La tormenta ha cesado. Un hombre retiene en su cuerpo la mueca inútil de aferrarse a una mesa ya tumbada, otro derrama la mitad superior de su cuerpo sobre la barra con los brazos a merced de la gravedad, mientras un último descansa en el suelo. Un poco más allá, tras la barandilla, a mitad de la escalera, dos cuerpos yacen semidesnudos, entre ropas y botellas, sin retomar la guerra que no consiguieron acabar.
Pestañeó varias veces, pero el embotamiento seguía anclado a su cabeza. Miró a Jimmy y sonrió hasta que el latir del cráneo le devolvió a la borrosa realidad. Apartó con los pies las botellas hasta dar con los zapatos; bajó la falda y abrochó la blusa.
-Jimmy... Jimmy, despierta. Se ha hecho demasiado tarde.
Jimmy abrió los ojos e intentó levantarse hasta que un fuerte mareo le convenció de esperar. Aún tenía una botella en la mano y el regusto acartonado en la garganta, cuando una voz conocida irrumpió en el saloon desde afuera.
-¡Jimmy! ¡Soy el sheriff Blackwell; voy a entrar!
-Sheri... -intentó responderle pero el estruendo interno de su cabeza le obligó a guardar silencio.
-No voy solo, Jimmy: me acompañan Charlie, Fred y el viejo Dave. No hagas tonterías, esta vez solo se trata de hablar.
Jimmy se giró para echar un vistazo a Lily, pero esta ya se había incorporado y se dirigía hacia una de las habitaciones. Él se limitó a subirse los pantalones y buscar a tientas el revólver, mientras vigilaba a través de la barandilla.
-Igual que en Daisytown, Blackwell, allí también hablamos... de 38s y 44s. Ya me conozco tus pactos.
Desde afuera, el sheriff hizo señas a sus ayudantes: dos vigilarían tras las ventanas y el viejo Dave se mantendría a distancia con el rifle afilado como un ángel guardián.
-Esta vez es distinto, Jimmy; entro.
Apartó la puerta con ambas manos; el chirrido acompañó al primer paso y uno de los cuerpos abrió los ojos. El sheriff levantó las manos mostrando el chaleco negro con motivos en plata y el cinturón vacío.
-Voy desarmado, caballeros.
Los muertos vivientes desterraron el alcohol y buscaron el arma para acabar con el cabrón que los había ido cazando durante años.
Charlie y Fred hicieron su trabajo tras las ventanas. El del suelo cayó antes de poder empuñar el revólver; el de la mesa consiguió enviar una bala un par de metros más allá del blanco, antes de que dos proyectiles atravesasen su pecho; el tipo de la barra se incorporó todo lo rápido que pudo justo antes de que los nudillos del sheriff le devolvieran a su posición inicial. Jimmy dio con el revólver y se dispuso a cargarlo.
-Quieto Jimmy, ni lo intentes. El viejo Dave está apuntándote; ya sabes como se las gasta.
Jimmy dejó a un lado el revólver, lo suficientemente cerca como para cogerlo en caso de que no hubiera otra salida.
-Así que los hermanos Crabbs; ya veo que sabes rodearte de lo peor de...
No pudo acabar la frase, dos chasquidos le obligaron a mirar escaleras arriba, hacia una de las habitaciones desde donde Lily apuntaba con el cañón doble de una escopeta.
-Hola Blackwell, dos a dos. Si Dave roza el gatillo, ten por seguro que me romperé el hombro para volarte esa cabezota.
-¡Lilly! A estas alturas te hacía viviendo entre mesas de juego, perdida en el opio y aguantando las fofas embestidas de algún viejo ricachón. Siempre te gustó la buena vida.
-Sigue así y 12 postas en tu boca solucionarán más de un problema.
-De acuerdo chicos. Vosotros ganáis, puedo dar media vuelta e irme por donde he venido, pero no olvidéis que nosotros somos cuatro y no tenéis salida. Lo más inteligente será que hablemos de una vez.
-¡Habla entonces, maldito estirado, antes de que la resaca me haga vomitar!
-Tranquilo, no hay demasiado que decir. ¿Recuerdas a Jules K. Davis, el que os la jugó en aquel tren? Ha ganado cierta fama y a día de hoy no hay nadie que quiera ir tras él.
Blackwell le acercó un papel con el retrato de un tipo de rostro afilado, ojos grandes saltones y mirada inquieta que estremecía tan solo con verla.
-Buen trabajo el del ilustrador. Y una locura ir tras Jules.
-No irás solo, yo te acompañaré, cincuenta por ciento de lo que saquemos; puedes llevar a tu mujer contigo.
-Iré adonde y con quien me plazca, Blackwell; y no necesito el permiso de nadie. Si voy, quiero mi parte, exactamente igual a la vuestra.
-Cualquiera contradice a tan delicada señorita, escopeta en mano. ¿Qué dices, Jimmy, seremos tres?
