–¡¡¡Vamos!!! ¡¡¡¡Yihaaaaa!!!!
Restalla el látigo en el aire, atrona la voz, marcan las riendas la carne de Sam.
Jake al lado ignora el silbido del plomo, coge con fuerza la escopeta y fija la vista en la colina que se alza lejana, en el horizonte.
Ata el aliento Patty, tumbada sobre el techo, mientras lleva la mirilla hacia los pequeños puntos que, entre la ola de polvo, crecen cada vez más.
Dentro, los Howard se asoman a medias por una de las ventanas, el viejo pega la espalda al asiento, mientras asfixia el revólver con una de sus manos y la señorita, sentada, inmune, tan solo se permite pestañear cuando el aullar de las balas, pasa cerca con hambre.
–¡¡Patty??
–¡¡Cuatro!!... ¡¡puede que siete!! ¡¡Aún lejos!!
–¿¿Y Henry??
–¡¡Aquí estoy!!
Se acerca Holmoak por el lado de Jake, cabecea vigoroso su mustang: músculos tensos y crines al viento. Lleva las riendas en mano, escopeta a la espalda y mirada calma.
–¡¡Cuatro entrando en el polvo!!, ¡¡tres detrás!!
Responde Jake con un gesto y desaparece Henry hacia la derecha.
Refulge la diligencia enrojecida tras el mar de crines. Rueda, salta y balancea como goleta mecida por mil demonios. Engulle el terreno con ansia primigenia, sin importar crujidos, ruidos ni golpes; ya habrá tiempo de reparar las pérdidas, cuando conserven la vida.
–¡¡Ya vienen!! –clama la reverenda.
Dos siluetas primero, atraviesan el polvo. Sombreros afilados, fieras monturas y disparos certeros que pasan demasiado cerca de Jake y de Sam.
La reverenda, tumbada boca abajo, pegada al techo como si la diligencia fuera parte de ella, despierta la ira divina y atruena, índice en gatillo, un plomo que rasga el polvo hasta acallar su aullido en la carne de uno de los jinetes. Cae la figura y desaparece la bestia, engullida por la ola.
Palanquea la sacerdotisa e invoca otro trueno; yerra esta vez el plomo y nota cariñoso el del enemigo en cálida caricia, raspando la carne de su mejilla.
Crecen los nervios con la figura enemiga y falla de nuevo al enviar la muerte. Dos jinetes más entran en la ola; se agarrotan los dedos, falla el aliento y arrolla el ansia a la capacidad.
--¡¡Jake, pasa uno!!
Se aplasta Patty como nunca al techo, pega la mejilla y abandona la vista para evitar ofrecer su muerte.
El jinete se acerca, aúna el galope de su montura y toma un instante para apuntar cuidadosamente a la figura de Patty.
Suena un disparo, seco y potente, y los 12 plomos de Jake derriban al jinete, antes de que pueda vencer la resistencia metálica del gatillo.
El cuerpo cae hacia la diligencia, bajo una de las ruedas. El primer bandazo es fuerte; más aún los que vienen tras él. En uno de esos se abre la puerta de los Howard, ofreciendo a él al exterior, lucha por mantenerlo su esposa, mas un nuevo bandazo aumenta la fuerza contra del hombre del este. El viejo ignora la llamada de auxilio, fundido en el respaldo de su asiento, esperando que el enemigo asome para disparar, y es una grácil y suave mano la que ofrece ayuda. La señorita se aferra al marco de la puerta y coge, junto a la Sra Howard, el traje del caballero del este. Cae la pamela, se muestra rebelde el pelo rojizo y una sonrisa vibrante se dibuja en su rostro, ahora más vivo que nunca. Sam toca las riendas como un titiritero: estabiliza con los primeros animales, mantiene rumbo con los de en medio y corrige con los que van en cabeza. El sudor se acumula en su frente y entorna sus ojos ante el picor de gotas saladas cayendo en las cuencas. Resopla como los animales, soltando vapor de sudor en cada bufido, mientras va retomando el control.
Entonces renace la reverenda. Palanquea el rifle y alza de golpe la vista. El disparo se lleva a uno de los jinetes, el otro responde en falso y encuentra la muerte en el siguiente estallido. Muda el rostro de la reverenda al ver, atraídos por el rayo, a dos jinetes más que, en formación cerrada, apuntan con mano firme.
Silban los plomos en vuelo raso sobre Patty, hiriendo el espacio entre Jake y Sam. Amartillan de nuevo revólveres con rostro depredador, desdeñando el fuego de la reverenda. Mas es la figura de Henry la que aparece en la ola de polvo. Entra con calma, como si aquello no fuera con él, y con la misma calma vacía los dos cañones de un gesto, decerraja 24 plomos sobre la formación cerrada, devolviendo dos muñecos de trapo a la tierra de la que surgieron.
Se coloca Henry tras la diligencia y saluda a la reverenda, mientras tantea un par de cartuchos. Mas observa en el rostro de Patty el reflejo del peligro. Intenta un disparo ella, al último jinete que se acerca con hambre, e invoca un no categórico al adivinar la intención de su compañero.
Henry abre la mano, caen los cartuchos al suelo; dibuja una sonrisa y tira hacia atrás de las riendas. Detiene el galope y se gira sobre su montura. Cuando se encuentra al alcance del último jinete, con un movimiento fluido envía la culata de recia madera hacia el cuerpo del enemigo, quien, tras ahogar un bufido, ofrece media vuelta al aire antes de besar el suelo.
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