lunes, 23 de marzo de 2015

Señuelos

Fango, hierbas, rocas y tierra. Agua corriendo entre árboles y peñas. Llueve a cántaros, el viento azota y cruje bronco el cielo entre relámpagos. Los caballos relinchan, la madera rechina, las ruedas cortan los charcos, el conductor grita y el pasajero, a resguardo, observa atento y apunta. Cuatro jinetes sombríos, de gatillo fácil y orgullo herido, dieciséis pezuñas que arrancan el barro y cabalgan a todo galope por el perfil de la montaña.

Well sacudía las riendas y alzaba su voz por encima de los truenos. Notaba el calor del licor evaporándose en su cuerpo, en el sudor acumulado y en las bocanadas de humo exhaladas con cada grito. Con el cuero bien firme en la mano, clavaba la vista en el camino, vigilando el agua que caía por la ladera a su izquierda y que saltaba al vacío por su derecha. Atento a cualquier charco o acumulación de fango, tirando de los caballos en el momento preciso para dejarlos libres segundos después. Siempre más rápido, pensando solo en la próxima curva, en cómo alcanzar la distancia haciendo frente al siguiente obstáculo.

Jimmy aguardaba detrás, medio a cubierto tras la mitad inferior de la puerta trasera, con el revólver amartillado en mano, intentando aunarse con el vaivén y el traqueteo. Sentía el choque del frío húmedo del exterior contra el abrasador latir de la sangre y los nervios erizados manteniendo el cuerpo preparado para la acción. 

Los jinetes se acercaban, aullando; sus bestias babeaban y resoplaban con los ojos inyectados en sangre. Apenas podían distinguirse sus caras, amasijos de pelo y carne enmarañados, sombreros caídos ante el peso del agua, filas amarillentas de dientes y ojos hundidos tras la lluvia y la sombra. El primero de ellos se enderezó sobre la silla, soltó una de sus manos de las riendas y comenzó a desenfundar mientras el pulgar presionaba el percutor. Jimmy lo vio y no esperó más, dirigió el cañón y una de las ruedas tropezó con una piedra mandando la mitad del carro al aire y el proyectil a unos centímetros de su destino; no sabía adónde había dado, pero había visto sangre.

El carro volvió al suelo y fueron las otras ruedas quienes saltaron. Well corrigió el desequilibrio y el siguiente vaivén, hasta que volvió a la frágil estabilidad del acelerado ritmo de la carrera. Girándose solo un poco, sin liberar la atención del camino, habló con fuerza para que Jimmy le oyera.

-¡Tenga cuidado, los queremos vivos!

-¡Iba a dispararle cerca, sin darle, para que mantuviera la distancia. Había desenfundado!

-¡No se preocupe, Jimmy, ellos deben estar atentos al camino, a su animal y al arma que empuñen! ¡Demasiados frentes para apuntar con eficacia! ¡Usted en cambio solo tiene que apuntar y mantenerlos lo suficientemente alejados!

El viento llevaba las gotas a su cara; Well resoplaba expulsando el agua rota. Una nueva curva se acercaba con fango caldoso y un par de raíces de corteza mojada y resbaladiza. Dejó de hablar, tiró de las riendas y se dispuso a abordarla asegurando el paso de las ruedas.

Los jinetes habían aflojado un poco, se reagruparon para asegurarse de que su compañero estaba bien. Este fue el primero en azuzar de nuevo al caballo, tenía un brazo manchado, herida en el hombro de seguro molesta, pero indolora mientras el cuerpo siguiera en guerra.

La curva se acercaba y el carro aminoró parcialmente la marcha. Los jinetes volvían de nuevo a la carga y aullaban hambrientos de heridas y sangre. Jimmy disparó un par de veces, manteniendo la distancia. Entró el carro en la curva y restallaron de nuevo las riendas, ambas ruedas toparon con las raíces y, con el salto, un tercer disparo acabó en el cielo.

-¡No me preocuparé si dejas de dar esos botes, maldito viejo!

Continuó el chasquido del cuero y el retumbar ya ronco de la voz del guía, exigiendo a los cascos un nuevo esfuerzo. Atrás, los jinetes llegaban a la curva, espolearon a sus bestias y sobrevolaron el fango: un par saltaron las raíces, otro las cruzó con destreza y el último juntó herradura y corteza y resbaló la pata, perdió el equilibrio y animal y jinete saltaron con el agua hacia el abismo.

-¡Doc, hemos perdido uno!

-¿Cuál?

-¡El pinto! ¡Ha caído en la curva!

-¡Importan los otros! ¡Guarda  la distancia, pero mantén el hambre de caza!

Venas de luz surgieron del gris oscuro y, con el retumbar de truenos, algunos fogonazos brotaron de entre los jinetes. Los plomos volaron cerca pero ignoraron al blanco.

