lunes, 29 de abril de 2013

Tabitha Seanlan (2)


Ecos de pasos ondearon la oscuridad. Notó el papel bajo la mejilla y los dedos de su mano izquierda aprisionados por la sien. El quinqué se había apagado y un hilillo de saliva caía por la comisura de sus labios. Fue abriendo los ojos, reavivando los músculos y tratando de exorcizar el chisporroteo de sus dedos dormidos. De nuevo escuchó los pasos. Escudriñó el entorno buscando respuestas, pues sólo los muertos podrían caminar ya por esa casa.

La luz del sol caía tras las cortinas. Se incorporó, estiró los brazos escuchando el crujido del vestido y observó la mesa llena de papeles. Las cuentas, patrimonios y bienes de la familia descansaban allí sin que su administrador habitual pudiera hacerse cargo. De nuevo escuchó los ecos, esta vez seco golpeteo contra madera acompañado de una voz aguda con cierto aroma de ricino.

El cristal de la puerta mostraba la silueta reducida y curva de un tocado con pañuelo. Después de lo ocurrido el día anterior, pensó que nada bueno podría ofrecer aquel portón y decidió, por un momento, dar media vuelta.

-¿Señorita Seanlan, está usted ahí?

Aquella era sin duda la voz de la señora Wilberd, una de las damas más influyentes de la ciudad. Tabitha tomó aire, ahuyentó las arrugas de la ropa, se arregló el pelo y abrió.

-Buenos días señora Wilberd, es usted muy amable al pasarse por aquí. -Rompió su cara de arcilla en busca de una sonrisa, mientras con todo su cuerpo intentaba emplazar una barrera para impedir la entrada.

-No es amabilidad, hija, son los deberes que conlleva pertenecer a una comunidad. Necesitas nuestro apoyo y es nuestro deber proporcionártelo, en otras circunstancias ocurrirá al revés y serás tú la que debas acudir. -dirigió la mirada al interior de la casa y afianzó el pie derecho al otro lado de la puerta.

-En realidad no debe preocuparse, ayer vino el señor Webber para ofrecerme su ayuda. -cerró un poco con la esperanza de que deshiciera el camino emprendido; mas aquella señora parecía decidida a entrar.

-¿Webber? ¡Pues sí señor, ese solo acude a donde hay negocio; cuídate de los procuradores! -aumentando el tono de voz tomó la determinación necesaria, apartó la puerta y entró definitivamente en la casa. -Querida, lo que debes hacer es relajarte. Pobre niña, estarás destrozada, sola en esta casa tan grande. -hablaba mientras seguía andando, directa hacia el sillón de la sala de invitados.

-Verá, señora Wilberd, lo cierto es que al morir mi padre, no quedó ningún hombre en la casa para ocuparse de los negocios. Es por eso que no se me ocurre quien pueda hacerse cargo sino yo misma. -Tabitha aceleró el paso hasta situarse a su lado.

-Mi pobre niña, no tienes de qué preocuparte, para eso estoy yo aquí. Ya verás como encontraremos a alguien -los surcos de su cara deformaron una sonrisa proyectada desde el viejo y leñoso ego, radiante ahora ante la promesa de una nueva alma.

-Debo confesarle que tengo mis dudas; de hecho siento cierto temor ante el hecho de seguir adelante. Pero, siendo sincera, la idea de tomar las riendas me provoca un vértigo refrescante, esa inseguridad de borde de acantilado previa al batir de alas.

-Hija mía, las alas son atributo propio de pájaros. Los sueños cumplen su función durante la infancia, enseñan a canalizar esa ilusión que con los años mudará en férrea voluntad. Piensa en las amistades, los contactos y los acuerdos que deben firmarse con mano firme de varón. No podrás acceder a los clubes, ni a las reuniones. Y si en algún momento la concesión de un negocio se disputara entre tu persona y la de un respetable ciudadano, no dudes ni por un momento de que jamás habrá existido disputa alguna. -Sus ojos se entornaban como los del viejo depredador que vuelve a sentir el ansia de la caza. Con exactitud quirúrgica, utilizaba sus finos labios y lengua afilada para extirpar los abscesos de confianza.

-Comprendo lo que decís, pero residen en mí la necesidad de intentarlo y un atisbo de certeza de éxito. ¿Y si fuera posible, señora Wilberd? ¿Acaso no podría enviar algún valedor para hablar por mí en los clubes? ¿Acaso no son las mejores condiciones lo que busca aquel que ofrece la concesión de un negocio? ¿Y si soy yo quien las ofrece, qué importancia podría tener mi naturaleza en dicho acuerdo?

-Querida Tabitha, ese no es tu camino. Recorrer sendas desconocidas siempre acaba en desgracia. Tú has sido creada con ciertas cualidades, de gran valía, que debes explotar. Deja a ellos las guerras, las disputas y el frío caos del exterior. Nosotras pulimos el material basto de objetos y seres, mantenemos el calor del hogar, garantizamos el orden. El suyo es un mundo de sangre y muerte; el nuestro es también un mundo de sangre, pero en vida.

-Escucho sus palabras, señora Wilberd, pero no siento que hablen de mí.

Los ojos, entrecerrados por el peso de los años, se abrieron como incrédulos platos. Un rigor mortis recorrió todo su semblante, al observar como poco a poco se iba aflojando la cuerda con que amarraba a aquella jovencita. Pensó qué ocurriría cuando el resto de gente supiera que había fracasado en su intento. Que la señora Wilberd había sido incapaz de domar a una estúpida muchacha.

-Señorita Seanlan, es posible que mi celo por no perturbarla, dada la reciente pérdida que ha sufrido, no me haya permitido hacerle ver la situación con la suficiente claridad. Le comunico, por lo tanto, que por mucho que genere ese delirio en su fuero interno, no va a encontrar apoyo en esta ciudad ni en todo aquel lugar al que llegue mi voz. Así pues, usted elige; puede entrar en razón y dejar que la recibamos con los brazos abiertos, o bien continuar con su locura y obligarnos a destruirla. Mañana por la mañana vendré a verla de nuevo, espero que las cosas sean muy diferentes.

Incapaz de encontrar una sola palabra, Tabitha acompañó a la señora Wilberd hasta la puerta. La vio marcharse con la cara enrojecida, andares mecánicos y las puntas de los nervios pinchando la piel. Ella por su parte, se encontraba embotada en una nube de calor, con una maraña de frases por decir y la triste sensación de derrota; pero bajo todo aquello vio con claridad que nada había perdido, que seguía deseando lo mismo, sin importar el coste. En silencio recogió todos los papeles, algo de ropa, tomó la tarjeta del señor Webber, se puso su pamela azul y dejó que una agradable sensación barriera marañas y nubes hasta emerger en sincera sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario