lunes, 7 de julio de 2014

Estampida

Mano vieja, fuerte y cortada, agrupa los últimos rescoldos. Demasiado calor para hacer más fuego, demasiado pronto para la extinción. Si los mueve con fuerza, el rojo vivo se quiebra; si actúa con calma, se apaga. Se trata de algo sencillo, tan básico que resulta complicado de enseñar y aprender. Con los gusanos de luz devorando los últimos trozos de madera, llega un recuerdo, lejano, de su tiempo en el rancho.

-Tienes que guiarlas, no empujarlas.

Bison los observaba desde el carromato. El viejo Cooper se mantenía lejos del ganado, mientras daba las indicaciones pertinentes a la nueva adquisición del Two Dollars.

-Llévalas por el cerro. Que te vean, tienen que saber que estás ahí en todo momento.

El joven corría de uno a otro lado, moviendo el sombrero, dando voces, buscando la respuesta del ganado. Ahora a la izquierda, moviendo la masa hacia el lado contrario; ahora a la derecha, para corregir el rumbo.

-Tranquilo chico, baja un poco el ritmo. Si das esas voces ahora, ¿que harás cuando se descontrolen?

Calló y se limitó a seguir a los animales atento a cualquier cambio, cualquier movimiento extraño, cualquier indicio de disgregación.

-Bien, llévalas por el río. Tranquilo; si no las fuerzas no entrarán, pero no dejes que vayan a la arboleda.

Conforme se acercaba al agua, se colocó entre el ganado y los árboles. El camino se estrechaba cada vez más y las reses se aglutinaban en un cordón grueso de músculo, piel, pezuñas y cuernos.

-Bien... Mantente cerca, pero no demasiado; no dejes que te encierren o te aplastarán.

Todos los sentidos centrados en el sinuoso movimiento del cordón; atento a cualquier ruptura, devolviendo al cuerpo las cabezas huidizas, peinando los cuernos en dos hileras. Poco a poco, bien ordenado, extendiendo la atención a cada uno de los puntos más quebradizos, hasta que apareció, al fin, el campo abierto.

-De acuerdo, cuando salgan ten en cuenta que tirarán adelante. Dales cuerda pero no dejes que se desmadren.

Al final del camino, el cordón se deshilachaba; unas reses se apartaban y otras salían desde atrás, acelerando el paso al ver la explanada libre de obstáculos. El joven se colocó delante y fue de un lado a otro para transformar el cordón en un círculo.

-No las cierres tanto, chico, déjalas respirar.

El cordón se abría cada vez más, expandiéndose, cubriéndolo todo de pelaje marrón. El jinete echó un vistazo al camino, a la interminable hilera que seguía llegando sin final aparente. Cuando vio la marea animal que se formaba frente a él, comenzó a cerrar el círculo.

-¡No las cierres, chico! ¡Dales cuerda!

Pero el joven ya no oía, todos sus sentidos estaban enganchados en cada una de las reses, adivinando cual sería la primera en salir corriendo, corrigiendo cualquier indicio, dando voces, moviendo el sombrero, para detenerlas. Pero el cordón seguía avanzando, ignorante de lo que acontecía en la explanada; fue entonces, en un punto intermedio, donde comenzó la presión. Algunas reses fueron a la arboleda, otras decidieron abandonar el redil y salir hacia el agua, pero la mayoría se limitó a empujar, cada vez con más fuerza. Cuando el viejo Cooper decidió acudir en su ayuda, gritando en vano, el joven ya había desenfundado y efectuó un único disparo al aire; en ese momento, todo orden fue quebrado.

Cooper pudo ver el mar de bestias arrollando al caballo, y observó un par de veces al jinete, despedido hacia arriba como un muñeco de trapo entre las erizadas cornamentas, para ser engullido de nuevo. Nadie habría apostado por aquel pobre diablo. A pesar de que Cooper se adelantara para redirigir la estampida, a pesar de que Bison consiguiera recogerlo de una pieza y lo llevara en el carro, directo al doctor.

La última ascua se apagó sobre un montón de ceniza. El calor que mantendría el puchero sería el justo para dejar el guiso en su punto; sonreía al ver lo natural que le parecía. Igual que sonreía al recordar como un tiempo después, obtuvo fama, en el Two Dollars, aquel vaquero cojo, lleno de cicatrices, que respondía al nombre de Nick Trampled.

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