Llamaron un viernes por la
mañana. Se encontraba sola, acabando su último bordado para la
fábrica de los Wildber.
Había sobrepasado ya la edad límite en que una airada y graciosa jovencita se torna incómodo problema, los rumores crecieron y algún alma caritativa convenció a los Wildber de que la joven Tabitha debía centrarse en otro tipo de quehaceres.
Había sobrepasado ya la edad límite en que una airada y graciosa jovencita se torna incómodo problema, los rumores crecieron y algún alma caritativa convenció a los Wildber de que la joven Tabitha debía centrarse en otro tipo de quehaceres.
Dejó a un lado la labor y caminó
hacia la puerta. Tras el cristal traslúcido una figura esperaba,
sombrero redondo de ala corta y leves movimientos entrecortados,
fruto del nerviosismo. Notó el pomo extrañamente frío, asió
fuertemente el vestido con su mano izquierda y abrió.
La figura dio un respingo y se repuso
al momento, reveló un frondoso bigote y pequeños anteojos agarrados
por dos finísimas patitas metálicas a una redonda y rolliza cara.
Se quitó el bombín y emitió una triste sonrisa al tiempo que
saludaba con tono irregular.
-Buenos días... ¿La señorita
Seanlan?
-Yo misma, ¿en qué puedo ayudarle,
caballero? -la mirada del visitante bajó un segundo hacia el sobre
que llevaba en su mano derecha. Pese a las disculpas y
condolencias protocolarias musitadas por los finos labios embigotados
de aquel hombre, Tabitha ya no pudo apartar la vista de aquel pedazo
de papel.
-…por lo que estoy a su disposición,
señorita, para cualquier operación que sea menester. Aquí tiene mi
tarjeta para cuando considere oportuno contactar conmigo. No debe
preocuparse por los trámites del sepelio, el señor Seanlan lo dejó
todo arreglado.
Encontró un resquicio de aliento para
musitar una despedida y con un sutil movimiento de cabeza arrebató
el espacio necesario para cerrar la puerta. Dio media vuelta y vio el
pasillo, extenuantemente alargado, bañado por una pálida luz.
Notaba el papel rugoso en su mano derecha y observó con sorpresa
como seguía su mano izquierda, completamente rígida, aferrada al
vestido. Permaneció así un momento, buscando algún tipo de
sentimiento, mas nada halló en su alma.
Volvió a su silla, dejó el sobre
encima de la mesita redonda y continuó con su labor. Con cada
puntada visualizaba el camino que de ahora en adelante debía
recorrer. La boda con algún honrado ciudadano era el primer paso;
contratar servicio adecuado y entrar a formar parte del mundo real,
también eran pasos de suma importancia; las reuniones en sociedad
con las damas de la ciudad no podían demorarse si quería formar
parte de un grupo verdaderamente influyente...
El agudo dolor del mordisco de una
aguja le arrancó de su trance. Dejó a un lado la labor y observó
con curiosidad el sobre. Un pequeño paquete, poco más grande de un
palmo, contenía el resultado de toda una vida. Tenía curiosidad por
ver hasta dónde había llegado aquel hombre. Abrió el sobre con
sumo cuidado, intentando no rasgar los bordes, y quedó abrumada por
la cantidad de datos inscritos en aquellas hojas.
Pasó un rato mirando todo en conjunto,
sin forzar la comprensión. Cogió una de las copas y templó el
estallido nervioso con un poco de licor dulce. Al abrigo de la sombra
de embriaguez tomó los papeles y se dirigió al despacho; encendió
el quinqué, colocó los papeles sobre el tapete de piel y se sentó
en el viejo sillón de su padre. Allí dejó que el tiempo se
acelerara desentrañando el contenido de las cifras, vislumbrando
posibilidades y adivinando pormenores; descubriendo, en definitiva,
que la capacidad se debe principalmente al ánimo; asumiendo la
certeza de que no estaba hecha para la vida que le habían
construido; que, pese a haber nacido allí, no pertenecía a ese
mundo; que la única forma de estar en paz sería construir su
propia senda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario