martes, 12 de noviembre de 2019

Marcas


Cuando abrió los ojos aún olía a piel quemada. El suelo frío bajo su espalda molida le recordó que seguía vivo.

Escupió y reconoció el sabor ferroso de la sangre. Se incorporó, nada roto, solo dolor al pensar siquiera en moverse.

Recogió el bordón del suelo, aún de una pieza, y registró la marca pintada en las paredes de metal. La misma que le había despertado la curiosidad y por la que por poco pierde la vida. Revisó el lugar, sin lograr entender nada; en cuanto pudo asegurarse de que realmente todo había quedado destruido, salió.

Al llegar al verde y el sol, dio media vuelta y miró por última vez aquel sitio: una triste edificación que ningún sistema de exploración habría catalogado como interesante. Fue su olfato el que le hizo detenerse y aquella marca, un círculo con cinco aspas en el borde, grabada en uno de los laterales de la entrada la que le obligó a entrar.

Techo bajo, suelo roto y paredes demacradas, unas escaleras estrechas que bajan a lo que parece un simple sótano. Entonces, ¡eureka!, allí abajo uno de los portones metálicos que permanece abierto, con el panel hecho trizas.

Al entrar, el estado de las máquinas mostraba que los extractores ya habían hecho su faena. Y aún así, su olfato seguía captando aquel olor característico, ese regusto eléctrico que se pegaba al paladar. Por él se guió y continuó hasta llegar a una sala de paredes de metal que formaba una media esfera perfecta con el suelo como única parte plana.

Estaba plagada de maquinarias desconocidas. En medio de la sala unas bandas circulares de acero se cruzaban rodeando una especie de molde metálico y antropomorfo de unos dos metros y medio de altura. Este molde estaba roto y manojos de tubos finos colgaban de algunas de las partes dañadas. Un tubo más grueso surgía de la parte más alta del techo y terminaba anclado a la zona que debería rodear la cabeza, mientras otros dos partían de una especie de cajas grandes de metal oscuro y acababan anclándose a los laterales.

Nada quedaba de lo que guardara en su interior, solo manchas del líquido que habrían vomitado los tubos. Pero en el suelo, justo en medio de la sala, frente a la estructura, se encontraba la marca grabada de forma manual; el mismo círculo con 5 aspas en su borde que había visto afuera.

Jubo repasó con el dedo las hendiduras. Observó la talla, bien profunda, describiendo una buena ejecución, pero algo tosca debido al instrumental utilizado, posiblemente algún tipo de cuchillo de excelente material. Las cinco aspas se colocaban en el borde del círculo, cruzándose justo sobre la línea.

No entendía el porqué, pero había algo en aquella estructura que le llamaba poderosamente la atención con una mezcla de curiosidad y temor.

Al investigar la maquinaria se sorprendió de lo avanzado de la tecnología. Apenas podía comprender los principios por los que se regía y más aumentó su sorpresa al analizar las dos cajas de metal oscuro y ver que se trataba de una especie de acumuladores o baterías que habían estado funcionando sin que la erosión hiciera mella alguna.

Sea lo que fuere que hubiera dentro del molde, alguien rompió sus anclajes y se lo llevó; y allí quedaba la marca como único testimonio de lo ocurrido.

Jubo empuñó el bordón y se dispuso a registrarlo todo, pero tan pronto quiso enfocar aquella estructura notó una variación en el aire, un torrente de erosión que llegó más rápido que nunca. Aterrado, vio como el bordón comenzaba a sobrecargarse, viéndose obligado a liberar la energía de golpe, en forma de una onda eléctrica que afectó a toda la zona y atravesó cada una de sus células. En una fracción de segundo sintió una espiral de alambre de espino retorciéndose por sus nervios y arañando cada uno de sus huesos. Apretó los dientes cuanto pudo para soportar el dolor e intentó mantener el equilibrio hasta que una explosión cesó la sacudida y lanzó su cuerpo al otro lado de la sala como si fuera un muñeco de trapo.

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