lunes, 4 de febrero de 2013

Colonos

Millones de rostros boquiabiertos siguen pegados a los destellos rectangulares, alojados en sofás, sillones o echados en el suelo. Apenas parpadean y observan al resto, midiendo en sus caras la magnitud de lo que está ocurriendo. Las expresiones se rompen cuando los altavoces del televido emiten la esperada frase: "Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad". 

Los gritos de júbilo se unen a las muestras de celebración y los fuegos artificiales. Miríadas de personas toman las desmenuzadas calles. Durante un segundo parecen no existir las bandas ni los carroñeros, el cielo abierto no supone amenaza alguna y las máscaras no molestan al reencontrar a familiares perdidos. Durante ese instante, la tierra vuelve a cubrirse de pequeños puntos de luz.

En otro lugar, lejos del pútrido mundo que parece guardar aún un pequeño rescoldo, dos astronautas han dejado la tranquilidad de su nave con una única misión: colonizar el planeta y comenzar allí una nueva vida. De tener éxito, tras ellos vendrán muchos más.

Cada uno se dispone a escoger el lugar en el que va a vivir junto a su familia. Uno elige una zona llana situada sobre un manantial, cerca de unas acumulaciones rocosas, protegida de las inclemencias. El otro opta por un punto estratégico con un pequeño lago, junto a un impresionante cráter, muy fácil de defender.

Ambos comentan animadamente su elección y celebran la del compañero. Contentos por haber dejado atrás la perdición, se sientan a observar su nuevo mundo. Apenas pueden creer la tranquilidad, la amplitud y la inmensidad del paisaje que se extiende ante ellos. Caen los recuerdos de las viviendas apiñadas, el aire ácido y las cacerías; empujados por la ingente cantidad de oportunidades que ofrece este lienzo en blanco.

Y uno de ellos observa su agreste zona, apoyada en el inexpugnable cráter, sonriendo ante la estúpida idea de enemigos en aquel edén. Y observa la tierra llana de su compañero, perfecta para instalar toda la maquinaria de aclimatación, con un manantial subterráneo que no está sujeto a los caprichos del tiempo como su pequeño lago. Y la sonrisa comienza a torcerse. Y ve a su compañero feliz, absorto en sus propios pensamientos, imaginando las bondades que ofrecerá su excelente tierra a los suyos. Y observa esa estúpida cabeza moviéndose de forma ridículamente jovial. Y una mirada fugaz, apunta a la llave inglesa que descansa junto al equipo, recordándole el uso instintivo que siempre tuvo el metal.

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