-¿Dónde está Lily?

-¡Ya queda poco! ¡Desde aquí puedo oler su níveo cabello, su grácil cuerpo y el tono dulzón de...!

Jimmy pestañeó tres índices y dos pulgares y las balas silbaron entre los jinetes que aminoraron lo suficiente para saberse intactos y lanzarse de nuevo al ataque.

-¡Déjate de idioteces, no vaya a errar de nuevo un tiro!

-¡Vamos, Jimmy, un poco de alegría! ¡Grite, libere el ansia! ¡Sea uno con la tormenta, que la lluvia limpie su rostro, refresque su mente y aclare las ideas; que los relámpagos carguen su alma y los truenos muevan sus entrañas! ¡Viva, joven Jimmy, viva lo intenso del momento y estalle si es necesario, que tiempo habrá para la calma!

-¡De acuerdo, maldito borracho, yo grito y me acuerdo de los muertos del mundo, pero no deje de darle a las riendas que las balas se acaban y estos se acercan!

La pendiente disminuía; las últimas curvas hicieron patinar al carro ligeramente, pero Well parecía estar por encima de todo; borracho como una cuba, reía como un loco, por encima del bramido celestial, mientras cruzaba los últimos metros. Cuando pasó el punto indicado sus ojos sabían a dónde encontrar a Lily, al sheriff y a la partida que habían formado. 

Jimmy concentró las últimas balas y los jinetes aminoraron lo suficiente como para que Lily y el sheriff pudieran hacerse con ellos.

Well se puso en pie en el banco del carro y abrió ambos brazos en cruz a la vez que gritaba a pleno pulmón “¡Lo conseguimos, joven Jimmy!, ¡maldita sea, aquí llegan los últimos canallas!”. Tras eso, un chasquido surgió de su garganta y la afonía se apoderó de él.

Llegó el reparto. Wilbur y los McKenzie. El sheriff puso los carteles sobre la mesa y los números sumaron una cantidad más que sugerente.

-Bien doctor, tal y como acordamos, aquí tiene una carta de recomendación para su amigo, a nombre de Jimmy One. Viendo las capturas realizadas hasta yo mismo le ofrecería un puesto si no estuviera debidamente ocupado.

Jimmy asintió agradecido y echó un vistazo a Lily, quien sonreía feliz pensando ya en un lugar al que poder llamar casa.

-Y aquí tiene el indulto. Sepa que sigue sin parecerme del todo bien, pero debo reconocer que ha hecho un servicio a la comunidad y que este dinero, junto con la otra donación acordada, será debidamente utilizado. Bienvenido, pues, de nuevo a la sociedad, señor Well.

Jimmy quedó estupefacto viendo cómo el dinero de la recompensa y las bolsas cedidas por Well se perdían en los cajones del sheriff. El mismo fantasma en la garganta tenía Lily, que enmudeció mientras el Dr. Well se apresuraba a dar las gracias al sheriff y conducía a las dos figuras rígidas hacia el carro.

Cuando Jimmy intentó hablar, Well le dio el papel de demanda de un ayudante de sheriff para Canatia. Este miró a Lily y subió, blanco, al carro; con el papel arrugado en la mano y la cara desencajada. Well, pese a su afonía, no dejaba de hablarles, de decirles lo bien que habían salido las cosas, el futuro que tenían por delante; que por fin se había actuado correctamente y que tenían suerte de haber vivido una experiencia así y seguir en la tierra para contarlo. Sacudió las riendas y dio la voz de marcha, para después continuar explicando las posibilidades que se abrían ante ellos, una vida de paz y tranquilidad, donde recordar todas estas aventuras vividas al amparo de la noche y las estrellas... una charla continua llena de hermandad y amistad, de valores y futuro, que intentaba, por todos los medios, desterrar al rincón más lejano el asunto del dinero. Utilizó todo su repertorio y lo más granado de sus capacidades, mas cuando al fin hubo acabado y dejó un momento de respiro, a una joven albina le hirvió la sangre.

-¡Diez mil demonios rasguen tu carne, maldito borracho hijo de un cadáver, viejo decrépito de lengua floja! ¡Sigues vivo porque ni la soga quiere tocar tu cuello! ¡Vas a sufrir cada dólar que hemos perdido! ¡Pienso vaciar delante de ti hasta la última botella de ese maldito matarratas que bebes! ¡Quitaremos los caballos y tirarás tú del carro! ¡Quiero verte llorar oro! ¡Cada vez que pasemos hambre, cada sed que no se sacie, la pagarás mil veces! 

-Lily... -dijo Jimmy en un tono extrañamente calmado-.

Ella se giró con los ojos encendidos, el pelo erizado y con una voz aguda y fría, como filo de sable, contestó cortante:

-¿Qué!

-Allí debajo tienes la escopeta...

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