lunes, 5 de mayo de 2014

Decisiones

Un caballo recupera el resuello junto al saloon, calma su sed rompiendo el espejo líquido del abrevadero, ignorando las voces fraguadas en el interior del local. Preguntas, respuestas, asentimientos y negaciones; tonos ariscos, desesperanzados, vengativos, tranquilizadores y quebradizos; dudas, en definitiva, rebotando alocadamente entre techo y paredes, con la esperanza de encontrar el acuerdo.

-...¿Pactar con esos salvajes? ¿Nos hemos vuelto locos o qué?

-Os lo cuento tal y como lo he visto. Viven en un campamento, alimentándose de lo que cazan y recolectan, nada de pueblos ni ciudades. Es la mejor forma de mantener ese agua fuera del alcance de la civilización.

-Amigos, parece que el señor Edgar tiene razón. Si algún otro erigiera una ciudad allí, sería una amenaza para nuestros intereses. Dejémosles, pues, vivir como salvajes si eso es lo que quieren y que siga oculto ese grial.

-¡No sabéis lo que decís! ¿Ya nadie recuerda lo que significa pactar con una tribu india? Se trata de hablar con su jefe, ni más ni menos; cuando este cambie, nadie podrá asegurar que cumplan su palabra.

-Mirad, yo solo os digo que esa gente vive al margen. Más nos vale tener esos vecinos que no otros llegados de las ciudades. Pensad cuando las diligencias cargadas sean algo común, en la sucia lucha que despertará la gente con dinero; ¿no os resulta familiar? ¿no es alejándoos de eso por lo que vinisteis al fin del mundo?

-¡Y yo digo que solo aceptaré un trato con esos indios cuando toda la maldita tribu haya perdido uno de sus brazos!

-Ángel, entiendo tu posición, pero no creas que será mejor pactar con los otros. Puede parecer que los acuerdos con aquellos sean más duraderos, por la seguridad que ofrece el papel escrito, pero en verdad nada harán por ti, ni agradecerán tu ayuda cuando el tiempo y las necesidades vuelvan egoísta su memoria. Recuerda por qué llegaste y no lo olvides, es la única manera de no reproducir aquello que abandonaste.

-Aunque lo olvidara todo, aunque fingiera ignorar los golpes en mi brazo, ¿qué pasará cuando los viajeros hablen? ¿No esperaréis que no cuenten lo que les ha pasado, no? Entonces tendremos aquí a una partida de voluntarios con más ganas de apretar gatillo que de comprender estrategias. Y si la cosa se pone fea, ya podemos ir pensando dónde alojar al ejército cuando llegue; ahí sí que se acabarán los indios y nosotros mismos si no nos apartamos a tiempo.

-Nadie sabe de la existencia de la tribu y así debe seguir siendo. Al fin y al cabo solo se trata del ataque fortuito de cierto grupo rebelde escapado de una reserva; apenas seis o siete individuos que huían hacia el sur con más rabia que probabilidades de éxito. De nosotros depende que continúe todo igual.

DeLoyd soltó las últimas palabras y quedó en silencio, sorprendido en parte por cómo había cambiado todo desde que comenzaran esa alocada empresa; cada vez veía más distantes aquellos hombres trajeados que, heridos por su forma de vida, invocaban la paz en ropas elegantes, casas ordenadas al detalle y  accesorios lujosos atesorados con alma de urraca.  Se acordó de Jeb, el progenitor, y sonrió al advertir cierta intención en todo aquello; “al final va a resultar que el idiota sabía lo que se hacía” se dijo para sí mismo.

El resto mantuvo el silencio, asimilando cuanto se había dicho; parecía no haber mejor salida que la expuesta. Y todas las miradas se dirigieron hacia Ángel, quien pasaba, pensativo, su mano por el muñón de su brazo derecho; sabían que nadie tenía más razones que él para negarse.

-Bien, si todos estáis de acuerdo, así se hará. Pero como haya un solo ataque, como vea una sola flecha volar hacia mi diligencia, yo mismo pienso prender fuego a toda la maldita tribu y os quiero ver a mi lado. Así que, Edgar, dile a esos pieles rojas que se estén quietecitos, que nadie tocará su pueblo.

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