lunes, 20 de octubre de 2014

Primeras ascuas

Líneas rectas, sombras de carboncillo sobre el lienzo. A cubierto de un sol tranquilo, por la copa de un gran árbol y sombra agradable de elegante sombrero de paja. Lleva camisa blanca, amplia y arremangada y pantalones claros. Sentado sobre silla plegable, junto a la cruz y el montículo, pipa de maíz en mano; detiene un momento su obra y observa curioso al nuevo, que aguarda de pie, en medio del pueblo.

"Apreciado Sr. Sugart.
Lamento enormemente lo ocurrido en nuestro último encuentro. Imagino avergonzado su enojo pero, espero, se hará cargo de la imperiosa necesidad de mi partida. Cierto es que necesitaba urgentemente el dinero y que con su caso llegó la oportunidad; la amenaza de perder la vida varía notablemente esquemas y prioridades. No obstante, no piense que, en ningún momento, haya osado faltar a mi promesa. Gracias a ciertos contactos, he podido saber que llegó a Canatia sano y salvo y que no tuvo ningún problema con la gente de allí respecto a hacer efectiva la concesión de su herrería: mi más sincera enhorabuena. Quizás ahora piense que todas las precauciones que habíamos acordado, no eran sino excusas para asegurar un cobro mayor; ni se imagina la de veces que todo ello, y aun más, ha sido necesario para conseguir ratificar tratos de menor valía.
Pero vayamos a lo importante, el verdadero motivo de esta carta; y es que decidí no ponerme en contacto con usted hasta que pudiera realizar la parte de nuestro acuerdo que aun estaba a mi alcance. Es por eso que todo el cargamento que acompaña a esta carta responde al instrumental necesario para su herrería, así como un albarán del almacén de la ciudad en que nos vimos por primera vez, de forma que no le falte material con el que abordar el periodo inicial de su negocio. 
Si tuviera alguna otra necesidad, no dude en hablar con el dueño del almacén, el Sr. Morrison; él sabrá cómo contactar conmigo y yo, por mi parte, haré todo lo posible por conseguirle lo que sea menester. Lamento no poder ofrecerle dirección alguna, asuntos un tanto complicados de explicar requieren un continuo desplazamiento por mi parte. Pero sepa que tengo presente que una parte de nuestro acuerdo queda en el aire, a la espera de tiempos mejores.
Con la esperanza de poder ofrecerle los servicios necesarios o la devolución de la cantidad estimada en falta, me despido encarecidamente de usted. No queda sino desearle los mejores deseos para ese nuevo comienzo al que todos deberíamos poder acudir al menos una vez en la vida. Que cada golpe cuente, amigo.
Siempre a su disposición: Sr. Thomas Sammuel Willbur."

Ralph volvió a plegar la carta y echó un nuevo vistazo a las cuatro cajas de madera que había frente a él. Tomó un hierro y comenzó a hacer palanca descubriendo su contenido: un fuelle de madera vieja y enferma, un martillo de mango quebradizo, clavos y otros enseres, algunos doblados, otros tantos herrumbrosos y un mandil grueso y manchado de carnicero.
Se sentó un momento en medio de su parcela, entre los postes de madera de su futura casa, se quitó el sombrero y pasó la mano por la cabeza intentando saber qué demonios hacer con aquella chatarra. Fue entonces cuando ante él aparecieron las botas del hombre que lo trajo allí en su diligencia.

-Bueno, amigo, ahí tiene su material. Va siendo hora de que ponga en marcha esa fragua. 

Alzó la vista con una queja en los labios y vio el cuchillo que lucía aquel hombre en su cinto: de mango atado y hoja afilada hasta la saciedad. Observó la pieza de madera que sustituía a uno de sus brazos y los arreglos improvisados que el eje de la misma diligencia tenía. Echó un ojo a cada uno de los edificios, las casas y otras estructuras y comprendió que aun no se había dado cuenta del lugar en el que se encontraba. Emitió un quejido al levantarse y rebuscó en el instrumental hasta encontrar unas tenazas, las cerró y abrió un par de veces, hasta que el óxido saltó y comenzó a extraer los brillantes clavos de cada una de las cajas.

-Habrá que ir haciendo acopio de material, dudo que el crédito del almacén sea generoso y hay mucho que hacer por aquí.

Al poco llegaron más brazos para ayudar. Se intercalaron los golpes de martillo sobre clavos y el metal hendiendo madera con las bromas acerca del magnífico material recibido. Ofrecieron alguna que otra solución y comentaron, entre risas, las experiencias pasadas, de llegadas, carencias e inundaciones. Por un momento, recordó Ralph aquella foto en un sobre, único recuerdo del pasado, la gente sonriente con los esqueletos de madera al fondo. Y vio que pese a no haber verdes pastos, aquello era idéntico a lo que siempre había querido vivir. Por un momento, se vio de nuevo en aquella foto, no ya como el niño que correteaba entre los mayores, sino como el adulto que estaba construyendo su propio futuro a partir de la nada.

A lo lejos, DeLoyd activó las ascuas de tabaco, paladeó el aroma áspero y dulzón y volvió sonriente al carboncillo. Las líneas tomaban forma en el lienzo dispuestas en aquel extraño y atrayente conjunto de construcciones para formar un nuevo rótulo, “Herrería”, que, una vez colocado, pareció siempre haber estado allí. Por la comisura de los labios exhaló un hilo de humo y, mirando a la cruz del montículo, musitó en voz baja:

-Enhorabuena... lo has vuelto a hacer, maldito idiota.

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