lunes, 16 de febrero de 2015

Bienvenido Mr. Moodley


Cascos y ruedas entran en Canatia. El polvo se disipa y muestra un carro elegante, negro y plata, tirado por cuatro magníficas bestias, de piel grisácea, crin oscura y ojos profundos. Dirigiéndolo, un hombre callado de sombrero austero, botas de serpiente, revólveres expertos y gesto amargo de quien vive preso. La puerta se abre sin chirridos y asoman bastón de ébano con empuñadura dorada, traje negro, chaleco elegante y bombín.


El conductor observaba, por debajo de su sombrero, al sheriff con su rifle sentado en el porche, a Bison apoyado en la puerta del saloon con bombín ladeado y garrote en mano y a Kornelius a través del vidrio traslúcido de una de las ventanas. No veía a nadie más, pero sabía que alguien observaba desde lo alto y alguna que otra sombra se ocultaba en las casas. Aun así seguía impasible, contando balas, segundos y blancos.

-¡Bienvenido, Sr. Moodley!

DeLoyd salió al paso, casi impidiendo al traje negro salir de su carro. Como pensaba, había un par de tipos más esperando salir, así que se quedó firme en su sitio.

-Si viene a pasar unos días, puede dejar el carro en las dependencias de Ángel, seguro que estará encantado de hacerse cargo. En el saloon tenemos una botella de bourbon digna de su categoría. Pero, si viene por negocios, me temo que no podremos satisfacer ninguno de sus intereses; esta comunidad es demasiado pequeña para la importancia de su fortuna.

El señor Moodley puso ambos pies sobre tierra firme, a escasos centímetros del carro. Tomó un par de segundos para tragar la ira creada ante tal recibimiento. Sacudió sus ropas, estiró el cuerpo, echó un vistazo por encima de las casas, dirigió la mirada hacia el hombre de traje blanco y dibujó una sonrisa de cordialidad.

-Sr. DeLoyd, debo confesarle que esperaba otro tipo de bienvenida. La última vez hablé con el representante del banco, el Sr. Miller, si no recuerdo mal; un hombre formal y atento aunque demasiado timorato para este tipo de negocios. Algo mejorable si quieren convertir este bonito pueblo en un lugar relevante, usted sabe bien de qué hablo.

La sonrisa le fue devuelta con un leve movimiento de cabeza y mirada tranquila; pero el puño oprimía fuerte la empuñadura plateada del bastón y el brillo desafiante de Augusto en el dedo.

-Estaremos encantados de recibirle, cartas y vasos están disponibles para todo aquel que tenga con qué acogerlos. Esta noche tenemos espectáculo, Kornelius al piano y Vera O'hara de cantante; le aseguro que en ninguna de las grandes ciudades habrá oído algo similar. Pero nada de eso demanda el tipo de acompañantes que están esperando, tras usted, para salir de su transporte. Convendrá conmigo que en ciertas situaciones es preferible mantener el hierro frío.

-Temo que el Sr.Miller no les explicara adecuadamente la naturaleza del trato. Ya que al parecer, reconozco mi sorpresa, toman una oferta inigualable como un castigo. No sé el Sr.Miller, pero usted es un hombre de mundo, sabe cómo prosperar y sabe cuánto bien haría una oferta como la mía a un lugar como este. No fijé cantidades y no pienso hacerlo, porque cualquier número que pudiera citar infravaloraría los beneficios que este acuerdo ofrece a partir del mismo momento de la firma.

-Comprendo muy bien lo que me está diciendo. Conozco los medios, las posibles cantidades y sé que están por encima de lo razonable. También sé la importancia que tiene para usted este “bonito pueblo” y que por eso mismo no le importa pagar más de lo adecuado. El Sr.Miller transmitió perfectamente su oferta, así fue estudiada por todos los miembros de este pueblo y así fue firmemente rechazada, pese a saber que con ello dábamos la espalda a la prosperidad, a los acuerdos y a las cadenas de favores.

DeLoyd ladeó la cabeza, sonrió hasta arquear ligeramente los ojos, notando, esta vez, cómo se relajaban los músculos de la cara; y los dedos, blancos de la presión, consiguieron liberar su férrea forma.

-Ustedes... han decidido... rechazan... Vamos DeLoyd, es hora de que los grandes hombres hablen; vayamos adentro y tomemos algo. Charlemos tranquilamente, sin prisas ni presiones, que mis chicos dejen sus armas si le parece apropiado... sabe que no tiene ningún sentido negarse.

Las palabras silbaban como agua sobre brasas. La pose y los ademanes del hombre del traje negro denotaban tranquilidad, pero un fondo de fuego comenzaba a asomar en sus ojos y cierto tono electrizante le rodeaba.

-Su oferta sigue siendo rechazada. ¿No tiene sentido? No. Y no pierda el tiempo pretendiéndolo. Como ya le informó el Sr.Miller está usted tratando con idiotas descendientes de un idiota, aquí no funcionan sus normas; ni siquiera sabemos cuáles funcionarán, sencillamente seguimos buscando. Aceptamos nuestra capacidad de pensar absurdos y rechazamos su brillante éxito. Como ve, hemos perdido completamente el juicio, por lo tanto, Sr. Moodley, nada más queda por decir.

El conductor miró nervioso y encontró el cañón del rifle del sheriff apoyado en la barandilla del porche, junto a su vieja bota, apuntando directamente hacia él. Observó un brillo metálico en dos de las ventanas y el inconfundible chasquido de amartillado proveniente de una de las terrazas.

Esta vez fue la empuñadura dorada la que quedó prisionera. Los dedos de Moodley se encorvaron nudosos hasta crujir. Apoyó su peso en el bastón y comenzó a dar media vuelta.

-Así sea, Sr. DeLoyd, la oferta queda anulada. No así mi interés por este lugar; y recalco, solo este lugar. Sé quienes son y de dónde vienen; cuando todo acabe, seré yo quien gane. Que tengan ustedes un buen día.

Subió al carro entre brumas y nervios erizados. Cerró y el golpe seco dispersó algo de la tensión. Echó un último vistazo al hombre de blanco pero apenas acertó a rozar el ala del bombín. Gritó algo al conductor y el carro se puso en marcha.

-¿Y ahora, señor alcalde? -preguntó el sheriff, divertido- ¿Qué será ahora de estos pobres idiotas?

DeLoyd se quitó el elegante sombrero de paja, sacó un pañuelo, secó el sudor de su frente y rió entre dientes.

-¿Ahora, sheriff Nake? Ahora ya da igual. Tanto tiempo atento a la siguiente jugada, pensando en defensas y contraataques, y resulta que me había olvidado de reír. Ahora decidimos nosotros, estamos fuera.

Los demás habían abandonado sus puestos y comenzaron a acercarse. La sensación era extraña: silencio curioso de liberación y paz. La tranquilidad de haber dejado las tácticas para quien las disfruta y haber cambiado una vida de pactos y miradas de reojo por la amenaza directa y la sombra de la muerte solo cuando realmente llega. Quizás es la sensación del ser primitivo, diseñado para atacar, quedarse quieto o correr ante realidades y no para eludir constantemente amenazas potenciales.

-¡Maldito Jed, esta sí que me la pagas! ¡Si al final caemos antes de lo esperado, hablaremos de idiota a idiota! -dijo DeLoyd para sí, antes de dirigirse a los demás.- ¡Bueno, damas y caballeros, nos hemos ganado una visita al dios Baco!

-¿Que ha dicho?

-Me da que nos invita a un trago...

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