lunes, 22 de octubre de 2012

No recuerdo la última vez que llovió


Como peces en agua estancada, vivimos en una atmósfera que poco a poco se paraliza, en la que cada vez es más difícil respirar. Es un cambio lento, apenas perceptible, que continúa hasta que cualquier acto se vuelve inicio y el esfuerzo no obtiene recompensa. Entonces escudriñamos el cielo y soñamos señales de bruma en las olas de un minúsculo avión. Desesperanzados, apartamos la vista y seguimos bombeando, cribando pequeñas pepitas de oxígeno entre montones de bocanadas.

Y al final parece llegar; el cielo despierta cuando pequeñas agujas líquidas atraviesan la densa niebla y chocan contra el suelo, removiendo el fondo irrespirable. A lo largo del coágulo asfixiante, cientos de pequeños agujeros atestiguan lo ocurrido; tan pequeños, que lejos de ofrecer aire limpio, sólo sirven para vislumbrar el eco fantástico de lo que hay más allá, y nos planteamos si no ha sido peor la palabra que el silencio; pero no queda sino seguir ya que, por fin, entendemos que en el sitio en el que estamos no se puede vivir.

Es entonces cuando el horizonte es aplastado por gigantes oscuros, que caminan bramando con reflejos de ira relampagueando en sus rostros. Monstruos todopoderosos que sólo responden a su propia naturaleza. Sonreímos comprendiendo que llegó el momento. Las almas saludan a nuestros salvadores mientras los cuerpos se esconden. Y los colosos ceñudos irrumpen en nuestro mundo vertiendo las agujas líquidas, millones de ellas, que caen al unísono como cama de faquir, aplastando ese grano asfixiante que revienta y dispersa su inmundicia.

El mundo queda a merced de aire blanco, aroma a tierra mojada y la caricia del elemento creador. Ahora el aire fresco inunda los pulmones y por fin una bocanada vale por mil. Todo a nuestro paso es suelo virgen, un mundo para crear.

* * *

Mas el tiempo pasa y ya no recuerdo la última vez que dejó de llover...

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