lunes, 2 de febrero de 2015

Purificación

Sobre la tarima, la figura se recorta en la última luz del horizonte; en pie con el brazo en alto, enarbola la biblia. A su derecha, un carro lleno con decenas de barriles. Los más cercanos de los congregados alcanzan a ver sus erizados pelos, sus ojos llenos de vida y el espíritu henchido y enérgico con que ejecuta sus movimientos. Hasta los últimos de los presentes llega su voz: potente, honesta y agradecida.

-...así lo quiso el señor. Y no lo quiso por él, sino por vosotros, almas perdidas que brillan. Y es por eso que doy gracias a él, pero también a vosotros. Gracias por vuestro valor y vuestra hospitalidad durante estos días. ¿Pues quién sino vosotros ha vencido al demonio? ¿Quién ha tenido el arrojo de romper el vaso y despertar las fuerzas que residen en vuestro interior? No hay mejor elixir que aquel que el Creador vertió en vosotros. No existe mejor reconstituyente, ni mejor forma de apagar las penas ni encender los ánimos. Sé cuánto os ha costado, pues he recorrido a vuestro lado todos y cada uno de los pasos de esta senda; el tramo largo que hay de la añoranza del descanso brumoso, hasta la certeza de la paz interior. Ya no hay necesidad de estímulo externo. ¡Ahora sois libres! Volved con los vuestros. ¡Vivid, hablad, reíd, bailad! Coged esas monedas que antes tirabais y usadlas para lo que realmente queráis; pues aniquilado el hambre, vuestro es el oro que lo saciaba. Hoy no sois hijos míos sino hermanos, pues si grande fue el sacrificio, mayor ha sido la gloria. Hoy habéis aprendido a invocar el ímpetu, el perdón y la calma. Hoy vosotros, simples hombres terrestres, sabéis desplegar las alas.

Se escuchó un asentimiento espontáneo, en medio de la multitud. Pronto le siguió otro, y otro, y otro más. Como pólvora en mecha, recorrió toda la gente allí apostada hasta acabar en una verdadera ovación. 

-Solo nos queda el último paso, el acto final; un sincero y honesto desapego. Mañana al alba, con los primeros rayos del sol como testigo, el carro del pecado será prendido y todos y cada uno de estos barriles incinerados. Volved después con la cabeza bien alta y arrancad el cartel del antro de perversión; que sirvan sus paredes como templo del señor, que sea su casa y por tanto la vuestra. Usadla pues para la comunidad, guardad las simientes que al año siguiente deberán germinar, reuníos y honrar las fiestas, ya no habrá que pagar por estar dentro, disfrutad las vistas, tras haber sufrido la cuesta. Así pues, marchad ahora y venid al alba, hermanos, venid. Venid y hagamos que el diabólico caldo que quiebra el alma, caiga, al fin, pasto de las llamas.

Y poco a poco la gente marchó feliz, en calma. Aquella noche, la gente entró en su hogar de forma distinta; apagaron las luces y, en lugar de los tiros, las voces de siempre y las amenazas, solo hubo tranquilidad, silencio y suave roce de sábanas.

Mas a lo lejos, oculto entre el gemido del viento en los árboles, se escuchó el golpeteo de cascos amortiguados por trapos y el crujido rítmico de las ruedas de un carro. 

-Permanece tranquilo, Fred, nadie saldrá esta noche. Tan seguro te lo digo como que no hay ley en el pueblo hacia el que marchamos.

Pero Fred, sentado junto al reverendo, seguía mirando hacia atrás, apoyando el rifle en los barriles, atento al camino que iban dejando. 

-Mire, reverendo, demasiado hemos pasado ya como para que baje la guardia. Solo con que a un curioso se le ocurra acudir al entarimado se darán cuenta del engaño.

Zek seguía tranquilo, cogiendo con firmeza las riendas, manteniendo el ritmo lento, ausentando los ruidos del paso.

-Esa gente va a dormir toda la noche, Fred, no tienes motivos para preocuparte. Además, no entiendo por qué hablas de engaño. Todo lo que les dije es cierto. Al legar el alba nada cambiará para ellos, pese a no hallar el carro. Ya han hecho el camino, no lo necesitan, así que no hicimos mal al tomarlo. Deja que vivan su merecido edén, mientras llevamos este mal a algún antro donde ningún alma quiera salvarse. Pues qué es el alcohol en definitiva sino caldo de restos putrefactos. Vendámoslo pues y aprovechemos lo conseguido para fines más dignos. Guardemos, eso sí, un poco para el camino, que si bueno es el edén para el sedentario, mejor es un poco de ánimo líquido para el pobre siervo que hace del eterno vagar su destino. 

-Esta vez no pienso discutirle, reverendo. Me basta con que baje la voz y mueva un poco las riendas, porque de seguir así le apuesto uno de esos barriles a que los del pueblo nos pillan.

-No está bien apostar, querido Fred, pero esta vez, a fe de ejemplo te acepto el reto. Ve preparando tu deuda porque no pienso variar el ritmo ni bajar mi voz, y guárdate el miedo,  algo me dice que nadie esta noche notará nuestra ausencia.

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