lunes, 6 de enero de 2014

Anclando rejas

Desde las ventanas, a ambos lados de la puerta, dos conos solares muestran la estampida de diminutas partículas de polvo, despertadas por el ajetreo de tablas removidas, suelo cavado y barras ancladas al suelo. Dos camisas arremangadas con ritmo enérgico y respirar cansado, continúan sin pausa la tarea, postergando el poso del esfuerzo para cuando llegue el descanso.

-¿Ángel, cree que podríamos fijar los laterales en aquel hueco? -dijo Will mientras comprobaba la resistencia del hierro, ya limpio y liberado del óxido.

-Poderse, se puede... pero, no creo que vaya a servir de mucho...

-Tranquilo, solo tiene que aguantar tres o cuatro tirones fuertes; lo justo para vencer el primer impulso. Tras eso, todo el esfuerzo se canaliza en pensar otras formas de escapar.

-Dirá lo que quiera, sheriff, pero me sigue pareciendo algo flojo.

-En realidad, por muy resistente que sea el metal, por macizo que sea el ladrillo, el preso siempre ideará algún modo de salir. Es sencillo, él dispone de todo el tiempo del mundo para centrarse en un único objetivo; nosotros, en cambio, debemos seguir con nuestra vida.

-Pero, ¿cómo va a dejarlos ahí encerrados? ¿Acaso no lograrán escapar?

-Olvida usted que no se trata de llenar la celda, sino de que no llegue a entrar nadie. Cuando metes a un hombre entre rejas, sea culpable o no, lo estás transformando a él mismo y a todo cuanto le rodea. Hay algo extraño en ese proceso que puede extenderse como una corrupción y acabar afectando a todo el pueblo...



-¡Sáquelo de una vez, sheriff! ¡Saque a ese maldito hijo de puta!

-Están todos, Pat, hasta el viejo Angus y sus hombres.

El joven apartaba nervioso la tela una y otra vez, observando de refilón la calle abarrotada; vecinos, amigos, gentes de la ciudad y alrededores, se agolpaban frente a la oficina del sheriff. Llevaban en alto el cadáver de la joven muchacha, con las ropas aun rasgadas, los brazos amoratados y el cráneo hendido.

-Que no te vean Will, no hará sino empeorar las cosas. Aléjate de la ventana, ven y toma un poco de café; está frío y amargo, te devolverá la razón.

Tras los barrotes, un hombre permanecía acurrucado en un rincón de la celda; soportaba con ambas manos el peso inimaginable de una cabeza que no paraba de trabajar, con la mirada clavada en la salida imaginaria, oculta entre las tablas del suelo, ahogando cualquier sonido con la vana esperanza de desaparecer.

-Sheriff, no van a marcharse. Se quedarán ahí hasta que salgamos o nos hagan salir a la fuerza.

-Eso es algo que de momento no sabes, dales un poco más de tiempo. Es importante que no vean ningún movimiento; con un poco de suerte, recuperarán algo de lucidez y verán lo absurdo de la situación.

-¿Y si no se van? Dios, llevaban a la pobre Lucy en volandas como un macabro estandarte, sin importarles que estuviera muerta. No van a irse a no ser que les demos a ese tipo; joder Pat, yo tampoco lo haría, no me iría hasta conseguir que se hiciera justicia.

-Mantén la calma, William. De momento lo único que tienen ante ellos es una pared fría y oscura, puertas y ventanas cerradas y el más absoluto silencio. No les des un motivo para seguir ahí, es la única oportunidad que tenemos de evitar que empeoren las cosas. No olvides que no hay pruebas suficientes que incriminen a este tipo, y que es el juez quien debe decidir al respecto.

-De acuerdo Pat, tienes razón. Pero se trata de Angus, Joe, los O'doolan... ¡joder, me he criado con muchos de ellos! Salgamos afuera, nos escucharán...

-Olvídalo, ya no conoces a la gente que está ahí fuera; ellos necesitan sangre y son incapaces de atender a razones. Hay que esperar a que se calmen, solo entonces podremos salir y hablar con ellos. Cuando llegue el momento, saldremos con las armas enfundadas. Todo ha de hacerse con pose y palabra, ni se te ocurra sacar un arma y mucho menos disparar o desatarás algo de lo que te arrepentirás el resto de tu vida.

El joven camina nervioso a uno y otro lado de la habitación. El latido del reloj marca, lento, el transcurso del tiempo; una cadencia arrítmica que parece cesar definitivamente cada vez que consume un nuevo paso. El hombre del rincón se mantiene lejano, completamente inmóvil, ajeno a todo. El sheriff, permanece sentado, echando pequeños sorbos de café, con la mirada fija en la nada y la mente perdida en algún extraño recoveco. De afuera llega el murmullo de la muchedumbre que ondea continuamente recogiendo las voces para devolverlas embistiendo contra la puerta. Hasta que en uno de esos arranques, sendos objetos golpean la puerta y una piedra vuela hacia adentro junto a los fragmentos de cristal de una de las ventanas.

-¡Pat, voy hacia afuera!

-¡Aun no, Will!

El joven abrió la puerta de golpe, salió firme y observó de lleno la muchedumbre de caras emborronadas por el odio, esgrimiendo el cadáver de la joven Lucy en movimiento lánguido torpe y patético, indigno de su memoria. Marcó con la voz al viejo Angus y al mayor de los O'doolan, consiguiendo cierto control sobre el tumulto. Las palabras se cruzaban y el joven ayudante mantenía la situación, ganando algo de terreno.

El sheriff observaba desde el interior, veía la delicada trama de miradas y ademanes que extendía el joven Will y sabía que no era momento de irrumpir. Se mantuvo, no obstante, atento, preparado para cualquier imprevisto y analizó el combate: las retiradas de los contendientes hasta refugiarse en la multitud, para atacar de nuevo con el apoyo recibido; vio sorprendido que todo marchaba bien, que el oleaje perdía intensidad y era cuestión de tiempo que el mar volviera a la calma. Mas ocurrió algo, un movimiento mal entendido, una pequeña chispa en aquella pira seca que hizo que el ayudante echara mano al cinto y el cielo se prendiera fuego.

Se escuchó un golpe desesperado de culata, gritos, forcejeo, madera sobre carne, huesos molidos, dientes, sangre, un remolino de piernas y manos y un solo disparo al aire que abrió un ojo en el huracán, el tiempo justo para que el sheriff, con el revólver aun humeando, comprendiera que no habría otra salida. Se deshizo la pausa y antes de que la masa volviera a la carga, dos disparos más retumbaron en la noche: el viejo Angus y Mark O'Doolan cayeron fríos sobre el suelo. El silenció congeló el aire, las antorchas perdieron luz, la masa se desmembró y el cadáver de la pobre Lucy encontró por fin el camino de vuelta a la tierra.

Al día siguiente, todos acudieron a sus quehaceres como si nada hubiera ocurrido; cada uno enterró lo suyo en la más absoluta intimidad y creyeron encontrar alivio cuando aceptaron la dimisión del sheriff Pat, las heridas del joven Will quedaron curadas y, tiempo después, apareció el verdadero asesino de la pobre Lucy, dejando todo en su sitio.

...

-Créame Ángel, cuanto menos tiempo debamos tener un preso aquí, mucho mejor.

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