lunes, 18 de noviembre de 2013

Bad Jimmy (2)

El pie de la ladera escarpada se extiende a lo lejos, hasta fundirse con el bosque, el murmullo claro y cristalino amortiguado por el frío y la tierra apelmazada por la humedad. Un espacio que los ojos no pueden abarcar, engrandecido, aún más, por la omnipresente noche. Tímido, oculto entre las aristas verticales, en el lecho de tierra expulsada por la roca, un punto de luz titila desafiando la negrura.

Echó una rama más al fuego. Las chispas brotaron y comenzaron a subir bailando espirales; algunas se perdieron en la noche, otras se estrellaron contra el espetón, ahogando la incandescencia leñosa en los jugos de la carne. La mezcla de humo y hierbas silvestres provocó cierto ruego en su estómago; Violet tenía razón cuando decía que no importaba tanto qué cocinar como el modo de hacerlo; nunca hubiera imaginado que aquella carne insípida y fangosa, pudiera ofrecer tanto al paladar.

Extrajo un hueso de la parte masticada, pequeño y frágil, peligrosamente astillado. Se acordó de casa, no de la bestia iracunda que fue su padre ni de la sombra etérea que lo alumbró. Recordó el papel pintado de las paredes, color crema con motivos florales en marrón oscuro, protegiendo y aislando del frío exterior que acechaba en las esquinas de las ventanas. Acercó las manos al fuego, buscando el abrazo cálido en la burbuja de luz anaranjada; más allá, quedaba el frío repentino rastreando huecos para herir la carne, la gélida noche y, allá arriba, el inmenso cielo, despiadadamente infinito, plagado de estrellas tan lejanas entre sí como cercanas asemejaban al ojo humano.

Agarró un tronco encendido y jugueteó con él sobre la tierra, apagándolo para ver las llamas brotar de nuevo en cuanto rozaba la hoguera. Le resultaba curioso el hecho de recordar tan a menudo un tiempo tan terrible, quizá sea porque en la destrucción todo brilla con más fuerza; uno siente mejor la vida cuando está cerca de la muerte... pero, envuelto en el hechizo, es incapaz de comprender que se está consumiendo. Grabadas en la memoria, estaban aquellas mañanas de bruma y vasto azul gris; sentado junto a sus hermanos con las piernas cruzadas sobre la cama, tapados con mantas dejando libre la cara. Con frescor en el rostro y calidez en el cuerpo, observaban a través del vidrio empañado, sobre la nieve acumulada en las escuadras de madera, el camino a la ciudad. Esperaban el sonido de la puerta, la voz grave y el carraspeo del ogro que abandonaba su guarida. Lo veían alejarse conteniendo las risas nerviosas que hervían con cada tramo recorrido, hasta que la figura desaparecía tras la colina y las mantas volaban por los aires, acompañadas de gritos de júbilo. El tamborileo de tres pares de pies correteando, pasaba frente a la habitación de la mujer que los trajo al mundo, estática y ausente, con la mirada fija en algún punto de un pasado más confortable, y se dirigía, escaleras abajo, hacia la cocina, para coger la leche caliente y los panecillos que Violet había escamoteado la noche anterior.

Tragó el bocado, feliz de cambiar el regusto terroso de la carne por el amargor silvestre de las hierbas y el tono confortable del ahumado. Chasqueó los labios al recordar el sabor de la miel en la leche, la manteca y aquella mermelada de manzana y canela nutriendo la miga seca. Notó el contraste de la hoguera frente a él y el frío en su espalda; absorto, recorrió durante un tiempo el mismo camino que su madre, atrapado entre la calidez del recuerdo y la fría realidad de que todo había muerto.

El crujido de una rama, quebró violentamente su trance. Jimmy relampagueó hacia el lugar del ruido, pero no vio nada. Sin apartar la vista de la densa noche, buscó a tientas su revólver y fue moviéndose hacia atrás, refugiándose en la fría oscuridad. Escuchó pasos, amortiguados, cuidadosos, de quien ignora que ha sido descubierto. Amartilló el arma y se quedó tumbado, inmóvil, entre la silla, las alforjas y demás enseres, esperando al intruso.

-Buenas noches, señor. Espero que considere este lugar poco interesante y vuelva por donde ha venido -dijo mientras apuntaba al hombre robusto que se erguía frente a él, con sombrero de piel y gruesa pelliza.

-Tranquilo, chico, -contestó el hombre sorprendido- no hay nada que me retenga aquí. Haremos una cosa, voy a darme media vuelta y a marcharme por donde he venido, ¿de acuerdo? Cuida ese fuego, no sea que se apague.

Bajó un poco el arma, ahuecó los ojos, mas no llegó a soltar la mirada. Desde lo más adentro, dudaba: ¿cuánto tardaría en volver?, ¿esperaría hasta verlo dormido? No había nada que asegurara que fuera a dejarlo en paz, como tampoco nada indicaba que fuera a atacarle; pero si lo dejaba libre, podía acabar pagando un precio demasiado alto. Entonces... ¿qué hacer?

Esta vez no tuvo que hallar la respuesta, ya que el hombre aprovechó ese instante de duda y desenfundó rápido como el rayo. Aun así, Jimmy seguía con el arma amartillada, solo tuvo que alzar el cañón y apretar el gatillo para comprobar que el chasquido metálico quedaba huérfano de estruendo y detonación. La voz de Violet martilleó en su cabeza: “no olvidéis jamás limpiar vuestras armas, niños”. El arma del intruso no tardó en gritar y enviar un trozo de plomo contra la pierna derecha de Jimmy. Notó un tirón fuerte, un pinchazo y el dolor agudo; pero más fuerte fue el terror al ver al enemigo amartillar de nuevo el arma, un miedo atroz que recorrió toda su piel arrancando el velo de humanidad, invocando a la bestia que latía hambrienta. Lanzó la pistola hacia el intruso y saltó hacia él, ignorando el dedo que comenzaba a apretar el gatillo.

El hombre se sorprendió al ver la rápida respuesta e, incapaz de corregir la trayectoria, desterró el disparo a la oscuridad justo antes de que el metal, arrojado por Jimmy, golpeara su tabique nasal, obligándole a entornar los ojos. Cuando pudo hacer frente al dolor, ya tenía encima a Jimmy con un cuchillo en la mano. Sus brazos fuertes detuvieron el ataque y comenzaron a reducir al pequeño salvaje, girando poco a poco su muñeca enarbolando el filo contra su rostro.

La hoja reflejaba las estrellas, lejanas y crueles, riendo burlonas mientras se acercaban a su ojo. Notaba sus propios latidos expandiendo el pecho, bombeando cada músculo tenso de su cuerpo. Forcejeó con el vigor del loco y el desesperado, pero el gigante seguía ganando terreno. Fue el terror el que se adueñó de su cuerpo, el que decidió soltar amarras y apartar rápidamente la cabeza. Mientras el gigante caía, víctima de su propio impulso, Jimmy liberó su brazo y, con un movimiento rápido y precisó, hundió la hoja en la nuca del intruso, empujando con una mano en el mango y otra en el pomo, hasta atravesar la garganta. 

Con el último estertor, el miedo se volvió dicha, un torrente eléctrico de felicidad recorría todo su cuerpo sin hallar salida. Chilló de júbilo y pateó el suelo, emitió gritos largos, como cánticos sin modular, expulsó el aire de forma continua, notando la vibración en su pecho y golpeó el cadáver varias veces hasta que despertó el dolor de su pierna y regresó la calma.

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