lunes, 29 de octubre de 2012

La llegada


Llega falto de ánimo y resuello, intentando comprender los motivos por los que fue enviado. Tras él, aquellos a quienes llama sus hombres: cinco seres atormentados que huyen de ellos mismos, intentando crear algo nuevo en el otro extremo del mundo. 
La vasta tierra se extiende ante sus ojos: una masa seca y arcillosa arañada por infinidad de arbustos y hierbajos amargos, que muestra con extraña crudeza lo absurdo del camino de vuelta.

Sobre la colina se alzan las ruinas del viejo promontorio, un escombro vivo que late intentando retener el pasado. Debe ver allí, entre las vigas astilladas y las piedras vertidas, la nueva torre, las casas y los talleres... el pueblo que nacerá de las cenizas; mas sólo humo y muerte se muestran ante sus ojos.

Pasea sobre los restos carbonizados de sus antecesores, comprobando la holgura del cargo, el excesivo peso del escudo y lo fuera de lugar que encuentra esa espada, apenas empuñada en las tranquilas tierras de Nibla.

¿Qué hay ante sus ojos sino destrucción? ¿Acaso no es obvio el fracaso? ¿Qué loco sueño le ha arrastrado hasta este pedazo de muerte, lejos de los suyos? ¿De qué sirve el prestigio social si pierde la vida en el intento?

Da media vuelta y observa a su séquito: jóvenes desarrapados expulsados de su mundo, hijas del oro a lomos de la abundancia, mercaderes de hombres que buscan su precio, hermanos del ojo arrancados del templo y temblorosos tinteros expuestos a la luz.

Siempre igual, Lanturo, arrastrado víctima de las circunstancias. No hay otra opción, respira hondo, mantente firme y sigue adelante. Aguanta hasta que todo acabe.

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