lunes, 22 de junio de 2020

Henry Holmoak


El cielo plagado de estrellas apenas iluminaba la casa de donde surgían voces y risas.

Las manos golpeaban la mesa al ritmo de las carcajadas. Rostros enrojecidos, restos de saliva lanzados al aire. Las botellas encerraban el poco caldo que quedaba en la sala.

Entre las risas y el griterío se alzó una de las voces.

—¿Y qué me decís de cuando le movimos dos palmos los postes del cercado?

—No paraba de ir de aquí para allá, como si notara que algo fallaba y no sabía el qué.

—El par de maderos con carcoma que le pusimos... esa sí que fue buena. Cuando se le escaparon los animales y se puso, uno a uno, a revisar todos los postes.

—¿Y la pepita que le dejamos medio escondida cerca del río? Va el tío y la chafa sin darse cuenta, el muy imbécil.

—Yo creo que sabía muy bien lo que había. Nos caló...

—Una pena, hubiera sido genial verlo cavar en busca del filón.

—De todas formas todo sirve; cada revés, por pequeño que sea, suma. El objetivo es que cada cosa que le ocurra piense que es adrede. Al final ya no habremos de hacer nada y cualquier imprevisto parecerá preparado... Creedme, llegado el momento, el mundo entero jugará a nuestro favor y él tendrá todo de cara. Es solo cosa de tiempo que caiga.

—Eso dijiste hace tiempo, Bud, y ahí sigue. Estamos cansados de verlo de aquí para allá. A estas alturas ya debería haber abandonado las tierras, pero no es así...

—No os preocupéis, tengo un as en la manga; algo que no se espera. Llevo haciendo esto mucho tiempo y sé lo que hago. No será ni el primero ni el último. A fin de cuentas debéis entender que nosotros estamos en este lado y él está solo. Os aseguro que es cosa de tiempo, pensadlo bien, ¿qué tiene?


***

Bajo el porche, sentado en su vieja mecedora con una humeante taza de café, algo aguado, en la mano. El alba ya despunta. Con el primer sorbo llega la brisa fresca de la mañana. Nota el revigorizante amargor entonando el cuerpo, mientras disfruta del mecer de las copas de los árboles y el suave rumor del río.

Lejos, en la casa de las carcajadas, la gente ha caído. Algunos sobre sus propias babas, otros abrazando botellas. Solo dos se mantienen despiertos, un tipo de elegante sombrero y uno de los del rancho.

—... es sin duda el mejor, señor Palefield, todas las jugadas, todas las trampas, sin levantar sospecha y sin un solo acto que pueda erizar al sheriff... sabe lo que se hace; se nota que lleva tiempo en el asunto.

—Tienes toda la razón, Bud es justo lo que necesitábamos, el mejor que he visto en mi vida. Y por eso mismo será el siguiente.

—Pero...

—¿Qué esperabas? Este es un mundo de canallas, no quiero que llegue el momento en que deba enfrentarme con él.

—Entonces...

—No te preocupes, si algo aprecio en mi gente es la sensatez. Y tú eres muy sensato, dale alguna que otra vuelta y lo comprenderás. Por cierto, ¿quién traía este mes el ganado del sur?

—Rob, señor Palefield.

—Perfecto, un borrachín.

***

Tras el último sorbo, deja la taza en la mesita que hizo con los restos sanos de unos postes carcomidos, comprobó el tonel de agua de lluvia que puso bajo la canal del porche cuando el río cambió de curso y se fue a echar un vistazo a los animales en el cercado nuevo.

A veces le cortaban la vida, pero se trataba sencillamente de caminar por otra senda.

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