lunes, 21 de octubre de 2019

Prospección

Se movía por inercia. Jadeaba, a duras penas conseguía el dolor punzante de despegar pulmones. El corazón bombeaba contra el cráneo, los ojos desenfocaban la imagen de un terreno inconquistable y, pese a todo, la voluntad gritaba continuar.

Conforme la cuesta se fue calmando, volvió el oxígeno, la vista se suavizó y las piernas hallaron descanso en el paso firme y tranquilo. Al frente, el horizonte: pinos sobre rocas y un sendero suave que conduce hasta el lugar indicado.

Caminó entre los cascotes unidos de nuevo en otra forma, cambiando cemento por vegetación. Se situó entre los muros caídos y comenzó a observar.

Analizó la tierra, las plantas y la tipología de los restos. Podía reconocer los indicios de un filón de forma intuitiva, como si se tratara de una especie de olor. El lugar estaba marcado en los mapas... como tantos otros fracasos. Sólo la certeza olfativa le animó a continuar.

Limpió la zona hasta encontrar el portón metálico. Las plantas y el óxido no dejaban lugar a dudas: continuaba sellado. Se alejó unos pasos y clavó el bordón de exploración en el suelo. Cruzó los dedos e inició el programa.

El bordón emitió un pitido ininterrumpido y un destello. Segundos después llegaba la confirmación. Ejecutó el código y entre estruendos y chirridos se abrió la pesada pieza metálica.

Una vez dentro, encendió una de las linternas del bordón y revisó el interior: catalogando los diferentes medios de almacenaje, dilucidando dónde se encontraba la información más valiosa, antes de poner todo en marcha. La planificación del proceso de extracción era lo principal si se quería tener éxito. Cuando estuvo a punto, activó los sistemas y empezó la cuenta atrás.

Se hizo la luz. Las salas se pusieron en marcha y comenzó a colocar en cada una de las máquinas los extractores que debían cosechar el conocimiento. Tras los primeros minutos llegó el primer parpadeo lumínico, leve y poco duradero. Dejó los extractores trabajando y aprovechó para explorar los otros habitáculos.

Aquel lugar era uno de los buenos; no muy grande, pero rico en contenido. Las zonas de descanso eran confortables, con todo lujo de detalles; de esas que hacían lamentar que todo hubiera acabado.

Un segundo parpadeo sacudió el sistema, por suerte los extractores seguían funcionando correctamente.

Continuó su paseo, sorprendido al no encontrar indicios de actividad. Recorrió las salas secundarias hasta encontrar otro portón escondido. Colocó el código y al abrirse mostró otra sala, mejor aislada, donde yacían tranquilos sobre sus camas los restos esqueléticos de quienes confiaron en aquel lugar para salvar sus vidas.

Por un momento la luz se apagó y al regresar lo hizo de forma intermitente; el tiempo corría.

Se quedó un momento allí, sentado en uno de los sillones, observando los esqueletos. Todo parecía indicar que murieron en calma, posiblemente por la ingesta de algún fármaco. Lo había oído en más de una ocasión. La mayoría cayó fuera, otros murieron intentando entrar en alguno de los refugios y los hay, como estos, que encontraron su final dentro, incapaces de soportar la idea de no volver a ver el sol.

Pensó en sus rostros llenos de carne y color. De lo que pasaron para entrar allí y en lo que tuvieron que vivir para decidir que jamás volverían a salir. Para la mayoría la espera es un lugar ausente de vida. No podía ni imaginar qué terrores les habrían obligado a encerrarse allí y mucho menos los motivos que les llevaran a apagar sus vidas. Esperaba que, con suerte, alguno de los extractores cosechara dicha información.

Se escuchó un tono continuado de corrosión aguda, tras lo cual llegó un nuevo apagón. Al volver la luz, una de las máquinas estalló dejando una columna densa de humo... demasiado pronto.

Comenzó a recoger los extractores sin desactivar debidamente el sistema de anclaje, no había tiempo.

Llegó al pasillo central y otra máquina por delante de él, emitió un siseo y un fuerte olor a quemado.

Jubo comenzó a correr, quitando los extractores y guardándolos en la mochila. Desechaba aquellos que se encontraban en las máquinas defectuosas y siguió hacia la salida. Casi podía escuchar los gritos de los que ya no estaban, jaleándole en su carrera a fin de que al menos una parte de ellos pudiera salvarse.

De nuevo apareció el ruido corrosivo, esta vez más fuerte, otro apagón y el estallido de dos máquinas más al volver la luz.

Había demasiado humo acumulado. Rebuscó en la mochila, se colocó la máscara y continuó corriendo, esforzándose por distinguir el camino correcto entre el denso coágulo negro; de pasada tan sólo pudo coger dos extractores más antes del nuevo apagón.

Esta vez no se escuchó nada. Ni ruido ni extractores ni maquinaria, nada salvo oscuridad absoluta. Notó el aire denso y una opresión en el pecho al respirar. Sabía lo que pasaba y no se atrevió a encender ni siquiera la linterna. Caminaba a tientas, recordando el camino hasta la salida, intentando no acercarse a los lados evitando tocar las máquinas. Sudaba, el corazón luchaba por salirse del pecho y su sentido común hacía tiempo que había comenzado a gritar que corriera sin mirar adónde. Aun así se sobrepuso lo justo para seguir respirando y continuar sin chocarse.

Volvió la luz, la salida apareció frente a él a unos 10 metros y las máquinas comenzaron a estallar en cadena. Corrió como nunca, con la sensación de respirar líquido en vez de aire, moviéndose en un entorno denso que casi parecía empujarlo hacia dentro. Y saltó con todas sus fuerzas, atravesando una ola invisible, justo en el momento en que el portón se cerró tras él, volando por los aires el panel y todo el sistema de cierre.

Se tiró al suelo y vomitó. Tumbado bocarriba observó el cielo limpio, oscuro y lleno de estrellas. Tan abierto y libre que volvía absurda la sensación de ahogo que poco a poco dejaba de experimentar.

Una ligera y fresca brisa pasó por su rostro y pareció arrastrar todo rastro de la Erosión. Revisó la mochila, los extractores y el bordón. Cuando comprobó que todo estaba en orden, se levantó y, aprovechando la luz de las estrellas, fue a recoger algo de leña para preparar un buen fuego y calentar algo para comer.

Ya al abrigo de la fogata, con el estómago lleno, abrió el libro que le dio Riba por una página al azar y leyó el primer párrafo que apareció al alcance de la vista:

Si una persona perdida llegase a la conclusión de que, a fin de cuentas, no está perdida, de que no se ha alejado de sí misma, sino que se encuentra justo en el lugar en el que está, y que por ahora vivirá ahí; si cree que los lugares que lo han conocido son los que están perdidos, ¡cuánta inquietud y cuánto peligro se desvanecerían de un plumazo!.

Apartó la mirada de la hoja y fijó la vista en las llamas, dejando que el eco resonara en su mente. Su ojos regresaron una última vez a aquella voz:

No estoy solo si estoy conmigo mismo.

Tras lo cual cerró los ojos.

Mañana sería otro día.

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