La luz tenue del alba, filtrada por el vidrio traslúcido de una ventana helada, ilumina la estufa de hierro fundido: fuerte, humeante, enrojecida por las llamas internas. Sobre ella una mano, herida por los años, coloca una taza de hojalata, cubierta de porcelana, con el caldo oscuro de un café mal colado, de sabor añejo y potente. El aroma inunda la estancia, mezclándose con las humedades y desconchones de la pequeña caseta.
-…y así no tienes por qué hacer café todos los días. El mejor café es el que lleva varios días hecho. He llegado a tener caldo negro de al menos una semana. Eso sí, solo en invierno o en otoño... en primavera quizás; pero no en verano. El verano lo pudre todo.
-No sé, sheriff, a mi me da que sabe un poco mohoso.
-A ver, hijo, el café es amargo, oscuro como la noche y te pone de los nervios, ¿cual de todas esas cualidades te hace pensar que debe saber bien? Mohoso, así es como debe ser. Y harías bien en tomártelo antes de que se enfríe, luego sabe peor.
El joven sopló el borde de la taza, apartando la neblina, y aprovechó para dar un trago. Arrugó la cara y frunció el ceño. Mientras, el viejo apuró su taza, se limpió el bigote y observó divertido.
-Bueno, ya te acostumbrarás. ¿Por dónde íbamos? Ah sí, la mesa tiene tres cajones: el de arriba se atascaba, así que lo quité y uso el hueco como estante; el de en medio guarda las llaves de las celdas y una botella para aligerar las esperas, a los jueces les encanta hacerse de rogar; el cajón de abajo suelo usarlo para guardar los carteles de “se busca”, mejor no tenerlos a la vista, los cazarrecompensas hacen más ruido que aquellos a los que persiguen. La llave de las armas llévala siempre encima, puedes lidiar con un tipo que ha huido de su celda, pero la pólvora convierte a cualquiera en un bicho venenoso. Y con esto, acabamos con la oficina; como ves no es gran cosa; mejor así, esto no es lo importante.
-¿Y entonces, qué se supone que es lo importante?
-Pues tú mismo, hijo, tú mismo. La oficina del sheriff solo sirve para guardar a gente hasta que llegue el momento de enviarlos a sus casas o al otro mundo, y en ambos sitios decidan qué hacer con ellos. Pero es el sheriff el que realmente importa; no serán estas maderas las que acudan cuando haya un problema, ni será esta estufa la que evite que una muchedumbre exaltada reviente a un tipo. Una vez la cosa se me fue de las manos y cuando acabaron, apenas tuve asidero donde colocar la soga. La mayoría de la gente solo es decidida cuando encuentra reconocimiento y apoyo.
-No se preocupe, sheriff, sabré hacerme cargo de la situación.
-No, no sabrás. Vas a fallar, al menos en una o dos ocasiones, lo importante es que aprendas el cómo y evites que ocurra de nuevo. No cometas el error de pensar que solo tienes una oportunidad, el final solo llega con la muerte y en ese paso no hay mucho que escoger. Trata a la gente con respeto, es un grado de diferencia entre tú y el que tengas delante, además de ser un valor añadido para aquellos que te observan. De todas formas no hagas demasiado caso a la gente; empiezan demandando salvadores, y no deberías cometer el error de sacrificarte; continúan pidiendo un justiciero, que les libre del problema a cualquier precio; y acaban temiendo lo que crearon, por lo que acabarás sin trabajo en cuanto arregles sus asuntos. Lo mejor es que actúes siempre de igual forma, atento a las necesidades pero sin dejarte encumbrar por los que las demandan. Vive entre ellos, habla y disfruta, pero evita las disputas y los chismorreos: el rumor es una fuga perpetua de credibilidad.
El viejo guardaba sus cosas en una pequeña maleta: un par de camisas gastadas, unos pantalones viejos, dos pares de calcetines agujereados, documentos oficiales y la mención de honor del pueblo, agradecimiento a toda una vida de trabajo y dedicación. Cogió la vieja Amy de dos cañones y se dirigió de nuevo hacia el joven.
-En cuanto a la acción, ten en cuenta que la mayoría de las veces las cosas se arreglan al estilo de los bichos: gestos, sonidos y ademanes sutiles. Un tono de voz adecuado, las palabras justas, el arma visible pero sin apuntar, cierta pose y sobretodo el cortejo: sé noble, déjales siempre una rendición honrosa, el que busca la humillación solo demuestra no tener el valor suficiente para vivir entre iguales. Tampoco te apoyes en nadie para enfrentarte a otro, solo conseguirás transmitir una imagen de debilidad; mantén a tus ayudantes alejados de la escena, pero siempre atentos. Cuando no haya más remedio, es importante reconocer ese instante, usa a una como Amy. Olvídate de revólveres, una escopeta supone no errar el blanco. Y poco más me queda por decirte, hijo, ya encontrarás tus propios trucos.
-No tiene por qué marcharse.
-Mira hijo, tres tipos con bastantes años menos y mucha más puntería, vienen a por mi sin que haya gente dispuesta a ayudar. Nadie en el pueblo quiere saber nada del viejo Will Nake. Me dan la jodida placa y montan mi carromato a toda prisa, esperando que los problemas se marchen conmigo. Lo que me recuerda una última cosa, no esperes mucho del día en que los años te saquen del camino.
-Pero sheriff, puede contar conmigo. Entre los dos podemos hacer frente a esos tipos.
-Ni lo sueñes hijo, apuesto mis dos brazos a que encajo más balas que coloco; y tú, no te ofendas, aún no tienes ninguna oportunidad. Cuando vengan, cuéntales que ya no hay Will Nake en este mundo, que se cansó de tratar con majaderos como ellos y se fue a jugar a otro sitio. Déjales que sigan su camino y sé el sheriff de este pueblo.
-¿Y qué va a ser de usted?
-Bueno, hace un tiempo encerré a un tipo por beber más de la cuenta, hizo demasiado ruido pero nada exagerado. Pues bien, al dejarle salir al día siguiente, después de una taza de buen café, me ofreció trabajo en, según él, una próspera ciudad en crecimiento. No tardé en enterarme que se trataba de un pueblucho minero abandonado. En aquel momento no le di mucha importancia, pero ahora me parece el sitio idóneo para un sheriff sin ganas de guerra. Me gusta la idea de pasar mis días sentado en un porche, tomando café mohoso, contando matojos.
El viejo se despidió por última vez del muchacho, colocó su equipaje, subió al carromato y guardó en su chaqueta un papel donde, en letras grandes, podía leerse: Canatia. Los surcos de las ruedas dibujaron el único rastro de un hombre que, tras perderse en el horizonte, solo se llevó consigo el alivio de todo un pueblo.
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