-Cada vez que te veo, me arrepiento... Sea, Blackwell, es difícil decir que no a tantos ceros.
-Decidido, “compañeros”, daos un baño y arreglaos un poco; salimos en una hora.
Pestañeó varias veces, pero el embotamiento seguía anclado a su cabeza. Miró a Jimmy y sonrió hasta que el latir del cráneo le devolvió a la borrosa realidad. Apartó con los pies las botellas hasta dar con los zapatos; bajó la falda y abrochó la blusa.
-Jimmy... Jimmy, despierta. Se ha hecho demasiado tarde.
Jimmy abrió los ojos e intentó levantarse hasta que un fuerte mareo le convenció de esperar. Aún tenía una botella en la mano y el regusto acartonado en la garganta, cuando una voz conocida irrumpió en el saloon desde afuera.
-¡Jimmy! ¡Soy el sheriff Blackwell; voy a entrar!
-Sheri... -intentó responderle pero el estruendo interno de su cabeza le obligó a guardar silencio.
-No voy solo, Jimmy: me acompañan Charlie, Fred y el viejo Dave. No hagas tonterías, esta vez solo se trata de hablar.
Jimmy se giró para echar un vistazo a Lily, pero esta ya se había incorporado y se dirigía hacia una de las habitaciones. Él se limitó a subirse los pantalones y buscar a tientas el revólver, mientras vigilaba a través de la barandilla.
-Igual que en Daisytown, Blackwell, allí también hablamos... de 38s y 44s. Ya me conozco tus pactos.
Desde afuera, el sheriff hizo señas a sus ayudantes: dos vigilarían tras las ventanas y el viejo Dave se mantendría a distancia con el rifle afilado como un ángel guardián.
-Esta vez es distinto, Jimmy; entro.
Apartó la puerta con ambas manos; el chirrido acompañó al primer paso y uno de los cuerpos abrió los ojos. El sheriff levantó las manos mostrando el chaleco negro con motivos en plata y el cinturón vacío.
-Voy desarmado, caballeros.
Los muertos vivientes desterraron el alcohol y buscaron el arma para acabar con el cabrón que los había ido cazando durante años.
Charlie y Fred hicieron su trabajo tras las ventanas. El del suelo cayó antes de poder empuñar el revólver; el de la mesa consiguió enviar una bala un par de metros más allá del blanco, antes de que dos proyectiles atravesasen su pecho; el tipo de la barra se incorporó todo lo rápido que pudo justo antes de que los nudillos del sheriff le devolvieran a su posición inicial. Jimmy dio con el revólver y se dispuso a cargarlo.
-Quieto Jimmy, ni lo intentes. El viejo Dave está apuntándote; ya sabes como se las gasta.
Jimmy dejó a un lado el revólver, lo suficientemente cerca como para cogerlo en caso de que no hubiera otra salida.
-Así que los hermanos Crabbs; ya veo que sabes rodearte de lo peor de...
No pudo acabar la frase, dos chasquidos le obligaron a mirar escaleras arriba, hacia una de las habitaciones desde donde Lily apuntaba con el cañón doble de una escopeta.
-Hola Blackwell, dos a dos. Si Dave roza el gatillo, ten por seguro que me romperé el hombro para volarte esa cabezota.
-¡Lilly! A estas alturas te hacía viviendo entre mesas de juego, perdida en el opio y aguantando las fofas embestidas de algún viejo ricachón. Siempre te gustó la buena vida.
-Sigue así y 12 postas en tu boca solucionarán más de un problema.
-De acuerdo chicos. Vosotros ganáis, puedo dar media vuelta e irme por donde he venido, pero no olvidéis que nosotros somos cuatro y no tenéis salida. Lo más inteligente será que hablemos de una vez.
-¡Habla entonces, maldito estirado, antes de que la resaca me haga vomitar!
-Tranquilo, no hay demasiado que decir. ¿Recuerdas a Jules K. Davis, el que os la jugó en aquel tren? Ha ganado cierta fama y a día de hoy no hay nadie que quiera ir tras él.
Blackwell le acercó un papel con el retrato de un tipo de rostro afilado, ojos grandes saltones y mirada inquieta que estremecía tan solo con verla.
-Buen trabajo el del ilustrador. Y una locura ir tras Jules.
-No irás solo, yo te acompañaré, cincuenta por ciento de lo que saquemos; puedes llevar a tu mujer contigo.
-Iré adonde y con quien me plazca, Blackwell; y no necesito el permiso de nadie. Si voy, quiero mi parte, exactamente igual a la vuestra.
-Cualquiera contradice a tan delicada señorita, escopeta en mano. ¿Qué dices, Jimmy, seremos tres?
-Cada vez que te veo, me arrepiento... Sea, Blackwell, es difícil decir que no a tantos ceros.
-Decidido, “compañeros”, daos un baño y arreglaos un poco; salimos en una hora.
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