lunes, 10 de noviembre de 2014

Ensoñaciones


El sol, en lo alto, ilumina el campo seco sin hacer sombra. Dos figuras, una al lado de la otra, enfrentados a los postes de madera de un maltrecho cercado. Dos seres, uno más grande que el otro; quietos. El más pequeño, expectante, mira de reojo; el otro, inquieto, mantiene el aliento y concentra toda su atención en el único punto importante: el blanco sucio y oxidado de una vieja lata de alubias.


Respiró hondo y fijó su objetivo. Poco a poco el marrón grisáceo de la madera y el amarillo pajizo del prado se emborronaban, mientras cada una de las líneas, bordes, abolladuras y dobleces del óxido anaranjado iban definiéndose. Una suave brisa jugueteó levemente con los restos del suelo, trayendo el aroma de hierba seca y el regusto metálico y burlón de la lata. Notó cálidas las cachas de avellano del revólver, deteniéndose en el confortable relieve pulido de sus vetas. Colocó la palma de su otra mano bajo la empuñadura y alzó con ambos brazos el peso, sorprendentemente elevado, del arma. Apoyó el pulgar derecho sobre el frío del martillo y apretó con fuerza hasta escuchar el sonido de fijación. Respiró de nuevo y corrigió la trayectoria, echó una mirada furtiva a su acompañante, el cual permanecía inmóvil. El óxido anaranjado seguía allí, bien definido, mostrando entre sus arrugas las heridas que otros le infligieron; así que llevó el dedo índice hacia el gatillo y, durante un parpadeo, combatió la espiral del estómago, la tensión muscular y la incertidumbre ante el despertar de aquel objeto. Presionó con fuerza hasta doblar la frontera entre la vida y la muerte; el fogonazo dio lugar al bramido y al encabritar de aquella bestia vomitando plomo. Otro parpadeo y, a través de la niebla negra, llegó a sus oídos el quejido agudo de la lata volando por los aires. Sonrió. Su pulgar renovó la invocación y su índice devolvió a la vida de nuevo a aquel ser. Otro quejido metálico y la lata dando tumbos en busca de descanso, mas otra vez convocó a la fiera, y otra, y otra, hasta que solo la sexta bala quedó en el tambor. La lata se alejaba rodando de forma insípida, como un elemento irrelevante que se fundía con el paisaje. Entonces sintió el ansia de calor en el metal, el hambre del fuego, el estruendo y el olor a pólvora por algo de vida. Casi sin pensarlo, su pulgar apretó hasta escuchar el chasquido y sintió el poder aprisionado en el revólver. Giró el arma hacia la figura  y sintió la necesidad de apretar el gatillo, de ver la bala hundiéndose en la carne blanda, expulsando su silbido en un fino hilo de sangre y la víctima saliendo despedida como una marioneta golpeada por la mano de un gigante. Pero algo dentro de él mantenía el dedo índice fuera del revólver, el dolor agudo e insistente de una sospecha: la pérdida inminente de algo valioso. Y permaneció así, enfrentando sus propias fuerzas hasta el punto de que el pulso comenzó a acelerarse, gotas de sudor caían por su frente y sus pulmones eran incapaces de tomar el aire necesario para seguir adelante. Temió que si no se dejaba llevar, si no disparaba, esa lucha interna acabaría matándole.

Le rescató el aleteo, lejano y confuso, y el ulular, más claro y cercano. Tardó un poco en descubrir a su compañero observándole desde la ventana. Tenía frío, se encontraba descalzo, con los calzones de dormir, sentado en el suelo de la habitación. Estaba frente al arcón y sujeto entre sus manos tenía aquel maldito rifle que él mismo parecía haber sacado. Todo se reveló tan extraño que no quiso darle más vueltas. Guardó de nuevo el winchester en las pieles que le servían de funda y cerró el arcón con candado. Se acercó a la estufa para calentar manos y pies y volvió a la cama. Nada más acostarse, llegó el recuerdo del arma encerrada, un pulso débil de ansia latente ante el pálpito de un futuro combate; estupideces e imaginaciones, nada que un buen sueño no consiguiera reparar. Finalmente ofreció su consciencia a la oscuridad y dos ojos grandes se abrieron de nuevo en el bosque observando la casa, la colina y el pueblo entero; intentando devolver la conciencia a un lugar donde aquel rifle no fuera más que un objeto perdido en uno de los muchos muebles que contenía cada una de aquellas casas.

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