lunes, 17 de diciembre de 2018

El último cartucho


Nada en el cielo indicaba que había llegado ya el alba. Nubes negras engullían la cabaña, ahogando el cálido resplandor de una vela que iluminaba la mesa frente a la que se encontraba: encorvado, con el pelo cano y los ojos cansados por el paso de los años; recogido en la soledad que tanto amaba.

Afuera, la oscuridad estanca se ampliaba hasta el infinito con cada relámpago sin trueno. Y en silencio adivinaba, en cada resplandor, la silueta etérea que había de acabar con él; pues había llegado el fin de su tiempo.

No imaginaba mejor sitio que aquel pequeño lugar tremendamente familiar para enfrentar su destino.

Un nuevo relámpago inundó la sala y trajo el recuerdo gélido de un relincho.

Se incorporó levemente, abrió uno de los cajones y sacó el arma.

Tomó el tiempo necesario en limpiar y poner a punto el metal frío. La mano buscó a tientas en el cajón y halló la vieja caja de munición con una última carga.

Otro destello llenó de blanco azulado la sala, dejando un tintineo frío y punzante de espuelas.

Cogió el cartucho y accionó la palanca del arma.

El último relámpago restalló más que ningún otro y colocó frente a sus ojos la eterna figura sin rostro con sombrero de ala recta.

Empuñó decidido el metal y comenzó a rasgar sobre el papel.

· · ·

Mas el plumín no está afilado y en el cartucho tan solo hay tinta.

Solo tinta que únicamente tu cabeza puede detonar.

Te deseo unos felices fuegos artificiales.

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