillenta.

Evitan exponerse los jinetes, enviando algún disparo ocasional, ante la erizada defensa de Patty y Jake. Y esperan a que, al disminuir la altura de la garganta, emerja de nuevo la diligencia.

—Jake, ahorra balas y nos vamos cubriendo para recargar. ¿Cuánto falta para el pasaje?

—¡Estamos cerca! —contesta Sam y al decirlo, siente la eternidad de lo poco que queda por delante.

Una de las balas muerde a Jake en la pierna. Manda plomo hacia allá la reverenda y se lleva por delante a uno de los jinetes. Deja algo de espacio el resto, para tantear un nuevo ataque, para templar los nervios.

—¡Ahí está!

Tras coronar una leve cuesta, se ve ya el pasaje. Túnel excavado en alto muro de roca. Renuevan los ánimos y emergen las ganas. Aviva aún más a los animales Sam. Y hacen acopio de valor los jinetes ante lo inminente del final.

De un lado se acercan tres, disparando sin parar. La lluvia de plomo vuela errática, hiriendo el habitáculo y cortando, en roce seco, el costado de Patty.

Jake y la reverenda responden el ataque y desde el otro lado salta el único jinete que queda en pie en su frente, hacia el techo de la diligencia. Falla por poco y consigue agarrarse a la barandilla. Con movimiento felino abre la puerta e irrumpe dentro detonando pólvora, llenando de fuego y ruido la pequeña sala.

La bala no encuentra dueño, pero llena el espacio de confusión y nervios. El jinete amartilla de nuevo, dispara hacia los Howard que se agachan intentando evitar el disparo y apuntan incapaces de asegurar el tiro sin dar al resto.

Pasan las ruedas un saliente de roca, se aferra Patty al techo sin soltar el rifle; dispara Jake desde el pescante evitando que cualquiera se acerque.

Dentro el jinete pierde el equilibrio y se coge al marco de la puerta con una mano para evitar caerse. Con la otra dispara al viejo, enviando al cielo los anteojos, volándole una oreja.

Dos ojos brillan con furia y observan, desde un lateral, al enemigo. Se eriza rojo el pelo y apunta con cuidado, alineando cañón y cráneo. En un pestañeo, justo antes de apretar, visualiza el cascarón seco de carne fría y ausente... algo chasquea dentro. En un segundo desamartilla, coge por el cañón el arma y estrella la culata contra la mano que se aferra con fuerza al marco. Tensan los dedos ante el dolor, soltando el asidero y cae el jinete por la puerta al vacío, rodando por la roca y el polvo del exterior.

—¡Ahí está! ¡Vamos, solo un poco más!

Casi pueden tocar el muro rocoso. La alegría prende en las entrañas, ignorando heridas y balas, calentando el alma. Y el espíritu henchido decide seguir a pesar de todo, transformando la adversidad en el empuje necesario para atravesar el último umbral.

Giran los radios hasta formar el disco liso sin fisuras. Cabecean un poco más los animales, con el rostro sudoroso de un Sam que adelanta, afianza y equilibra el bote, mientras desde todas las posiciones surge una lluvia de balas con el único objetivo de mantener a raya al enemigo.

Y así llegan al pasaje. Se adentra la diligencia y aflojan el ritmo los jinetes evitando ponerse a tiro.

Brilla fuerte la luz del sol al otro lado. Notan Jake y Sam la suave brisa de un cielo abierto y calmado. Abandonan la caverna volviendo al mundo como si nunca antes hubieran estado vivos.

Y allí, bajo el azul del cielo, sobre el dorado de las altas hierbas; dos ojos profundos y hundidos acompañados de 15 rifles les esperan.

—Esto se acaba aquí, caballeros. Hagan el favor de bajar y entregarnos a la señorita. Será lo mejor para todos

Dos hombres se adelantan y dejan sobre el suelo el cuerpo maltrecho de Henry. Entre el rostro amoratado y la sangre se distingue la mueca de una sonrisa y tras escupir sangre saluda a sus compañeros.

—Esto es lo único que conseguirán si se resisten. Sean razonables, no pueden seguir adelante ni dar media vuelta. Solo queremos a este caballero y a la señorita.

Los labios están sellados, piensan las mentes rebuscando cualquier salida y todas las sendas llevan al mismo e ineludible destino.

—Iré. —asoma la melena roja que baja de la diligencia y se sitúa frente al tipo de los ojos profundos— Pero a ellos déjenles en paz y a él también —señala hacia un Henry que, dolorido, acierta a saludar entre temblores con la mano.

—Él está aquí porque quiere. Tiene fácil llegar a un acuerdo, pero no quiere ceder y por ello caerá.

—Lamento decirte que la responsabilidad de tus actos no es mía, maldito canalla.

Se tuerce el gesto del de los ojos profundos y a duras penas consigue evitar la réplica.

—Bien caballeros; las armas, por favor. Las dejaremos un poco más adelante, para que puedan recogerlas cuando su cercanía no sea un peligro.

La incredulidad y la rabia se agolpan mientras ven alejarse a la señorita que extrañamente volvía a recuperar la rigidez marcial de la impuesta feminidad del este.

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