lunes, 16 de marzo de 2015

Cuentas pendientes


La noche engulle el páramo infinito, mientras los ojos caen en la trampa solitaria de las luces de un pueblo. Dos faroles iluminan el edificio rectangular de dos pisos y puertas abatibles. De abajo surgen humo, risas y voces; arriba, entre cortinas, alguna silueta desprende sus ropas, mostrando sombras de mercancía con cadencia carnal de goce y disfrute caro. El pasen y beban, coman y folguen; aprovechen el tiempo, pues es para disfrutarlo.


Apoyó su mano huesuda en una de las puertas y empujó la otra con la empuñadura de su bastón. El murmulló no cesó, la música continuaba y los parroquianos seguían rodeando a un tipo espigado de sombrero recto, ancha mandíbula angulosa y porte severo. 

Estaba en pie, apoyando una de sus botas en el taburete del pianista y seguía narrando con voz cavernosa entre ademanes sutiles y la atención del público. Echó una mirada fugaz a Moodley, apenas un segundo, antes de continuar su charla. Nadie pareció advertirlo.

Moodley se acercó a una de las mesas, sin dejar de mirar a aquel tipo y captó un par de miradas fugaces más. Apartó la silla, tomó asiento y alzó el bastón buscando la atención del barman. Este le dijo algo, pero ante la impasividad de Moodley, el hombre se acercó a regañadientes.

-Le digo caballero, que aquí es costumbre pedir en barra. Luego usted ya se lleva lo que quiera a la mesa.

Bajó el bastón, apoyó su mano derecha sobre él, cerrando levemente el puño. Ladeó un poco la cabeza y, con una amplia sonrisa, sacó un par de monedas de su bolsillo izquierdo. 

-Ahora que está usted aquí ya no es necesario. Un bourbon por favor.

La queja asomó en el rostro, mas el brillo dorado tornó toda amargura en sincero agradecimiento; una leve reverencia brotó, involuntaria, y varios ofrecimientos surgieron de sus labios, antes de marcharse con ligero trote alegre, para regresar con la mejor bebida del lugar.

Moodley bebió a pequeños sorbos, paladeando las espirales de matices, hasta que encontró el momento adecuado. Entonces, dejó a un lado el vaso y, alzando la voz, se dirigió al narrador.

-Así que es usted Frank Rellim.

El narrador intentó ignorarlo, pero los parroquianos comenzaron a desviar su atención. 

-El mismo -contestó obligado- y tú, ¿quién eres?

-Puede llamarme Ernest P. Moodley.

-Pues bien, Ernnie, si quieres puedes quedarte aquí a escuchar con el resto. Sino, no interrumpas más.

-No hay nada que no haya escuchado ya. Conozco todas sus andanzas. Admiro su entereza, su fuerza y la naturalidad con que trata la violencia, nada desagradable ni sucio; trabajos honestos de un alma sincera y decidida. Un historial impecable, salvo por un asunto...

-Mira Ernnie, no tengo ni idea de qué estás hablando, pero si no quieres tener un problema será mejor que te expliques o calles de una vez.

-Hablo de un asunto que dejó pendiente en este pueblo... dicen que se le escapó una estrella.

Frank quitó el pie del taburete, apartó los faldones de su chaqueta y puso las manos en la cintura, dejando a la vista un par de revólveres de empuñadura de nácar con la cabeza de un lobo grabada en ellas. Los parroquianos se apartaron dejando paso libre entre Rellim y Moodley, quien, sin inmutarse seguía sentado.

-Déjate de mierdas y habla claro. Si hablas del sheriff Nake, se marchó. Huyó antes de que yo llegara.

-No acostumbro a dar nombres. Pero tengo entendido que en el asunto del que le hablo, usted no estaba solo; no así como su oponente, quien, pese a requerir la ayuda de las buenas gentes de este pueblo, no obtuvo el más mínimo apoyo.

Se escuchó un silencio incómodo, hubo miradas furtivas, quejas retenidas y rostros avergonzados.

-Éramos tres, pero yo solo hubiera bastado; contra él y contra cualquier señoritingo que se las dé de listo.

-Por favor, no se enfurezca. En mí no tiene a un adversario, no tendría ninguna oportunidad; sino a un admirador. Yo solo vengo a defenderle, pues la gente habla y dice que ya no hay sangre en esas venas, que las copas y alabanzas lo han domesticado y que ya no recuerda el olor de la pólvora, ni el latido del peligro haciéndole sentir vivo. Hay quien dice que cuando dejó a medias ese asunto, algo cambió en usted.

-Eso son tonterías. Nake huyó como el cobarde que era, y fui yo quien me quedé en su pueblo.

-Aun así, las amenazas incumplidas pesan en almas tan bravas como la suya, ¿no es cierto? ¿Cómo no fue tras él?

Frank se quedó sorprendido, sin saber que responder. Miró a su alrededor y soltó una carcajada, fuerte, que inundó la sala. El trueno tuvo su efecto y mandó al infierno toda tensión.

-¿Y perseguirle por todo este condenado país? ¡Estás loco, Ernnie! No pienso gastar ni un centavo en ese asunto.

-Eso tiene fácil solución...

Moodley buscó en los bolsillos de su chaqueta y sacó unas bolsas que al caer golpearon fuerte en la madera.

-Oro de una de mis minas y la dirección de ese asunto del que le hablaba. Le dije que venía a ayudarle. ¿Qué me dice ahora?

Frank observó las bolsas y a los parroquianos. Miró hacia el sitio en el que día tras día pasaba las horas, ahogadas en alcohol, contando su vida; una y otra vez, caído en un cepo abandonado por Will Nake y que él solo se había puesto, el día que aceptó quedarse allí. Sintió la vergüenza de la domesticación, la añoranza del riesgo y algo de entre sus entrañas pronunció un claro “De acuerdo”.

En aquel momento se abrieron las puertas y una silueta con brillo en el pecho entró, escopeta en mano. Tras él, uno de los parroquianos caminaba tímido y cabizbajo.

-Está bien. Frank, ¿qué pasa aquí?

-Hola sheriff, aquí Ernnie y yo estábamos hablando de negocios, nada que deba preocuparte.

-Sabes que no quiero problemas en este pueblo. Cualquier asunto que tengas que arreglar, hazlo fuera.

-De eso mismo hablábamos, sheriff, de eso mismo.

Moodley se levantó y tocó el ala de su sombrero al pasar junto al joven sheriff. Una vez ya en el porche, se paró y, antes de continuar, se giró un momento.

-Ah, esta vez estará más que justificado que viaje en compañía. Su amigo ha encontrado a gente más dispuesta que la presente. Vaya preparándolo todo, tendrá noticias mías en breve.

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