lunes, 7 de diciembre de 2015

Semillas

Observaba, entre las esquinas heladas de la ventana, la puerta ya cerrada. Seguían presentes en su memoria los ojos asustados de aquella joven. No hubo sonidos, pero resonaba el ruego suplicante en su cráneo, mientras maldecía la gélida zarpa que aprisionó su cuerpo y su voz. Quisiera haber podido avisarla, haber evitado su entrada y detener, con solo un gesto, el fatal desenlace que había comenzado cuando aquella joven traspasó el lujoso umbral.

Un carraspeo, seguido de un golpe de tos seca y arrancar de flema, la extrajo de su ensimismamiento.

Rascar de ropa interior de cuerpo entero, chasquido de lengua y pasos arrastrados hasta la jofaina.

Escuchó el sonido de agua vertiéndose sobre recipiente de porcelana, resoplidos y frotar húmedo de rostro y toalla.

-Buenos días, mujer. ¿Qué haces ahí?

Se giró con una sonrisa amplia, de fondo triste.

-Buenos días. Ha llegado una chica nueva al hotel del Sr. Thorn.

-Ah.

El hombre dejó la toalla y apartó una de las sillas de la pequeña estancia; se acercó y colocó ambos brazos sobre la sencilla mesa de madera. A su espalda, la cocina rugía entre llamas y ascuas, y brotaba, humeante, el agradable aroma a café.

-Peter, es solo una chiquilla.

-Algunas empiezan pronto, Lisa... Bueno venga, ¿vamos a desayunar o qué?

La mujer puso un plato con carne seca, huevos y algo de pan ante su marido. Cogió la cafetera, envolviendo el asa con un trapo, y se detuvo un segundo.

-Pero es que ella no es de esas.

-Lisa, dejémoslo estar, ¿de acuerdo? ¿Has hablado con ella acaso? Es asunto del Sr. Thorn.

El hombre masticaba feliz y acercó la taza en busca del caldo negro.

-¿Y tú?, ¿no comes?

Ella se sentó frente a él, apoyando las manos delicadamente.

-No, no tengo hambre.

Él cerró los ojos y resopló.

-He dicho que lo dejemos estar. ¿Me oyes?

-Pero, Peter, es que estoy segura de que esa chiquilla no es de esas. No sabe dónde ha acabado. Solo de pensar todo por lo que va a pasar...

El hombre descargó el puño cerrado y comida y café se mezclaron sobre la mesa.

-¡He dicho que no se habla más! ¡Eso es cosa del Sr. Thorn y nosotros no tenemos nada que decir! ¿Tengo que recordarte que si no fuera por él, tú aun seguirías allí, entre esas cuatro paredes? ¡No olvides que fue él quién te permitió venirte conmigo! ¡Es él quién ofrece el trabajo que trae comida a la mesa y mantiene vivo este pueblo!

Ella dejó el silencio como respuesta y quedó la bruma eléctrica flotando en el ambiente. 

El calor latía en las sienes del hombre, producto de la ira que brotaba, fruto de la contradicción. Cogió la taza y bebió el poco café que quedaba aun dentro, apartó el plato y se levantó.

Ella lo siguió con la mirada mientras se cambiaba en el dormitorio. Siguió sin decir nada hasta que escuchó un acallado "Adiós", acompañado de un portazo, y se dirigió de nuevo a la ventana, fijando la vista en el lujoso hotel.

Abajo, el hombre cruzaba la calle con paso nervioso. No pudo evitar echar un vistazo arriba y sus ojos se cruzaron; bajó la mirada y continuó su camino. A lo lejos, distinguió los descompasados andares del dueño de la tienda local y acudió a saludarlo.

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