lunes, 8 de septiembre de 2014

Una noche


La vasta explanada se extiende hasta fundirse en el horizonte con un cielo salpicado de millares de estrellas: luz tenue que otorga paz e intimidad. Una suave brisa sobrevuela la superficie, rozando el aroma de las plantas silvestres, pasando, sinuosa, entre las rocas pulidas que asoman del suelo. Y allá en un punto, junto a la única pared escarpada de la zona, tres figuras y un carro, yacen serenas y pacientes.

En realidad nada ocurrió aquella noche. Ni One, ni Lily, ni el Dr. Well se enfrentaron a ningún problema, enfermedad, ni mala suerte; no hubo encuentros, ni peligro, ni quedó suspendido estallido acre en el aire; no afloraron tensiones latentes, no se cumplieron amenazas, ni se regó la tierra con sangre.

Tumbados boca arriba, con las cabezas juntas y el cielo de frente, se pasaron la botella y recordaron lo vivido desde otro punto más lejano, confortable, distante. Las voces se oían quedas, cavernosas, internas, pero cercanas y presentes. Se habló del valor, del honor y del compromiso, de sus muchas facetas y de las interpretaciones que de ellos mismos tenía la gente. Se habló de cosas grandes, que solo en ciertos instantes brotan; cosas cuya trascendencia no siempre puede verse.

Y así estuvieron, como si la vida les hubiera juntado en el primer latido, lejos de la atmósfera irrespirable, el abrasador sol incandescente y el cansancio adherido, alimentado por noches sin tregua. Lejos de la sangre caliente, la pesadez y el coste abrumador de lo más insignificante. Lejos del légamo pegajoso que cubría la piel y anulaba las fuerzas. Lejos de toda rencilla o traición, todo pesar y rencor, toda densa niebla que invocaba la sed y embotaba la mente.

Y, allí echados, hablaron desde las entrañas, sin modulaciones, ni pensamientos tallados, ni convenios abstractos para hablar con corrección. Fijos en el infinito, dejaron que el frescor de la brisa arrastrara sus palabras, de forma natural y relajada, a salvo de la necesidad de dinero, venganza o gloria y comprendieron, por un segundo, mecidos en el aire, que nada necesitaban; tan solo un rato más de cielo solemne, de exiliar la memoria y perderse.

Y uno se preguntó en voz alta, "¿A dónde ha ido todo el seco pesar, el calor asfixiante de lo ocurrido y el polvo terroso de la desidia?" La respuesta era fácil, tan simple como que el ser humano está conectado al mundo en el que vive... 

Tras meditarlo, se contesto a sí mismo... “Ha sido la lluvia, ella se lo ha llevado por delante”.

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