lunes, 13 de enero de 2014

Bad Jimmy (6)

Oculto entre las montañas, en lo más profundo del denso follaje, existe un lugar donde los árboles se detienen, la roca se quiebra y la tierra se pliega ante la majestad del agua. Uno de los pocos espacios donde las cavernas vierten su savia y la calma emula al cielo. Es allí donde un hombre camina por la frontera nevada, observado atentamente por su reflejo.

-Un poco más adelante, joven. Justo al lado de aquellas rocas.

-Señor Kurt, sé que lleva mucho tiempo con esto, pero... ¿no sería mejor recogerla en esta zona? Al fin y al cabo el agua es la misma y no hay capa de hielo.

-La verdad es que no. ¿Ve esas plantas? Ellas ofrecen parte de las extraordinarias propiedades del producto. Por cierto, debe darse prisa, debemos acabar antes de que amanezca, porque con el sol...

-ya, ya... el producto pierde parte de sus extraordinarias propiedades.

-¡Exacto! Veo que va aprendiendo los entresijos del negocio. No tenga miedo a entrar en el agua, las condiciones óptimas se encuentran a una braza de la orilla. Vaya con cuidado, sin remover el lecho, lo último que queremos es embotellar algo de fango. Acerque esas botellas lo máximo posible. Ah, y no olvide poner alguna placa de hielo para mantenerlas frescas.

-Amén. ¿Sabe? Ahora mismo no hago más que pensar en volver junto a la chimenea, quitarme esta ropa empapada y tomar un buen caldo.

-Paciencia, ya queda menos. Está haciendo un buen trabajo, debo decirle que pocos han demostrado la misma destreza; normalmente enfangan el agua tras la primera caja. Un cuerpo joven y fuerte como el suyo, merecería algo más que rescoldos y caldo tras una dura jornada de trabajo.

-Créame, eso es lo único que necesito ahora mismo.

-Y qué me dice de la muchacha...

-¿Qué pasa con ella? Apenas la vi un momento.

-Vamos, Jimmy, su rostro aun no ha dejado de ser honesto, pudo verse claramente el interés que despierta en usted.

-No creo que el señor Rob consintiera...

-Rob la tiene en gran estima, sin duda; se ha hecho cargo de ella desde que la encontrara entre las nieves del bosque. No obstante, siempre podría llegarse a algún tipo de acuerdo, ya me entiende...

-¿Está usted hablando de pagar?

-No por ella, por supuesto, no es de ese tipo de mujeres, sé de buena tinta que también está interesada en usted; digamos más bien que se trata de calmar la conciencia de su tutor. La vida aquí es dura, siempre con la incertidumbre del mañana; un dinero extra puede suponer la diferencia entre seguir adelante y la tumba. Pero, no decida nada ahora, continúe con su labor, queda poco para que amanezca; ya hablaremos de ello a la vuelta.

Desandaron la fina senda con los primeros rayos del sol. Jimmy tiraba del estrecho carro, empapado, al son del repiqueteo vidrioso. Kurt caminaba delante, con una gruesa pelliza sobre su traje impoluto y el bombín moteado de blanco; tejía, entre hilos de humo, las bondades del reposo, la tibieza del hogar y la calidez del ánimo recompensado al obtener aquello que se considera fuera de alcance. Dicho lo cual, lanzó hacia atrás una bolsa con la cantidad ganada ese día.

Al llegar, le invitó a un trago “¡Por ti muchacho, excelente trabajador, buen cargamento has conseguido!”. La bebida siguió fluyendo, bien presente durante la comida y con abundancia en la charla posterior. Jimmy se encontró cómodo, no recordaba la humedad ni los fríos de la intemperie; reía a carcajadas y se permitía ciertas familiaridades con el resto de tertulianos. Más de una copa corrió de su cuenta, en sincero agradecimiento por el buen rato que estaba pasando. Sus ojos chispearon ilusionados al notar la cortina moviéndose tras él. Se giró y pudo verla durante un segundo, el tiempo justo para adivinar el contorno firme sobre el que se posaba la fina tela que la vestía. Sin pensarlo dos veces, pasó la bolsa a su compañero de juerga: “Coge lo que haga falta, Kurt”. El bombín tomó el dinero y sonrió satisfecho.

El frío de la habitación le arrebató parte de la embriaguez, se tapó algo nervioso ante la espera. Violet, nunca le habló de aquello. Tras tanto tiempo huyendo, matando, soñando si detener la bala que lo inició todo, se había olvidado de vivir.

La vio entrar, iluminada por la tenue luz de una vela; una criatura enigmática y salvaje, esculpida en el hielo. Ella le observó, distante, desde arriba, con una sonrisa traviesa armada en el rostro. Llevándose uno de sus dedos a los labios, invocó silencio; siseó algo, crepitando levemente, marcando las pautas de su hechizo y lo atrajo a la calidez interna. El nuevo medio le devolvió el valor, tonificó músculos y el ímpetu alzó la voz hasta que el humano fue exiliado y el instinto clavó sus garras desdeñando toda idea de tiempo.

Se quedó junto a él, grácil, cálida, acurrucada; con aquellos grandes ojos entrecerrados. Respiraba lentamente, como en trance, y acercaba su espalda en busca de abrigo y calor. “Vayámonos...”, musitó. Surgió de su boca como una fina hebra, involuntaria, que permaneció suspendida en la habitación, deambulando entre lo no escuchado y lo atendido con ávido interés. Fue lo último que sonó antes de que el sueño se los llevara.

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