lunes, 30 de diciembre de 2013

Bad Jimmy (5)



La lengua de tierra serpentea entre un manto de nieve, custodiada por interminables coníferas, cuyas copas puntiagudas arañan la cegadora luz de un cielo gris azulado. Cordón terroso que remonta la montaña, desafiando islas de piedra pulida y resbaladiza, pasos angostos que separan la roca madre del vacío, con la inverosímil huella doble probando que hubo carros buscando la cima.

El caballo resopló aliviado ante la evidencia. Contrariamente a lo que pensaba Jimmy, el camino acababa y la montaña continuaba erguida, gigantesca y triunfal; solo un fino reguero de tierra osaba adentrarse en las rocas escarpadas entre la nieve virgen. La doble huella atravesaba un pequeño claro, abandonando la subida constante, y se dirigía hacia el sólido caserón de troncos, cuyo olor a leña invitaba a pasar.

Abrió la pesada puerta y el calor le dio la bienvenida; el aroma reconfortante de un caldo silvestre, acunado sobre la estufa, inundaba la sala, veteado de cierto toque ahumado. Tras una barra de ásperos troncos partidos por la mitad, una barba enmarañada, guarecía la figura, pequeña y robusta, de 50 inviernos crudos que observaba con curiosidad, trapo en mano.

Junto a la pared, mesas y sillas se amontonaban exiliadas de la sala en estático orden. Solo una permanecía en pie, situada en el centro, cerca de la estufa; tres sombreros la habitaban: elegante bombín de rasgos finos y delicados, tosco gorro de lana rasposo y abrigado y basto tocado de pieles algo desgastado.

Mas sus ojos decidieron seguir cierta estela clara que acababa de surgir de una de las gruesas cortinas que colgaban a la derecha. Quedó atrapado en dos ojos enormes, que llenaban de azul una piel pálida y delicada. Aquellas trampas de hielo se abrieron un poco más al verle y, expulsado del mundo, notó cierto calor en su rostro. La joven dibujó una ligera línea curva en su pequeña boca carnosa y Jimmy no pudo evitar dejar la mandíbula inferior a merced de la gravedad. Giró su rostro, siguiendo el trayecto; solo entonces advirtió el exótico pelo, completamente blanco, que caía sobre sus hombros, la franja de piel que mostraba la pequeña blusa al caminar, hechizado por esa mezcla de suavidad y carácter. Continuó fijo en ella, perdido en su aroma y exuberancia, incapaz de encontrar el camino de vuelta, hasta que una voz áspera y cascada le arrancó del ensueño.

-Adelante, joven, si lo que quiere es sobrevivir, no encontrará otro sitio donde pasar la noche. -dijo el hombre de la barra-.

Dio un respingo y cerró la puerta. Advirtió cierta sorna en la mirada de los hombres de la mesa. Avergonzado, evitó mirar de nuevo a la chica, pero envió una última ojeada a la que se encontraba ya fuera de la vista.

-Déjala, muchacho, -dijo sonriendo el hombre del gorro de lana- esa es guerra de soldados más veteranos. ¿Por qué no te sientas y tomas algo con nosotros? Nos vendría bien uno más. ¡Rob, ponle algo al muchacho! Mi nombre es Tom, ese señoritingo se llama Kurt y aquel del bicho muerto en la cabeza es Greg.

-Gracias, señor, no sé demasiado de estos menesteres, pero será un placer acompañarles.

Cogió una de las sillas y se sentó junto al resto. No tardó en llegar el hombre de la barra con un tazón de caldo y una copa de algún licor que sacudía el cráneo como un relámpago. Recibió los saludos del resto de parroquianos y comenzaron los diálogos.

-Y bien, ¿de dónde eres, muchacho?

-Del sur... de más allá del valle.

Todos callaron un momento, analizando lo recibido y lo restante.

-Ya decía yo... demasiado joven para haber estado aquí antes y, en caso de haber venido de la ciudad, el señor Kurt te hubiera reconocido, jamás se le olvida una cara.

El hombre del gorro de lana miró al tipo del bombín y este asintió con un gesto leve del mentón.

-Tom tiene razón, es bueno para el negocio; guardo en mi cabeza de quién se trata y qué es lo que quiere la gente. Solo así puede uno hacer dinero; descubra los deseos y se hará rico, joven.

El tocado de pieles, tamborileó un par de veces en la mesa y envió cierto ademán de complicidad al resto.

-Si no, te ocurrirá como a mí, vine con el ferrocarril para explorar la zona y aquí me quedé cuando decidieron que había malgastado mi tiempo y su dinero en estas tierras. Menos mal que el señor Conley siempre necesita leñadores.

Las miradas de todos estudiaban al recién llegado, alguno se revolvió en su silla, preocupado por la espera, hasta que, finalmente, las manos hablaron.

-Bien, está bien... -comentó el bombín- Greg, olvidas que falta mucho para que el señor Conley requiera trabajadores. Quizás a nuestro joven amigo le interese algo para sacarse un dinero.

Miradas atentas, mordidas de labio, desvíos de reojo y lecturas mentales. Los gestos más leves deciden con atronadora contundencia.

-No creo que sea necesario de momento; tengo un caballo y algo de dinero. Si, como parece, la suerte sigue de mi parte, lo segundo será algo de lo que no preocuparme en un tiempo.

Rostros marcadamente perplejos, gestos exagerados de incredulidad y una sonrisa alegre, con poso de avaricia, que celebraba lo que la vida le ofrecía.

-Aun así, no está de más informarte. Aquí el señor Kurt viene con su carro todos los años para llenar sus botellas con el agua del manantial de Rob. Ese caldo cura cualquier enfermedad que sean capaces de inventar las señoronas de ciudad...

Continuó el juego de miradas; analizaron los planes y expresaron ruidosamente el asombro al ver de nuevo a Jimmy acogiendo la suerte en sus manos.

-Cierto. Lo que casi nadie sabe es que solo en estas fechas, gracias a la vegetación y los rigores del clima, se dan las condiciones óptimas para que el agua del manantial haga todo su bien. Es ahora, en los crudos fríos invernales, cuando debe adentrarse en las aguas y tomar el preciado líquido. Es por eso que siempre espero que venga alguien dispuesto a recoger el agua a cambio de un precio justo; aunque este año aun no ha aparecido nadie.

Los ojos se afilaron y las manos guardaron distancia, ocultas en un falso temblor. Un ánimo henchido decidió actuar a lo grande y echar el resto.

-Me temo que deberá esperar un poco, señor Kurt; quizá dentro de unos días encuentre algún alma más necesitada a quien sugerir tal oferta. Por ahora, un servidor dormirá como nunca con tres reinas y dos ases...

Uno a uno fueron descubriendo sus cartas, vencidos; hasta que el elegante bombín mostró su mano y se llevó, de un manotazo, las ilusiones invertidas por Jimmy.

-Quizás en otro momento, joven. Por muy bien que vayan las cosas, jamás debe ponerse todas las expectativas en una sola jugada; guarde siempre para otros frentes. Tendrá tiempo de pensar en ello si, finalmente, decide acudir al manantial. Déjeme, no obstante, invitarle a otra copa y a los costes de esta noche. Sea usted bienvenido al manantial de Rob.

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