lunes, 11 de febrero de 2013

DeLoyd (4): Por una nueva vida


Dos columnas metálicas sostienen el palacio rodante del capataz, tirado por un gigante de hierro que guarda, ahora dormidas, crines de vapor en sus entrañas. Afuera un ridículo hombrecillo, se mueve inquieto, rasca asustado la opulenta puerta mientras, una y otra vez, se aleja para volver a acercarse. Balbucea con miedo, un hilo de voz apenas perceptible que pide paso anhelando no molestar. 

-Adelante, Jed.

El hombrecillo se descubre y atraviesa la puerta con la cabeza gacha y una sonrisa nerviosa en los labios.

-Si vienes a avisarme de que hay una estrella acechando por los alrededores, llegas tarde. Lleva un tiempo en el viejo Greyriver, tomando algo con los trabajadores. Esa es la principal causa de que últimamente no haya disfrutado el aire fresco.

-Mr. DeLoyd, ese cabrón ha estado preguntando acerca de Tincher y parece que sabe algo de lo de Kingsyard.

-Veamos Jed, quiero que me escuches atentamente. Aquí tienes un listado de nombres, una carta asignada a cada uno de ellos y dinero. Debes acudir a estas personas, darles su carta y el dinero indicado. Es muy importante que respetes el orden. Si así lo haces, es cuestión de tiempo que, al fin, el fénix renazca de sus cenizas.

-Pero Mr. DeLoyd, esta gente... estos son los mismos que le echaron, los mismos tipos que le obligaron a abandonar la política.

-Jed, amigo, no dañes tu mente, limítate a respetar el orden indicado; lo demás vendrá por sí solo. Unos aceptarán por interés, otros por envidia y recelo y en último lugar acudirán los inspirados por el miedo. La tarea es tal que tus mermadas capacidades podrán llevarla a cabo excelentemente. 

-Gracias señor, pero se olvida del agente.

-De momento el hombre de latón sólo supone una amenaza para ti. A estas alturas, sabrá que fuiste tú quien mató a los secuaces de Kingsyard. Es por eso que no debes demorar la partida, afuera tienes un carro con todo preparado. Recorre la ruta que tienes marcada, sin desviarte ni un ápice, y conservarás la vida. En cuanto al representante de la ley, yo le atenderé.

-Muchas gracias, señor, otra vez vuelve a salvarme el pellejo. Sepa que estoy decidido a pagarle hasta el último de los favores que me ha hecho, al precio que sea.

-Nobles palabras, Jed. Parte ahora, cumple tu cometido y ten por seguro que daré por saldada gran parte de tus deudas.

La tela del carromato ondea, despidiéndose de los cientos de brazos que cavan, martillean y amontonan tierra preparando el agarre de los dos tendones de acero. Al otro lado, un hombre cruza entre sus antiguos colegas caminando sobre el fango, dirigiéndose al vagón del capataz con un nuevo brillo en el pecho.

-Buenos días, ¿Mr. DeLoyd?

-El mismo, me alegra que haya decidido presentarse. El Greyriver no es conocido precisamente por su comodidad. Por favor, pase y tome asiento; está usted en su casa.

DeLoyd toma dos vasos y una botella de excelente bourbon. Sin más, comienza a servir al invitado.

-Disculpe Mr. DeLoyd, no bebo.

-Yo tampoco. -manifiesta solemnemente mientras se sirve a sí mismo. 

El agente sonríe y toma su vaso.

-Quería saber algo acerca de uno de sus hombres... un tal Jed.

-La naturaleza tiene sus caprichos, ese imbécil sirve para poco más que para llevar agua, pero al menos cumple su cometido. -DeLoyd se gira, dando la espalda al agente, y abre un armarito. 

-Ciertamente, camina como un imbécil, habla como tal y hasta huele como un imbécil. Es por eso que me resulta curioso ver que haya conseguido llegar hasta aquí...

-¿Tampoco fuma usted? -dice el elegante capataz mientras coge una caja de cigarros y cambia su vaso por uno, debidamente escondido, en el armario.

-Tampoco -contesta sonriendo el agente.

-Tenga entonces...


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