Ilustración de Cortés-Benlloch
El sol entraba por los ventanales, rayando de oro el suelo de madera. Las cortinas de seda temblaban, rozadas por el viento frío y vivo de la mañana. Era un día bueno, de esos que animan el alma y muestran el entorno con una nitidez fuera de lo común; pero Abby estaba esperando. Esperaba unos pasos marcados y delicados, rotos ante su presencia, un saludo hueco y respuestas, ante todo esperaba respuestas; y no saldría del hotel hasta hallarlas.
Escuchó el rítmico caminar y el giro seco del pomo. La puerta se abrió con un movimiento completo, y una figura quedó anclada al ver a la vieja Abby allí, pues sabía el motivo de tal visita.
—Hola Maggy.
La mitad del rostro de la vieja sonreía; el otro torcía herido, de tal modo que no podía saberse cuál estaba siendo sincero.
—Abby. ¿Qué haces aquí arriba? No tardarán en venir los clientes, la sala está aun por limpiar.
—Vengo de hablar con Owen y Tom... aun gritan los nombres de sus asesinos.
—Ha sido una verdadera desgracia...
—Teníamos un trato, Maggy. ¿Cómo es posible que aquellos tipos supieran lo que iba a pasar, que estuvieran esperándoles? ¿Cómo puede ser que buscaran entre sus ropas la dichosa carta?
—No sé de qué me estás hablando.
Abby mudó el rostro y su mitad viva se alineó con la otra: un semblante frío que helaba la sangre. Tanteó entre sus ropas y extrajo una pequeña derringer.
—Espera, ¿qué vas a hacer, Abby?
La vieja no respondió, miraba fijamente a la joven sin pestañear, mientras cargaba con ambos pulgares el percutor del arma.
—Maggy, yo ya estoy muerta. Sigo en este mundo porque aun no estoy lista para abandonarlo del todo, pero nada me ata a él. Me queda un momento, aun no sé cuál, pero puede que sea este; no me importaría comprobarlo. Puedes hablar y hacerme sentir mejor o dejar que aprete el gatillo y te lleve conmigo.
La joven estaba acostumbrada a leer en las gentes: gestos, rostros, palabras y entonaciones. Aquella mujer tenía la misma intención de apretar ese gatillo que de seguir hablando; una mitad anclada a este mundo, la otra ya en el otro, posiblemente con su marido. Por primera vez sintió que su presencia no causaba efecto alguno, ni respeto ni repulsión, simplemente indiferencia. Lo único de valía que tenía para aquella persona eran unas palabras; el resto, huesos, miradas huecas y carne sin importancia.
—Está bien. Baja el arma, hablemos.
La vieja siguió apuntando como si nada se hubiera pronunciado en aquel lugar. Una suave brisa recorrió la estancia y renovó el aire estancado; mas, en cuanto pasó, volvió el vacío asfixiante y la presencia dura y seca de la vieja Abby se hizo aun más imponente.
—De acuerdo. Hice lo único que podía hacer. Abby. ¿No creerías que podríamos acabar con Thorn, verdad? Sus contactos, su influencia, todo eso es más que necesario para que esto siga en marcha. No podría haberme hecho yo cargo.
—Entonces, ¿para qué la carta?
—La carta era una traición. La prueba de que alguien abandonaba el redil. La mejor manera de acercarme a Thorn era hacer que otro pareciera alejarse.
La vieja escuchaba a aquel monigote explicar convencido, casi se diría que con orgullo, su juego. Leía clara, trenzada en su voz, la psicopatía de quien está acostumbrado a utilizar piezas humanas y su dedo índice dudó sobre la conveniencia de poner punto y final a dicha existencia. Pero algo se quebró dentro de aquel ser.
—Abby... Jamás pensé que acabaría así. Los hombres de Bowler solo tenían que detenerles y arrebatarles la carta. Tienes que creerme, no tenían órdenes de disparar; nunca hubiera ido tan lejos. Algo debió ir mal.
La vieja bajó el arma y vio el color regresar al rostro de la joven.
—¿Y ahora qué, Maggy?
—Ahora ya no habrá Bowler ni nadie que pueda volver a secuestras más chicas. Yo me encargaré de que solo entren aquí mujeres del gremio y de que nuestra gente sea tratada como toca; para nosotras es mejor que yo esté al lado de Thorn. Las cosas van a cambiar, ya verás.
—Haz lo que quieras, pero ten en cuenta una cosa. Esto que ha ocurrido hoy, puede volver a pasar. Envía a alguien a visitarme si así lo deseas, pero que acaben la faena porque por terrible que sea la paliza, tendré una única razón para seguir viviendo y no será otra que volver a por ti. Y ten en cuenta que las raíces de los muertos que tú sembraste han movido los cimientos de más gente; si no soy yo, otro vendrá a por ti.
La vieja abandonó renqueando la habitación y una nueva brisa, más fría y cortante que la anterior, recorrió la sala. Cuando Maggy se acercó a la ventana, el cielo se había nublado y aquella helor pareció no querer abandonarla.
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