lunes, 7 de enero de 2013

Abriendo regalos


Apartó la manta dejando que la cálida humedad se tornara intensa sensación de frío seco. Aún con los ojos entrecerrados buscó a tientas, entre las perchas, el abrigo grueso de lana. Abrió el pequeño postigo de la ventana y se asomó para ver caer la nieve. En la calle, un grupo de personas esperaba ya frente a la casa del Deno para compartir el tradicional desayuno del Festo de Vintro: huevos azules, trucha con tocino salado y té de montaña con tibar o hierba amarga.

El frescor de la mañana le golpeó la cara, acabando de despertarle. Abrió la puerta y notó el dulce aroma de leche con especias y el olor a leña que inundaba el salón. Encima de la mesa descansaban unos cuencos de barro junto a una bandeja de madera llena de rodajas de pan tostado con miel. Pasó por alto el humeante alimento y se dirigió al arco de la ventana donde le esperaban los regalos.

Dos paquetes envueltos en vivos colores y un tercero con el tosco papel parduzco que utilizaban para envolver los encargos en la herrería de su padre.

Abrió éste último en primer lugar, descubriendo un martillo de mango sobrio forjado en la fragua de la familia. Envió una sonrisa de agradecimiento y titubeó mientras lo apartaba, intentando no ofender, para poder abalanzarse sobre el resto. 

***

Recuerda aquel día al ritmo del golpeteo de metal sobre rojo vivo. De cómo ahora, tantos años después, aquel simple martillo es el único de todos los presentes que sigue a su lado. Cómo, pese a su sencillez, sigue marcando cada golpe, aprovechando al máximo cada uno de sus movimientos como sólo puede hacer un objeto creado, expresamente, para su futuro dueño.

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